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Ya son 38 años sin el gran cronopio fugitivo

FOTO: ARCHIVO

A 38 años de su muerte, Cortázar probablemente sigue siendo el escritor más popular de la literatura argentina, o al menos su figura más entrañable.

Ha sido capaz de introducir al lector en otra realidad más amplia que la cotidiana, sin la ostentación de erudición de esa otra figura hoy más unánime que es Borges.

Su obra y sus cuentos, son todavía la puerta de entrada a la literatura para muchos jóvenes, pero también fue un talismán para las generaciones que crecieron durante los años 60 y 70 en América Latina.

“Yo empecé a escribir mi obra en soledad, y quienes me descubrieron no fueron los editores. Fueron los lectores. Esto es importante para explicar ese fenómeno que ha sido mal entendido que se llamó el Boom, empezando por la aberración estúpida de darle un nombre en inglés”, dijo Cortázar.

A diferencia de otros representantes de aquel boom latinoamericano como Mario Vargas Llosa o Gabriel García Márquez, Cortázar concebía la literatura como “un oficio estético-artístico de búsqueda de la perfección y de la belleza”, según su biógrafo Mario Goloboff.

Sus cuentos, entre los que hallan algunos de los mejores exponentes del género en castellano, son la demostración más cabal de esa idea.

Asimismo, su particular manejo del lenguaje coloquial y la incomparable capacidad de crear entornos fantásticos, sugestivos e inquietantes dan cuenta de un escritor único.

A diferencia de las ficciones borgeanas, la disolución de la realidad y lo insólito en Cortázar no revelan el deseo de imponer un orden racional que nos defienda de la incoherencia del mundo, sino una dimensión vital más profunda a la que súbitamente podemos vernos arrastrados.

Desde París, donde fijó su residencia desde 1951 para seguir sus aspiraciones literarias y a donde también se dice que huyó del clima opresivo del peronismo de la época, Cortázar comenzó a preocuparse cada vez más por las causas políticas de la región, las que no dudó en apoyar durante aquellos años turbulentos.

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