El pensador austriaco, Iván Ilich, lo plantea como un acto de magia. En su libro En el viñedo del texto, cuenta que el acto antecesor de la escritura fue la memoria. Ésta fue el símbolo que unió los retazos del pasado. Según el también denominado anarquista, el enlace entre el sonido y la conciencia fue un tipo distintivo de su composición creadora que la simple práctica de la escritura no había sido nunca capaz de recrear, ni si quiera en Grecia. Así, recitar, oír y memorizar, fueron los únicos la clave para el registro de información.
Era el siglo XII a. C., cuando, según Ilich, la lengua griega no tenía originalmente una palabra “para una palabra”. Sólo contaban con algunos conceptos que se referían a sonidos, y a otras señales y expresiones: emisiones que podían ser articuladas con los labios, la lengua y la boca. Posteriormente, las palabras, como otras partes de las expresiones, adquirieron significado sólo después de haber sido lentamente incubadas por el alfabeto durante los primeros siglos de su uso. Ésa es una de las razones por las que antes del siglo V a. C., una cadena de “palabras”, no podía aprenderse ni retenerse.
De esta manera llegamos al alfabeto, que diferente a otros sistemas de expresión, llenó el vacío que hacía falta al discurso oral y escrito: el sonido. Y según Iván Ilich, éste ayudó a mostrar con claridad que el discurso podía fijarse y trocearse en unidades visibles, pero también se convirtió en nuevo modo de pensar acerca del mundo. El proceso fue largo.
En su surgimiento, el alfabeto aún no había hecho sombra sobre el habla cotidiana. Incluso no había forma de analizar, y menos construir, la lengua en sílabas y palabras. Las historias narradas en lenguas romances o germánicas todavía seguían las reglas de las sociedades orales.
La secuencia básica de estas letras se remonta a través de los etruscos y los griegos del siglo VII a .C. hasta los fenicios. Iván Ilich relata cómo el siglo XII a. C. heredó más de 20 letras romanas. La Edad Media heredó instrumentos para escribir como el pergamino, la pluma y el pincel. De igual manera, esta etapa histórica heredó el libro: las técnicas de cortar un rollo en hojas, de pegar esas hojas juntas y atarlas entre dos cubiertas formando un libro.
Desde ese entonces, como diría el pensador, el libro significó un almacén, una mina. Un gran tesoro que dentro guardaba un viñedo dentro un jardín. Las líneas de la página eran los hilos del enrejado que sostiene las viñas, las viñas las palabras, y las palabras las varas (letras). El acto de leer, del latín legere, se deriva de una actividad física: escoger, reunir, cosechar o recoger. Quien lleva a cabo el acto de leer, cosecha esas finas viñas dentro del tesoro, el libro.