Desde enero de 2022, Leonor Linares, una mujer trans, comenzó sus terapias hormonales, luego de trabajar y estudiar sin parar desde que tenía 17 años. “Me tardé mucho porque no me contrataban por ser mujer trans. Me pedían que fuera vestida como hombre y yo soy mujer”, declaró.
Al cumplir 17, contó Leonor, decidió comenzar a vestirse como mujer, maquillarse y dejar su pelo crecer, pero sus padres no lo aceptaron y la corrieron de su casa. Su tía, Norma, permitió que ella viviera con ella. Así, Norma, sus dos hijos y un perro se convirtieron en la única familia que tiene.
“Siento que mi familia ya sabía que yo era mujer. Desde muy chica me decían que era ‘un niño afeminado’. Un día, uno de mis hermanos me vio vestida con ropa de mi mamá. Ahí comenzó la violencia hacia mí en mi casa. Eran muchas agresiones en la escuela, en la casa y luego se sumó la laboral cuando quise ganar dinero”, detalló en entrevista.
Su primer trabajo, recordó, lo consiguió con una señora mayor de edad, la cual tenía una tienda. Después de la escuela, Leonor corría hasta la tienda, barría las calles, cargaba productos, limpiaba, acomodaba, entre otras actividades. A la semana ganaba 150 o 200 pesos, sin embargo, no eran suficientes para comenzar su transición.
Pese a ello, contó, trabajó en tal lugar hasta los 18 años porque la dueña le regalaba sombras labiales, y la llamaba por su nombre: Leonor. “Ella fue la primera persona que me reconoció por lo que soy, alguien externo a mi familia. Se sintió tan bien, que creí que si laboraba fuerte iba a lograr mi objetivo pronto”, agregó.
Más tarde, vio que había una vacante en una zapatería cerca de su universidad. Leonor se presentó, llevó un currículum y uno de los encargados la pasó a una oficina. Esta persona comenzó a cuestionarla: “¿por qué te vistes así si eres hombre?, ¿crees que engañas a alguien?” y ofreció darle el puesto a Leonor a cambio de favores sexuales.
De esta situación, enfatizó, ganó más fuerza y empleó protocolos de seguridad, que se vio obligada a utilizar en otras ocasiones. Una de éstas, fue cuando el jefe de la panadería donde trabaja a sus 20 años quiso abusar sexualmente de ella. Leonor tenía en marcación rápida el número de su tía, lo que facilitó que ella pudiera ayudarla.
“No me aceptaban porque me vestía como mujer, pero para ellos no parecía mujer. Me rechazaron en una papelería, en un Oxxo, en un supermercado y en una gasolinera. Entonces encontré el lugar en la panadería, el señor había sido bueno, me permitió ir como yo quisiera, pero no sabía que sus intenciones eran malas. Ni le pasó nada cuando me atacó”, explicó Leonor.
Como resultado de la violencia que vivió, Leonor decidió no buscar más trabajo y enfocarse en sus estudios. Dos años después, un amigo de su tía le ofreció ser la encargada de un café internet, luego dio clases de regularización a menores de edad en sus casas, laboró como trabajadora del hogar y como intendenta en centros comerciales.
Una parte de su sueldo, expresó, se la daba a su tía y la otra la guardaba para su transición. Actualmente, Leonor de 27 años trabajaba como traductora y correctora de estilo, esto le permitió tener mayores ingresos que destina para sus terapias hormonales. Sus ahorros los puso en una cuenta de banco como un seguro para su tía y sus hermanos.
“Todo ese dinero se lo di a mi tía. Ella es mi mamá, sus hijos son mis hermanos. Sin ellos yo no estaría aquí. Ellos son mi mayor impulso. Vengo a la marcha a gritar, a gritar que es bien difícil el camino para nosotras, pero aquí estamos resistiendo porque somos lo que somos y eso no va a cambiar”, resaltó a la par que mueve las alas de colores que lleva puestas.
Sus alas están acompañadas por un pantalón y blusa negra de cuero. En sus ojos lleva sombras, piedras y un delineado. También lleva una bandera de la comunidad LGBTIQ+ como cinturón, las uñas pintadas de los mismos colores y unos labios rojos con glitter rosa.
De acuerdo con el informe “Derechos Laborales de las Personas LGBTI” de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), las personas LGBTIQ+ tienen menores salarios, menos oportunidades de empleo, y enfrentan discriminación y violencia de manera constante.
Las consecuencias de estas dificultades, menciona el documento, son que las personas LGBTIQ+ no pueden ejercer plenamente sus derechos humanos, en particular las labores, y padecen las expresiones más graves, que son los crímenes de odio.
En México, describe, ocho de cada 10 personas de la comunidad LGBTIQ+ trabajan. En la postulación para un trabajo, varias personas enfrentaron prácticas discriminatorias, como pruebas de embarazo (2.59%) o de VIH/SIDA (11.76%), por lo que el trato que reciben las personas LGBTIQ+ no es igual al que reciben las personas heterosexuales.
En suma, detalla el informe, sólo dos de cada 10 personas de esta comunidad perciben el mismo pago cuando realizan las mismas actividades que personas heterosexuales.