Un pintor hace el retrato de un joven, a vista de él, apuesto y con una enorme jovialidad; el primero se obsesiona con tal belleza y el homenajeado con un narcisismo que termina cuando llega la vejez. Sus nombres: el pintor inglés Basil Hallway, creador de la pintura de Dorian Gray; protagonista del libro, de la historia y de la novela escrita por el autor irlandés, Oscar Wilde.
“Mientras el pintor observaba la fastuosa y arrogante imagen que su arte había reproducido con tan enorme viveza, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro y pareció permanecer en él”. Así se marca el inicio de esta pequeña obra publicada en la agonía del siglo XIX: 1890.
Con un juego entre lo filosófico y lo psicológico, Wilde logra exprimir el concepto de belleza a su máximo esplendor; pues no sólo se enfoca en deleitarse y deleitar a los lectores con la belleza de Dorian. También llega a los límites de un alma y un espíritu que, indiscutiblemente, sólo él supo conceptualizar: Dorian “odió su propia belleza y, tirando al suelo el espejo, aplastó los plateados pedazos bajo su tacón. Era su belleza la que había perdido, su belleza, y aquella juventud por la que hizo una súplica. Pero, a pesar de aquellas dos cosas, su vida hubiera podido mantenerse inmaculada. Su belleza había sido tan sólo una máscara para él; su juventud, únicamente una burla”.
De esta manera, Oscar Wilde pasa de los terrenos de la estética a la psicología para coquetear con los ensueños de la moral: “¿Cómo puedes decir eso? Confieso creer que es mejor ser bello que bueno. Pero, por otra parte, no hay nadie tan dispuesto como yo a reconocer que es mejor ser bueno que feo”, discutirían en algún punto Dorian Gray con Lord Henry Wotton, el alter ego del primero.
Denominada novela de terror gótica, El retrato de Dorian Gray no podía encaminarse hacia uno de los temas más convencionales de toda obra que lleva consigo toques existencialistas: la muerte. “Era la muerte en vida de su propia alma la que le trastornaba. Basil pintó el retrato que había mancillado su vida. No podía perdonarle aquello. El retrato era el causante de todo”, se manifiesta en uno de los puntos cúspide del libro. En el que las causas se ven perdidas intercambiando un retrato por el trasfondo del deseo, la frustración, la pasión, el amor y el capricho. Aquellos sentimientos que, normalmente, suelen disfrazarse de eufemismos, símbolos o referentes el ser humano por reflejo natural propio.
La obra de Oscar Wilde juega con el lector anteponiendo conceptos que se cruzan entre sí para ser, estratégicamente, interpretados a partir de la recepción de quien lo está leyendo. El retrato de Dorian Gray es de los pocos libros que se aventura a decir un claro “sí, pero no”; siendo totalmente concreto en lo que está manifestando, como es el caso de Henry, quien en todo momento deja claras lecciones de toda clase: “justamente el amor es en sentido estricto cuestión de fisiología. No tiene nada que ver con nuestra propia voluntad. Los jóvenes quieren ser fieles y no lo son; los viejos quieren ser infieles y no pueden”.
Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde, mejor conocido como Oscar Wilde, nació en Dublín, Irlanda, un 16 de octubre de 1854 y murió a los 46 años en París, Francia. Se le conoce por obras tan famosas como El retrato de Dorian Gray o La importancia de llamarse Ernesto. También fue reconocido por su obra poética y teatral. Posiblemente enorme obra aspire a convertir a sus lectores en lo que menciona en alguna parte de Dorian Gray: “el mundo ha cambiado porque tú estás hecho de marfil y de oro, las curvas de tus labios escriben de nuevo la historia”.