Durante cuatro años, de 2018 a la fecha, un equipo multidisciplinario e interinstitucional, coordinado por el investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Emiliano Melgar Tísoc, asumió un gran reto: analizar con las técnicas más avanzadas un corpus de 10 mil objetos de la colección lapidaria del Templo Mayor, piezas obtenidas en su mayoría por el Proyecto Templo Mayor, desde 1978, y por el Programa de Arqueología Urbana.
Uno de los resultados de esa iniciativa es el libro “Estudios recientes en la lapidaria del Templo Mayor. Nuevas miradas desde la arqueometría y el estilo”, el cual también es la base de la próxima exposición del Museo del Templo Mayor (MTM), “Tlateccáyotl. Los artistas de las piedras preciosas”, organizada por la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, a través del INAH, la cual estará abierta al público del 25 de mayo al 18 de septiembre.
En la presentación del volumen, efectuada en ese recinto, el también coordinador de la obra refirió que los análisis y estudios realizados a esta selección, los cuales no solo incluyeron piezas sino además rocas y minerales, fue posible gracias a que el proyecto fue seleccionado para recibir apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).
“La visión de Melgar Tísoc al conformar equipos de excelencia es muestra de lo que es y debe hacer un científico del siglo XXI, al valerse de técnicas de primer nivel y saberlas utilizar de la forma más exhaustiva y eficiente posible”, dijo la directora del MTM, Patricia Ledesma Bouchan al destacar la colaboración de los laboratorios especializados del INAH, y de las universidades Nacional Autónoma de México (UNAM) y de Guanajuato, entre otras instancias académicas.
Por su parte, la subdirectora de Arqueología del Museo Nacional de Antropología, Laura del Olmo Frese, y el investigador de la Dirección de Estudios Arqueológicos del INAH, Blas Castellón Huerta, comentaron que el libro —dividido en siete capítulos con artículos colectivos e individuales— ofrece información inédita sobre la procedencia y elaboración de las piezas analizadas, y abre nuevas interrogantes sobre su obtención, circulación, distribución y consumo, dentro y fuera de los confines del Imperio mexica.
La obra aborda temas como la caracterización de los materiales constitutivos, la identificación de las técnicas de manufactura, el registro de secuencias de elaboración —a través de imágenes por transformación de reflectancia—, las preferencias culturales por determinadas materias primas y la medición de proporciones faciales para clasificar máscaras y figurillas.
Mención aparte merece la presencia de nuevas reliquias, materiales y estilos en la colección, así como algunas de las probables rutas de obtención y los yacimientos de origen de determinadas rocas y materiales.
Equipo portátil de fluorescencia de rayos X
Emiliano Melgar Tísoc ejemplificó que con un equipo portátil de fluorescencia de rayos X se realizaron modelos 2.5D para mejorar, incrementar o difuminar los rasgos de manufactura de los objetos lapidarios, una de las piezas que pasaron por este análisis fue un penate con la representación de la deidad Macuilxóchitl-Xochipilli, descubierta hace tres años en un salvamento arqueológico en la colonia Guerrero.
“Asimismo, con este equipo, que tiene una sensibilidad de partes por millón, y debido a que contamos con muestras de referencia de diversas partes de México, pudimos comparar —por dar un caso— una serpentina del yacimiento Tehuitzingo, en Puebla, con piezas del Templo Mayor, y confirmamos que el material se extrajo de este banco”, detalló Melgar Tísoc.
También, en el Laboratorio de Investigación y Caracterización de Minerales y Materiales, de la Universidad de Guanajuato, mediante difracción de rayos X, fue posible certificar rocas y minerales; mientras que con microespectroscopía Raman, en laboratorios especializados de la UNAM, se hizo la caracterización molecular de estos materiales, dando lugar a revelaciones como el que los azabaches de Templo Mayor provienen de un yacimiento ubicado en Totolapan, Chiapas; y se identificó jadeíta azul (el llamado jade azul olmeca), dando por resultado que se tienen más objetos de época olmeca de lo que se pensaba en el Templo Mayor.
En este sentido, también a partir del análisis de huellas de manufactura se detectaron “nuevas” reliquias y estilos dentro del corpus del Templo Mayor, “como una cabeza de mono araña hecha en travertino y de tecnología tolteca, varias figurillas de estilo xochicalca, y se confirmó la existencia de muchas piezas del periodo Clásico maya, del estilo Nebaj.
“También pudimos identificar objetos teotihuacanos que no se tenían como tal, narigueras en forma de mariposa y placas trapezoidales, objetos geométricos que resultan muy difícil asociar a un estilo; así como piezas huastecas que no se tenían registrados aquí”, explicó el investigador.
Otra sorpresa derivada de los análisis, fue el descubrimiento de la posible primera reliquia de la región tarasca en las colecciones del Templo Mayor.
“No sabemos si es tarasco en sí, podría ser de un grupo anterior, pero se trata de una cuenta helicoidal hecha de obsidiana del yacimiento de Ucareo, Michoacán”, comentó Melgar Tísoc.
El investigador concluyó que, a través de mediciones matemáticas, se observó un patrón en las máscaras y figurillas mezcala, identificando el uso de tres o cuatro plantillas, “y en otra serie determinamos hasta ocho formas de hacer el mismo grupo de máscaras. De manera que el llamado estilo Mezcala, considerado amorfo, no lo es. Los artesanos hacían máscaras pequeñas y moldes, y escalaban su dimensión, respetando las proporciones”.