Raspan el suelo centímetro a centímetro en busca de valiosos restos milenarios. Los arqueólogos noruegos, divididos entre el proceso minucioso y la urgencia por el avance de la humedad, tratan de exhumar un excepcional barco-tumba vikingo y hacer hablar a sus entrañas.
¿Quién está enterrado aquí? ¿Con qué ritual? ¿Qué queda de las ofrendas funerarias? ¿Qué cuenta de la sociedad que vivía aquí? Reducido a ínfimos fragmentos que al ojo profano no se distinguen de la turba que los recubre, el barco de una veintena de metros suscita muchos interrogantes.
Antes de que desaparezca totalmente bajo la voraz actividad de hongos microscópicos, los arqueólogos tratan de que entregue sus secretos.
Una tarea apasionante para aquellos que no habían encontrado ningún barco vikingo desde hace más de un siglo. La última vez, fue en 1904 cuando el barco de Oseberg emergió de la tierra, no lejos, al otro lado del fiordo.
Tenemos muy pocos barcos-tumbas”, explica la responsable de las excavaciones, Camilla Cecilie Wenn, del Museo de Historia Cultural de la Universidad de Oslo. “Tengo muchísima suerte, pocos arqueólogos tienen una oportunidad como ésta a lo largo de su carrera”.
Bajo la gigantesca carpa gris y blanca plantada en pleno campo en una antigua necrópolis cerca de Halden, ciudad del sureste de Noruega, una decena de personas con chalecos fluorescentes, tumbadas o arrodilladas, auscultan la tierra.
La presencia de un túmulo cerca puso sobre la pista en 2018 a un grupo de expertos sobre la posible presencia de restos de un barco.
Cuando la retirada de las primeras capas de tierra dejaron a la vista la descomposición avanzada, las excavaciones se iniciaron sin demora.
Hasta ahora, solo se ha recuperado una parte de la quilla en un estado aceptable. Su análisis ha permitido fechar hacia los años 800, el periodo en que se izó el barco a tierra, se colocó en una fosa y se cubrió con tierra para convertirlo en una suerte de última morada.