La zona de El Caribe ha vivido horas de agobio y movilización durante las últimas semanas. De forma casi simultánea, primero en Haití con el asesinato del presidente Jovenel Moïse y luego en Cuba la jornada de movilizaciones contra el gobierno actual.
Los procesos desestabilizadores comparten al menos dos aspectos en común: se generaron desde fuera de ambos países, con la “probada injerencia de Estados Unidos, y en ambos casos apuntan a justificar una intervención humanitaria cuyas características y consecuencias dañinas son más que conocidas en todo el mundo”, señalaron desde el Secretariado Social Mexicano.
Desde ese organismo episcopal hicieron un llamado a la acción inmediata de construir, en torno a los dos pueblos, un cerco de solidaridad internacional que haga contrapeso a los intentos “intervencionistas del gobierno estadounidense, en complicidad con los organismos internacionales”.
La eliminación de todo contrapeso político a los ideales norteamericanos, amparado en la debilidad institucional y la emergencia global de la pandemia, dejó una situación de precariedad extrema con una difícil recomposición de los liderazgos políticos que topa con el estallido social y el intervencionismo orientado a la influencia en el poder presidencial.
Las jornadas de desarticulación hicieron un llamado para establecer un corredor humanitario y movilizarse contra el gobierno, lo que ocasionó protestas menores y actos vandálicos en diversas regiones de los países.
El origen extranjero de este llamado desestabilizador y la utilización de la tecnología de bots para hacerlo viral, intento de golpe blando contra los gobiernos latinoamericanos, se da en el contexto de un inusual rebrote de COVID-19.
No es la primera vez que se utiliza esta estrategia del gobierno de Estados Unidos, financiar estas campañas de odio al interior de los países donde se impulsan importantes ajustes económicos para enfrentar las consecuencias especialmente para el pueblo cubano en este contexto de pandemia, al obstaculizar la adquisición oportuna de equipo e insumos médicos necesarios para enfrentar el virus SARS-Cov2″, aseguraron.
Frente a estas pretensiones desestabilizadoras en Cuba y Haití, urgieron articular voces y esfuerzos que rompan el cerco de ignominia mediante la solidaridad.
Exigieron a la Organización de Estados Americanos (OEA) el respeto irrestricto a la soberanía de Haití y a desistir de toda intervención en el proceso de restitución democrática que vive el pueblo, tras el asesinato de su presidente Jovenel Moïse.
Instaron al gobierno de Estados Unidos a acatar la Resolución A/75/L.97 de la Asamblea General de la ONU que ordena poner fin al bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba, por inhumano, inmoral e ilegal; y por constituir una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos del pueblo cubano y su autodeterminación.
Finalmente, hicieron un llamado a todas las organizaciones sociales, políticas y religiosas, a los movimientos sociales del continente y a todas las personas de buena voluntad, a conjuntar esfuerzos y construir en torno a ambas naciones para crear un cerco de visibilidad y solidaridad que contrarreste en toda América las devastadoras pretensiones de hegemonía neoliberal.