Dentro del marco de este Día Internacional de la Mujer, se hace necesario recurrir al debate sobre uno de los temas más polémicos de los últimos años: el lenguaje inclusivo. El periodista Álex Grijelmo destaca en su libro, Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo, la existencia de dos niveles de lenguaje: el que se dice y el que paralelamente se quiere decir.
Durante el recorrido de cada una de sus páginas, el también creador del Libro de estilo del periódico español El país, nos deja clara la poca necesidad lingüística del llamado lenguaje incluso. Al mismo tiempo, nos invita a generar una dinámica de habla y escritura “neutra”, en la que podría imperar la eliminación de denominar géneros, sino sólo asignar personas.
Desde el inicio del libro, Grijelmo expone un claro ejemplo de cómo aprendemos y aprehendemos a significar personas y cosas, antes de que nos indiquen si es femenino o masculino. Para él, todo inicia en el uso de prototipos (quizás también le podamos llamar referentes) imaginarios, con los que empezamos a comunicarnos. Por ejemplo, si a un niño le ponen a dibujar a “una persona”, harán un referente humano, dejando de lado rasgos característicos que les doten de un género específico; lo mismo con los colores de piel, raza, etcétera. Es decir, no es un factor de discriminación, sino de economía del lenguaje.
Hasta aquí nos podríamos encontrar con una especie de no necesidad del lenguaje inclusivo. Sólo que el feminismo tiene también su postura, basada en el principio de contemplación e identificación de las mujeres dentro de un entorno social, familiar, político, educativo… mediante el uso de la lengua.
Así lo explicó la doctora en Filosofía, Griselda Gutiérrez Castañeda, durante su cátedra extraordinaria “Masculinidades. Género, subjetividad, poder y violencia”, impartida en la UNAM. En función de esta declaración, se haría más que necesaria la existencia de un lenguaje inclusivo en el día a día de cada persona.
No obstante de ambas posturas, la lingüística y el feminismo, si bien la combinación de ambas podría arrojar diferentes opciones, indudablemente tiene razón Álex Grijelmo al citar a Jaques Derrida para entender que, aunque quizás hagamos uso de estas formas de expresión, los trasfondos no son siempre necesariamente progresistas: la palabra es un cuerpo que necesita una intención que le dé alma y la traslade, del estado de sonoridad inerte, al estado de cuerpo inanimado.
En función de lo anterior, sólo habrá que reflexionar hasta dónde estamos dispuestos a llegar. El mismo Grijelmo hace una serie de ejercicios en los que “traduce” documentos constitucionales de América Latina al lenguaje inclusivo, dejando la reflexión de lo engorroso, cansado y quizás innecesario, en términos de lectura, de llevarlo a cabo.
Pero no todo está perdido: también ofrece la opción de volver al ejemplo de los niños dibujando personas: refiriéndonos siempre a los neutrales para evitar complicaciones legales que, muchas veces, según explica el mismo periodista español, en ocasiones sí tiene repercusiones y muy negativas, como no haber aclarado en legislaciones laborales, por ejemplo, que “las trabajadoras también tienen derecho a recibir vacaciones”, al haberse usado “los trabajadores” como neutral.
En este sentido, observamos cómo el lenguaje inclusivo será necesario para quien lo considere pertinente, lo usará quien tenga la intención de aplicarlo en todo momento, pero, como toda manifestación subjetiva (en términos filosóficos), resulta ser una muestra de representación y voluntad, que como bien acentuaría el filósofo alemán Arthur Schopenhauer: “ese mundo y esa voluntad, somos nosotros mismos, la representación en general es una de sus fases cuya forma es el tiempo y el espacio y desde ese punto de vista todo lo que es, debe ser algún lugar y en algún tiempo”.
Aunque el lenguaje inclusivo sea aún una cuestión individual, lo que queda claro es que la igualdad de condiciones y el respeto de derechos entre hombres y mujeres, es aquí y ahora. Eso no tiene discusión.