El Zócalo capitalino se convirtió, una vez más, en el Mictlán y volvió a habitarse por el espíritu de los muertos, tras dos años de espera debido a la pandemia.
Algunas personas llegaron desde las ocho de la mañana a la Plaza de la Constitución a esperar el inicio del gran desfile de día de nuestros adelantados.
Pero, la celebración inició antes de que partiera la caravana.
Invadió un espíritu alegre para festejar el regreso de las almas.
La Catrina, siempre presente, elegante y colorida, se manifestó con un rostro y múltiples identidades.
Además del diablito y el vampiro, irrumpieron personajes de las series de moda.
¿De qué vienes disfrazado? De un Spider-Man zombie”, comentó Francisco, estudiante.
¿De qué vienes disfrazado? De Lego. ¿De Joker Lego o de Roblox o qué es? De Lego Joker”, dijo Cecilio.
Ni entre los muertos dejó de sonar el organillero, invocado por las manos cadavéricas de un mariachi.
El organillo pertenece a la época de la revolución, y adoptamos un disfraz referente a esa época, de nuestros organilleros que ya no están con nosotros”, mencionó Patricia, organillera.
La fiesta no fue exclusivamente humana.
También al perrito lo disfracé de Catrina, pero como sudó, se le cayó el maquillaje. Pero bueno, de mariachi”, indicó un estudiante.
También rondó en la plancha un imponente xoloitzcuintle, el guardián de los espíritus, para guiar el libre tránsito de las almas.
Para abrir el desfile, la voz de Regina Orozco sacudió la Plaza Mayor con el tono lastimero de “La llorona”.
Arrancó la caravana con bailes y la presencia de la “serpiente emplumada”, surcando el cielo de concreto.
Las vallas metálicas restringieron todo, menos la expectación.
El accesorio indispensable no fue el disfraz, sino las gorras, botellas de agua, sombrillas y el inigualable ingenio para crearse un refugio contra el Sol o para conseguir la mejor vista.
Los monumentos no sirvieron solo para contemplarse.
Desde el Zócalo hasta Campo Marte, Paseo de la Reforma se convirtió en el tianguis más grande.
Entre elotes, algodones, risas y música se olvidaba la sana distancia y se tentaba a la muerte, que se quedó flotando en el aire, como un pretexto de fiesta.