Reportajes especiales

El síndrome de burnout se ha extendido a más oficios durante pandemia

El burnout es una situación que afecta tanto a las empresas como a las personas trabajadoras, porque hay baja productividad

Había una especie de sinsabor en lo que hacía. Cuando terminaba mi horario laboral no quería saber nada, era como si mi cerebro estuviera seco, no quería pensar más que en lo inmediato. Era como si todas las ganas de vivir se me hubieran ido. Mi familia comenzó a preocuparse cuando notaron mi ansiedad, mis cambios de humor. Hubo veces en que me solté a llorar sin motivo, me sentía desesperanzada”.

Así recuerda Adriana, entre tristeza y suspiros, sus jornadas laborales durante la pandemia por COVID-19. Y es que, de acuerdo a su psicóloga, tiene el síndrome de fatiga en el trabajo.

Ella es doctora del sector de salud público. Estaba agobiada, por lo que decidió tomar terapias. Y es que también se enfrentaba a la violencia que se ejerce en la profesión.

“Es como si todo estuviera dado para tener que aguantar violencia desde que entras a la carrera. Hay que aguantar el acoso de los jefes, de la sobreexigencia, de los malos tratos. Como si aguantar fuera una prueba entre los que triunfarán (si lo aceptan) y los perdedores”, Adriana

Trabajaba en un hospital público en Tijuana, aunque en la actualidad decidió trabajar en sector privado, para aminorar las cargas de trabajo y mejorar la situación económica.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido como enfermedad el burnout o “síndrome de estar quemado” –en su traducción literal del inglés– o de desgaste profesional, cuya entrada en vigor se ha fijado para el próximo 1 de enero de 2022.

El término fue acuñado, por Herbert Freudenberger en 1974, para describir un síndrome de extenuación, desencanto y abstinencia en agentes de salud mental voluntarios. Desde entonces, las investigaciones han encontrado que suele presentarse, mayoritariamente, en personal del sector salud.

No obstante, en el contexto sanitario por COVID-19 se ha develado que este trastorno también ha afectado a personas que se dedican otros oficios y profesiones, como los periodistas, profesores y oficinistas, cuidadores o cuidadoras. No se limita a un sector. 

El trastorno es consecuencia de un estrés laboral crónico. Se caracteriza por un estado de agotamiento emocional, despersonalización y una sensación de ineficacia y de no hacer adecuadamente las tareas. A ello se suma la pérdida de habilidades para la comunicación que se ha visto coartada, además, por la distancia física que prevalece por la pandemia.

El síndrome se encuentra entre los principales problemas de salud mental y se considera la antesala de otras patologías psíquicas. Los síntomas y signos de este tipo de agotamiento son varios pero según la OMS destacan:

  • Síntomas físicos: cefaleas, dolores de estómago o enfermedades gastrointestinales (colitis, gastritis).
  • Reducción en el rendimiento laboral
  • Agotamiento emocional.
  • Alienación de las actividades relacionadas con el trabajo: frustración, indiferencia, apatía en el trabajo.

Está situación afecta tanto a las empresas como a las personas trabajadoras, porque hay baja productividad, se incrementan los accidentes de trabajo o hay ausentismo. Con la pandemia, además, la problemática se ha llevado a los espacios privados y las horas de trabajo parecen haberse transgredidos.

Otros sectores afectados

Edith Álvarez es profesora de educación básica en una primaria del Estado de México. Tiene 32 años y un bebé de año y medio. Para ella y su familia, la pandemia las ha rebasado: una fatiga y cansancio crónico abundan en sus días.

Cuando empezó la pandemia ella estaba con incapacidad por maternidad. Su hijo nació en medio del contexto de emergencia sanitaria. Se reincorporó a su trabajo en el ciclo pasado, sin embargo, el trabajo en casa no ha sido sólo un desafío sino también una pesadilla. Se ha enfrentado a tener que sortear la vida familiar y las extenuantes horas de su trabajo.

Conforme avanzó la pandemia sus horarios establecidos comenzaron a desvanecerse y a veces daba las clases en las noches, cuando los papás llegaban de trabajar y se conectaban con sus hijos.

“Afortunadamente casi la mayoría de mis alumnos tenían dispositivos y conexión para trabajar, pero tuve alumnos que no, entonces les daba la clases por teléfono. En el día, ellos hacían las actividades y en las noches yo explicaba todos los temas”. Edith Álvarez.

Terminaba su clase y luego atendía a su bebé, a su familia y reuniones de trabajo. Cuando su hijo se dormía, preparaba las clases. Las horas del día no le alcanzaban a Edith por lo que siempre estaba cansada y comenzó a perder interés en lo que siempre le había apasionado: la enseñanza.

“Llegó un momento en que ya mejor les daba los viernes de descanso, porque ya no podía más”, dijo.

A Guadalupe también le diagnosticaron síndrome de fatiga extrema. Trabajaba en una empresa en Tijuana como freelance y con la pandemia tuvo que trabajar en casa. Sus horas rebasaban las 8 horas, podía trabajar hasta 12 horas y sólo tenía un día de descanso.

“Sin prestaciones, con el jefe molestando y presionada porque además tengo que atender a mis dos hijos y mi mamá que es mayor y ya no camina, imagínate. Llegó un momento en que siempre estaba de malas, enojada, angustiada, ya no podía más. Tuve que renunciar porque hasta me sentía inútil. Si no me ‘ponía la camiseta’ era yo la que estaba mal, no los malos tratos de mi jefe –que además era grosero–, no la miseria que nos pagaban. Sentía que mi cabeza iba a explotar y comencé a padecer colitis, y del estrés mi cabello comenzó a caerse”.  Guadalupe

La situación la llevó a tomar una decisión. Dejó atrás las amenazas de su jefe con despedirla y renunció.

Juan Pablo Orozco padeció “bornout”. Trabaja en un centro de atención a clientes. La sobreexigencia lo llevo a hacer las tareas dobles o triples, salía más tarde del trabajo y a veces trabajaba en sus descansos.

Un día decidió dejar de hacerlo y tuvieron que contratar a otra persona para atender esas labores. Él es maestro en desarrollo humano y cultura del bienestar (IBERO) y relata que este padecimiento tiene dos implicaciones principales: en la salud, en las relaciones laborales y familiares y en la productividad.

“Llegas a un estado en el que ya no puedes más, es como quemarse, es como una olla exprés que explota”.

“Me exploto a mí mismo hasta morir”

México es uno de los países que tienen jornadas laborales más extensas. Según datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), los mexicanos y mexicanas laboran 2 mil 124 horas al año, pese a la pandemia.

En el segundo semestre de 2021, según datos de la ENOE, las personas que trabajan menos de 15 horas fueron 3 millones 873 mil 689. Mientras que las que trabajan más de 48 horas fueron 14 millones 693 mil 119.

Juan Pablo Orozco enfatizó que todos los centros de trabajo deben considerar los aspectos psicosociales para identificar e intervenir en el bornout, pero también en el acoso sexual, laboral y otros problemas como el mobbing.

Señaló que en el país existe la NOM-035 “Sobre los factores de Riesgo Psicosocial” y en ella se asienta desde 2018 que los trabajadores y trabajadoras tienen derecho a conocer y ser informados, diagnosticados y evaluados sobre los factores de riesgo psicosocial en sus trabajos.

“Se debe generar bienestar. Para la prevención de los factores de riesgo psicosocial y la violencia laboral, así como para la promoción del entorno organizacional favorable, los centros de trabajo deberán invertir en departamentos de bienestar laboral para atender el bornout y la violencia laboral”, externa Juan Pablo Orozco.

El especialista apuesta a que se tiene que invertir en el bienestar laboral de las personas, porque eso impactará en la productividad.

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