Desde hace unos años, México, a través de la Secretaría de Educación Pública, se ha unido mediante Alemania a uno de los sistemas de enseñanza más modernos y promisorios del siglo XXI: el llamado “sistema de educación dual”. Éste contempla la combinación de un estudio, principalmente después de la secundaria o preparatoria, con la labor simultánea dentro de una empresa. No obstante, la efectividad y el éxito de este tipo de alternativas en aquellos países donde ya lleva décadas implementándose, ha puesto en duda la necesidad de hacer estudios universitarios.
Según el filósofo francés, Jaques Derrida, en su libro Universidad sin condición, la universidad debe ser una extensión de la familia, de la sociedad… en donde nos podamos expresar libremente y sin imitación de pensamiento. Para él, la universidad hace profesión de la verdad. Declara, promete un compromiso sin límite para con la verdad. Incluso debería ser un sitio en el que nada esté resguardado de ser cuestionado, ni si quiera la figura actual y determinada de la democracia; ni si quiera tampoco la idea tradicional de la crítica.
Y es que Derrida no se refiere a que todo mundo hable por hablar y exprese lo que se le venga en mente. Más bien, a partir del fundamento de una universidad (desarrollando de la capacidad analítica y crítica), emitir posturas con argumentos sólidos y sobre bases firmes que sustenten las habilidades desarrolladas. Que es lo mismo que define como (tomemos aquí el término “filosofía” como pensar) tratar de profesar la filosofía: no simplemente ser filósofo, practicar o enseñar la filosofía de forma pertinente, sino comprometerse, mediante una promesa pública, a consagrarse públicamente, a entregarse a la filosofía (es decir, a la capacidad de emitir un pensamiento crítico y razonado), a dar testimonio, incluso a pelearse por ella.
Para que esta “alianza”: universidad-pensamiento se acoplen de manera efectiva, Derrida nos lleva a la reflexión sobre la necesaria intervención de las humanidades. Para el filósofo, las humanidades del mañana, en todas las áreas de estudio, deberían estudiar su historia, la historia de lo conceptos que, al construirlas, instauraron las disciplinas y fueron coextensivos con ellas. Es decir, hablamos de un trabajo multidisciplinario que nos ayude a sumar el pensamiento crítico, más el teórico e incluso el de las vivencias personales en nuestros contextos determinados; y si es posible, ajenos.
A partir de estos supuestos de Jaques Derrida, vendría la interrogante: ¿es importante estudiar la universidad en pleno siglo XXI? La respuesta es más corresponsable que establecida: a cada uno nos atañe definirlo. Cada uno de nosotros sabrá hasta dónde, físicamente, quiere llevar la “profesionalización de la verdad”, como él mismo lo diría; pero eso en un sentido puramente estructural, porque cualquiera es capaz de lograr esa “profesionalización de la verdad”, incluso sin haber pisado una escuela.