A su corta edad, les toca vivir una guerra de la que poco o nada entienden, sus rostros, sus cuerpos, denotan cierta ansiedad. Procedentes de Ucrania, llegan con sus familias a la estación Gara de Nord, en Bucarest, Rumania.
Que se ha convertido en un gran refugio, en su posibilidad de vida.
La Cruz Roja y otras organizaciones habilitaron espacios para los pequeños y sus familias.
Pero otros no tienen la misma suerte. Ya hay registros que no pocos menores viajan solos.
Por esta agresión inhumana, cada segundo, un niño de Ucrania se convierte en refugiado, alerta Unicef.
“Cuando estos niños vulnerables llegan aquí, lo primero que se hace es ofrecerles comida, ofrecerles cualquier cosa que necesite, como asistencia médica y entonces las organizaciones de Cruz Roja o de otros lugares ven cual es la necesidad, dónde es el lugar seguro, dónde se puede guardar a estos niños y de ahí podemos ver qué hacer con los documentos, qué hacer con sus papeleos, en dónde están los padres, qué ha pasado”, dijo Joan Stan, voluntario.
Los que sí lograron salir de Ucrania son testigos de la búsqueda de información de sus mayores, esperan, juegan, cuidan lo poco que pudieron traer de su hogar.
Entre las que escaparon está Silvia y su pequeña Cristina, de apenas un año, ella es mexicana y su esposo, ucraniano.
“Nosotros estábamos en Harkir, su papá es ucraniano, su papá tuvo que quedarse, eso es de lo más difícil porque en la última noche pues la nena sigue preguntando por papá”, señaló Silvia.
Pero a decir de Silvia, lo mejor fue dejar Ucrania, porque la guerra empezaba a grabarse en la mente de Cristina.
“Cuando ella decía: ¡oí! y repetía el sonido de la bomba, era algo que a mí me rompía el corazón, yo cantaba, yo le bailaba, para que ella no creciera reconociendo un sonido de una bomba”, agregó.
Han pasado 20 días de guerra y pese a la tragedia que enfrentan todas y todos, hasta los más pequeños, en sus rostros, en sus ojos, se encuentra bien sembrada, la esperanza.