Las inscripciones de sitios memoriales en la prestigiosa lista del Patrimonio Mundial es un tema políticamente delicado desde 2015 para la Unesco, que busca ahora relanzarlas con la inclusión de otros tres, entre ellos el centro de tortura argentino ESMA.
La antigua Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) de Argentina -convertida en museo- entró este martes en la lista, a la que optarán el miércoles los memoriales del genocidio de tutsis en Ruanda y los sitios funerarios de la Primera Guerra Mundial.
En una agencia de la ONU con vocación universalista, esta tarea puede ser complicada, máxime cuando la memoria puede teñirse de nacionalismo y convertirse en un objeto de enfrentamiento político cuando afecta a eventos sangrientos o a varios países.
En 2015, la inclusión de los sitios de la revolución industrial de la era Meiji en Japón (1868-1912) fue celebrada en el país del Sol Naciente, pero enfadó a China y Corea del Sur, ya que muchos de sus ciudadanos fueron sometidos a trabajos forzados allí.
Tras estas polémicas, la Unesco decretó una moratoria sobre la inscripción de nuevos dossieres vinculados a la memoria, que ahora levantó.
“Las tres nuevas candidaturas llevan las cicatrices de la historia, establecen el vínculo entre el pasado y el presente y construyen la consciencia universal de la Humanidad”, dijo la semana pasada la directora general de la Unesco, Audrey Azoulay.
Memoria colectiva
Los expertos de la ONU se habían mostrado favorables a la inscripción de la ESMA, donde entre 1976 y 1983, durante la última dictadura militar, se torturó y se hizo desaparecer a más de 5 mil personas, según la candidatura argentina.
“La memoria colectiva es lo que hace que los pueblos no repitan sus historias y que permitan a partir del recuerdo poder avanzar hacia un futuro mejor”, subrayó este martes el presidente argentino, Alberto Fernández.
Según Buenos Aires, el ahora museo de la ESMA es “un testimonio material y físico de las violaciones de derechos humanos y sirve de condena, prueba y testimonio de los actos de terrorismo cometidos”.
La Unesco debe debatir el miércoles sobre las otras dos candidaturas memoriales. Ruanda presenta la más simbólica por la magnitud de la tragedia que representa: más de un millón de tutsis fueron masacrados durante cien días de abril a julio de 1994.
Uno de los sitios es Nyamata, donde una iglesia católica sirvió de “matadero, en el que se masacraron en un día a más de 45 mil personas que habían buscado refugio”, según Kigali.
Pero también Murambi, donde el entonces ejército ruandés reagrupó a entre 45 mil y 50 mil tutsis “con el pretexto de garantizar su seguridad”, antes de matarlos. Otros dos sitios memoriales, Bisesero y Gisozi, completan la candidatura.
“La inscripción de estos sitios es importante desde un punto de vista educativo, para que el genocidio de los tutsis se estudie y se enseñe a las generaciones futuras”, expresó el ministro de Cultura ruandés, Jean Damascène Bizimana.
Bizimana aboga por que “este drama sirva para promover la paz”, especialmente ante el auge del negacionismo.
“Respeto”
Este miércoles, unos 140 sitios funerarios de la Primera Guerra Mundial situados en Francia y Bélgica también deberían hacer su entrada en la lista del Patrimonio Mundial.
“El respeto de los muertos es un valor compartido universalmente”, estimó Patricia Mirallès, secretaria de Estado francesa de Antiguos Combatientes.
Según el ministerio de Cultura francés, personas de 130 nacionalidades murieron durante este conflicto, que provocó unos 10 millones de muertos y 20 millones de amputados.
“Durante esta guerra, se decidió además por primera vez enterrar a los muertos individualmente, cuando se podían identificar”, agregó esta fuente.
Los principales sitios memoriales ya inscritos en el Patrimonio Mundial son el campo de concentración nazi de Auschwitz-Birkenau y el memorial de paz japonés de Hiroshima.
“Las tres próximas inscripciones son un mensaje universal, el de paz”, apunta un buen conocedor de la Unesco, en un contexto en que Ucrania denuncia un “genocidio” en curso por parte de Rusia.
Pero las luchas sobre la memoria siguen presentes. Entre 1915 y 1916, hasta 1.5 millones de armenios fueron asesinados en el imperio Otomano, según los historiadores y unos treinta países. Ankara rechaza formalmente hablar de “genocidio armenio”.