A finales del siglo XVIII, el filósofo y matemático Nicolas de Condorcet planteó una cuestión que aún hoy sigue siendo tema de debate en la comunidad científica. “No cabe duda de que el hombre no llegará a ser inmortal, pero ¿acaso no puede aumentar constantemente el lapso de tiempo entre el momento en que comienza a vivir y el momento en que, naturalmente, sin enfermedad ni accidente, la vida le resulta pesada?”, se preguntó el francés en su Esbozo para un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, publicado en 1794.
La respuesta a esta pregunta sigue dividiendo pensamientos. De acuerdo con un análisis de la revista científica Nature, realizado por Michael Eisenstein, algunos investigadores sostienen que la duración de la vida del ser humano moderno se acerca a un límite natural, mientras que otros no ven ninguna prueba de tal límite.
La gente ha trazado una línea en la arena con su particular visión de lo que es la vejez”, escribe en otro artículo de la publicación Steven Austad, gerontólogo de la Universidad de Alabama en Birmingham, “y ahora se niegan a cruzar esa línea, independientemente de lo que sugieran las pruebas acumuladas”, afirma.
Por su parte, Jean-Marie Robine, demógrafo del Instituto Nacional de Investigación Biomédica de Francia con sede en París (INSERM), considera que los límites de la vida útil despertaron la curiosidad mucho antes de Condorcet. “Posiblemente sea la pregunta más antigua que se plantea en la investigación”, afirma.
Aunque no exista un límite fisiológico formal, alcanzar las fronteras de la supervivencia no es una hazaña, y para seguir ganando en longevidad podrían ser necesarios avances notables en la ciencia médica, incluso si las filas de los centenarios del mundo siguen aumentando, escribe Michael Eisenstein.
Uno de los primeros trabajos para trazar los límites de la vida humana lo realizó el matemático y actuario británico Benjamin Gompertz en 1825. Su análisis de los registros demográficos demostró que, a partir de los 20 años, el riesgo de muerte de una persona aumentaba a un ritmo exponencial año tras año, lo que sugiere que existe un horizonte en el que ese riesgo alcanza finalmente 100%.
“Gompertz especuló con que se trataba de una ley equivalente a la ley de la gravedad de Newton”, dice Jay Olshansky, epidemiólogo y gerontólogo de la Universidad de Illinois Chicago, según Nature. Casi 200 años después, el trabajo de Gompertz sigue siendo de vital importancia. Su modelo parece seguir mostrando con precisión la pauta de la mortalidad relacionada con la edad durante una parte considerable de la vida humana, aunque los avances médicos hayan alargado la esperanza de vida.