Los movimientos de nuestros labios, la mandíbula inferior, las mejillas, la lengua y del llamado velo paladar, modifican la forma y el espacio de la cavidad bucal. Eso genera un aire que produce sonidos a diferentes tonos. A la particular posición adoptada de esos órganos mencionados para producir un sonido, se le llama “articulación”. Gracias a ésta podemos pronunciar ruidos, letras, palabras, oraciones, ideas completas… Así, el labio inferior, oprimiendo al superior; con mayor fuerza el primero, producen la letra “m”. A eso se le llama punto de articulación “bilabial”.
Si analizamos un poco, la unión de los dos labios implica dolor, quizás un poco de frustración por decir algo, o simplemente el negarnos a pronunciar algo. Practicar el sonido de juntar ambos labios, automáticamente nos dará la letra “m”; y si abrimos finalmente la boca, manifestaremos un explosivo “ma”.
El lingüista estadounidense, Noam Chomsky, afirma que el uso normal del lenguaje implica la producción y la interpretación de oraciones que son similares a oraciones oídas antes sólo en el hecho de que han sido generadas por las reglas de la misma gramática y, por lo tanto, las únicas oraciones que pueden llamarse “familiares” en algún sentido son los clichés o las fórmulas fijas de un tipo u otro. Entonces, si de pequeños, por impulso natural, expresamos “ma”, un siguiente “ma” podría ser la reiteración de esa súplica por querer ser escuchados, o bien, al ser la única palabra que se tenga en el repertorio de habla, se habría convertido en un “cliché”. Ahí tendríamos la formación de “mamá”.
Ésa suma de teorías puede fundarse como el origen primitivo para llamar a la progenitora. Pero las convenciones lingüísticas de la evolución de la lengua, mejor conocida como filología, establecen que “mamá” surgió, primeramente, de un acento agudo influenciado por la voz francesa maman. Dicha forma existe en todas las lenguas romances, proveniente del latín mámma, que significa no sólo “teta” o “mamella” que alimenta a los pequeños, sino también en el lenguaje infantil designación a la madre, a la nodriza, e incluso a veces a la abuela. Y, en efecto, es una reduplicación de la raíz indoeuropea “mā”, que imita al lenguaje infantil referido a la madre y al primer alimento que comen. De esta manera, de “ma” surgen palabras con la misma asignación: amamantar, mamífero, maternidad, mamila…
Estas dos posturas, más sustentadas, prácticamente confirman la primera teoría: decimos “mamá” como un reflejo bilabial que se vuelve una especie de cliché lingüístico entre los bebés, dando por resultado la sencilla pronunciación “mamá” o “mama”, sin acento, que es como algunos hispanohablantes –incluso en otros idiomas– lo pronuncian.
Y la respuesta no es soberbia o “hispanocentrista”. La mayoría de lenguas tienen la “m” como elemento central para asignar a su progenitora: ma en África, ama en vasco, maminka en checo, mor en danés, mama en alemán, mom en inglés; y con pequeñas excepciones, como en finés, que es äiti (con opción a mutsi).
No obstante, sea cual sea el origen, sin importar la teoría que más convenza, las variedades e idiomas para decirlo, madre sólo hay una. Y para expresar cuánto la queremos, no hay ninguna teoría más que la que cada uno quiera manifestarle con la intencional y personal suma que sus puntos de articulación deseen.