Migración animal, tan espectacular como misteriosa
El millón de ñúes en África que viajan de Tanzania a Kenia cada año y son la migración de mamíferos más grande que existe también es un ejemplo de unos de los misterios más grandes del mundo animal, las migraciones.
Los Lemings en Noruega sin aviso de por medio recorren en enormes grupos distancias considerables buscando donde vivir, y de quienes existía el mito de que se lanzaban por los acantilados en un suicidio en masa son un caso más.
Al igual que las ballenas que viajan de las frías aguas de Alaska al turístico Mar de Cortés en México, para dar a luz rodeadas de turistas.
Menos conocidas son las tortugas que cruzan el inmenso Atlántico, surfeando en la corriente del Golfo hasta las Islas Azores, y de allí, a Europa.
¿Pero cómo es que no se pierden?
En el caso de las aves, Henrik Mouritsen y un amplio equipo de la Universidad Oldenburg, en Alemania, publicaron ayer en la revista Nature, lo que puede ser una de las explicaciones que ayude a develar el misterio sobre la orientación.
Una proteína llamada criptocroma cuatro, en los ojos de las aves es sensible al campo magnético y parece ser la clave.
Aunque investigaciones previas sugerían que algunas aves se orientaban mediante la posición del sol y el campo magnético terrestre, no quedaba claro cómo se detectaba el magnetismo.
En laboratorio se comprobó que la criptocroma está presente en las células del ojo que detectan la luz, su estructura es afectada por campos magnéticos y la información es procesada en las mismas partes del cerebro que la visión.
Ahora viene la parte más difícil, comprobarlo en aves vivas que migren.