Las chinas oaxaqueñas volvieron a la Guelaguetza para alegrar el convite con sus hermosos atuendos.
Las vemos en las calles, cubriendo el aire con olanes de colores, entre el griterío y el estruendo de cohetes.
“Nuestra delegación se compone de tres vestuarios: el de diario, el de pavo y el que yo estoy portando ahorita, que es el de fiesta. Se compone de una falda de raso, una mascada y lo que no puede faltar son nuestras alhajas, que es lo que realza nuestra belleza”, dijo Rossana Sosa, china oaxaqueña.
Entre ellas aparecen los monos de calenda, portando a la altura del corazón un medallón de Casilda Flores, fundadora del grupo y una de las primeras chinas oaxaqueñas de los valles centrales.
Durante once años seguidos han participado en la Guelaguetza, y esta edición les corresponde clausurar el primer lunes del cerro con un jarabe tradicional de la región.
“De verdad es como aquella primera vez en que alguna vez subimos, en que alguna vez nos invitaron; es algo inimaginable volver a estar aquí y volver a compartir esta alegría que siempre transmitimos a la gente”, agregó Rossana.
A un costado del escenario, un hombre solitario arma rueditas calenderas.
“Pues de hecho yo bailo con ellas, yo soy monero, marmotero, farolero y ahora soy artillero. También las apoyo a ellas llevándoles luces para alegrar las calendas”, señaló Ángel Hussein, de la delegación de chinas oaxaqueñas.
Desde hace veinte años se dedica a la construcción de las canastas, y hace ocho a los fuegos artificiales, legado de los maestros artesanos de su comunidad.
“La armada de cada ruedita aproximadamente en quince minutos, ya teniendo el material, obviamente. Y la preparación de todo esto pues si depende de cuánto sea, dos, tres cuatro horas que hay que estar aquí dándole”, añadió Ángel.
Las chinas oaxaqueñas fueron una de las catorce delegaciones que se presentaron en el programa vespertino del Lunes del Cerro.