La respuesta de la sociedad civil no se ha hecho esperar en la ciudad de San Cristóbal de las Casas, para llevar víveres o ropa, así como para brindar refugio temporal a las personas desplazadas que han llegado en los últimas semanas huyendo de los ataques armados y la tensión que prevalece, principalmente, en los municipios de Pantelhó y Chenalhó, ubicados en la región de los Altos de Chiapas. Sin embargo, resulta insuficiente para atender la complejidad de la emergencia humanitaria.
Según datos del Centro de Derechos Humanos Fray Bartolomé de las Casas A.C (FrayBa) alrededor de 3 205 personas han sido desplazadas, en su mayoría mujeres, ancianas, ancianos, niñas y niños, en los municipios de Chenalhó, San Cristóbal de Las Casas y San Juan Cancuc, por la violencia del crimen organizado y la omisión del Estado mexicano.
Las personas que han llegado deciden irse mayoritariamente a casas particulares, iglesias y escuelas en las periferias de la ciudad.
Se habilitaron dos albergues oficiales, según datos de Protección Civil del Estado, no obstante, las personas han optado por quedarse en espacios alternos debido a que prevalece el miedo a ser ubicados por parte del crimen organizado.
Ni siquiera nosotros sabemos bien dónde están. Los tenemos que estar ubicando para lograr llevar las comidas. Los albergues no han funcionado del todo bien. Hay pocas personas, porque tienen miedo de ser ubicados, piensan que los están persiguiendo y es normal, vienen huyendo de algo bien difícil. Protección Civil nos ha apoyado porque ellos van contabilizando a las que se les da comida”, dijo Omar Sevilla, del Comedor de la Caridad AC a Once Noticias.
La Secretaría de Protección Civil del Estado dijo, en un comunicado, que han participado las tres órdenes de Gobierno y que la atención de ayuda humanitaria a familias en situación de violencia comenzó el fin de semana pasado.
Se atendieron a 335 familias en las comunidades de los Altos, principalmente, en Chenalhó y Pantelhó.
En San Cristóbal han atendido a 413 personas que se encuentran en nueve colonias y en los dos refugios temporales. La mayoría provienen de Pantelhó.
José María Hernández de la Cruz, integrante de Protección Civil del Estado, del grupo de respuesta inmediata, dijo a Once Noticias que ellos fueron enviados desde el sábado. Mientras el medio acompañaba la entrega de comidas al sur de la ciudad, platicó que en los albergues han entregado agua, colchonetas y cobertores.
Dijo que pese a ello hacen las tareas de buscar a las personas que suelen llegar a casas particulares u otros espacios, “ahí les llevamos la comida.”
Sin embargo, el Estado no ha reaccionado de forma precisa, ya que sólo ha enviado a Protección Civil del Estado para transportar, en dos camionetas, la ayuda en San Cristóbal. El gobernador del Estado, Rutilio Escandón, no ha emitido postura sobre la situación y el Gobierno Federal dijo, en conferencia de ayer, que los sucesos en Pantelhó “donde hay grupos que están actuando de manera violenta, pero no representa ningún riesgo a la estabilidad, a la gobernabilidad, ya se está actuando. No se trata de los conflictos que vienen de tiempo atrás”, aseguró.
Además señaló que la entrada de la Guardia Nacional es para intensificar las acciones para restablecer la paz. Empero las comunidades demandan que no haya militarización porque vulnera su seguridad y no resuelve la violencia estructural.
A nivel local, algunas colonias cercanas al centro de la ciudad, se han organizado para no recibir a las personas desplazadas con el argumento de que corren peligro si los reciben o con sustentos discriminatorios. Esto último, dijo Manuel, “es preocupante porque ya escuchamos casos de vecinos que se están organizando y se quejan y tachan a nuestros hermanos. Tienen su corazón cerrado a Dios.”
Algunas respuestas: Comedor Comunitario AC
Estamos aquí desde la 5 de la mañana. Nos levantamos tempranito para preparar los desayunos. Ahorita la comida. No te creas, sí es pesado, pero somos el único comedor que habilitamos de manera urgente, para preparar comidas para las familias”, dijo Manuel Ramírez, integrante del Comedor Comunitario, mientras descansaba un poco sobre las mesas de plástico instaladas en el comedor.
Todos se encuentran trabajando a mil por hora. Lavan trastes, acomodan las despensas, pican la verdura, traen tortillas, limpian el piso. En la Casa todos apoyan, porque las manos nunca serán suficientes para atender una emergencia humanitaria que ha sorprendido a la ciudad en las últimas semanas.
Y la sorpresa ha sido por la magnitud, pero también por la forma del arribo, porque muchas personas huyeron en camionetas; algunas, al no tener ese medio de transporte, esperaban con desesperación que alguien se apiadara de ellos y los subiera para llevarlos a un lugar seguro. Familias completas abordaron las camionetas. Algunas personas, en su mayoría indígenas, huyeron por los montes, tratando de evitar las balas.
Al cabo de unos minutos llegó el primer grupo compuesto, en su mayoría, por niños, niñas y mujeres. En este grupo estaban dos hombres adultos que cuidaban al grupo; cada uno escogió sentarse uno frente al otro rodeado de los menores.
En tzotzil intercambian mensajes sobre la posibilidad de dar una entrevista, sin embargo, comentaron que no lo harían, porque debían cuidar su seguridad. Y no es para menos, porque dicen que en su comunidad han habido muchos muertos. Tienen miedo, sus ojos lo expresan.
Personas llegaron con comida, algunas despensas y con ropa. Preguntaban dónde estaban los albergues, pero los muchachos ignoraban la información: “nosotros nos enfocamos a preparar la comida y los de Protección Civil en distribuirla. Ellos las llevan a los lugares. También tienen una lista en la que capturan a mano los datos de las personas”, dijo Manuel Ramírez.
El menú del día fueron frijoles, sopita de pasta con pollo, pollo en jitomate y agua de avena. Las tortillas, sin embargo, eran las preferidas por lo que todo el tiempo estuvo prendido el comal.
Todo ocurría rápido, al mismo tiempo. Llegaban personas, aunque no numerosas, sí constantes, para dejar ayuda, en su mayoría granos y semillas. Algunas decidían quedarse a ayudar, como el caso de una congregación pentecostés. Todos ayudaban sin importar la preferencia religiosa. Servían las charolas, enviaban las comidas; recogían.
Manuel Ramírez al finalizar el primer grupo y en medio de un receso que no duraría mucho dijo a Once Noticias que ellos forman parte de un colectivo juvenil.
“Servimos el desayuno de 9 a 12 del día. La comida es de 2 a 5 de la tarde y la cena de 8 a 10. Nuestra labor principal radica en elaborar las comidas para los hermanos desplazados”.
Dijo que diferentes organizaciones civiles como Cáritas Diocesanas, Banco de Alimentos y Voces Mesoamericanas, así como población civil, habían aportado con donativos.
Daremos servicio hasta que la situación mejore. Nuestra organización se dedica a atender a la población en situación de vulnerabilidad y de calle, principalmente, pero ahorita con la situación que ocurre nos vimos en la urgencia de abrir e instalarnos en este inmueble de manera precipitada. Nuestra fundación era hasta el 25″, dijo Manuel.
Ese día, el Comedor preparó casi 200 comidas. Algunos días hacen más comida y otros un poco menos, todo depende de la demanda.
Los jóvenes de esta organización compartieron que pese a las actividades que realizan tuvieron un problema con el dueño de la casa.
“Nos piden la casa porque no quieren que apoyemos a nuestros hermanos y hermanas que vienen huyendo de la violencia. Nos vamos a ir de aquí, estamos buscando una casa, pero continuaremos dando el servicio. Hay mucha gente que se organiza para correr a nuestros hermanos, porque dicen que ellos no quieren problemas. Los rechazan porque son indígenas y eso no es más que ignorancia”.
Y es que tal como afirma Omar, en la ciudad se respira una situación racial muy particular.
“Aquí existe una Sociedad, incluso tienen una Asociación de los Coletos. Son grupos conservadores de ultraderecha que rechaza a nuestros hermanos indígenas. Pero nosotros creemos que tenemos que apoyar en esta situación”, relató Omar Sevilla.
Y es que los “Coletos” son parte de una herencia de un imaginario de sociedad de castas. “Se llaman así a los criollos. En la actualidad es fácil reconocerlos, aunque ya no tienen nada de españoles, porque mantuvieron, durante largo tiempo, la costumbre de evitar ‘mezclarse’ con la población indígena”, dijo Omar mientras se sentaba a comer junto a los elementos de Protección Civil, antes de llevar, en otra vuelta, la comida a otra colonia.
También es un fenómeno espacial. En la ciudad, los que habitan, son blancos, dueños de los negocios del centro. En las periferias vive el resto de la población que es mayoritariamente indígena.
Además todo está centralizado aquí, la población de los Altos tiene que bajar a San Cristóbal”, agregó Omar antes de dar un sorbo final a su agua de avena.
Estas reflexiones llevaron a Omar a explicar que por eso resulta importante ver que la población indígena continúa viviendo bajo la discriminación, el racismo y el olvido de gobierno hacia estas comunidades.
“No puede ser que nuestros hermanos continúan viviendo en estas situaciones de violencia. Es preocupante. Nosotros, aunque tengamos que cambiarnos de casa y conseguir otro lugar, seguiremos apoyando la situación. Continuaremos trabajando”, dijo convencido Omar.
Laura Solís, originaria de Chenalhó y habitante de San Cristóbal, llevó una olla de frijoles. Al entregarla aseguró que “creemos que es muy importante apoyar a nuestros paisanos, porque están en una situación muy complicada de desplazamiento”.
Señaló que desea ver más participación de la sociedad, “ojalá aportara más y se conociera un poco de esta situación. Nosotros nos enteramos por redes sociales, por familias, por las noticias locales. Sólo por redes me he enterado de la participación del resto de la sociedad. He visto que participan, pero falta mucho más”, concluyó.
Mientras todo ocurría en Dr. Manuel Velasco 52, una calle cercana al centro histórico, en la ciudad se respiraba la normalidad de cualquier día en semáforo verde.
Los extranjeros paseaban entre las estrechas calles, en busca del folclor indígena, los negocios operaban en su horario normal y los niños indígenas de Chamula, con sus pequeños cuerpos desnutridos, acompañaban a sus madres a vender sus pulseras o rebozos, ofreciendo a cada transeúnte un inolvidable recuerdo de Chiapas.
Mientras tanto, en alguna casa de los cerros que rodean a San Cristóbal, una familia aguarda esperanzada con volver a su hogar, con el sueño de que cese la violencia, con la esperanza de algún día vivir en paz.