“En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba…”. Hace exactamente 35 años, fallecía el autor de este fragmento de “El aleph”, obra integrada al libro del mismo nombre. ¿El escritor?: Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo. Mejor conocido como Jorge Luis Borges, quien nació un 24 de agosto de 1899 y murió el 14 de junio de 1986.
No hay menor homenaje que recordar al escritor, poeta, ensayista, literato… erudito nato, quien con una de sus obras más representativas; ya sea desde un punto de vista desde la crítica literaria, pasando por la alquimia, la historia universal, la ciencia, la religión, la filosofía, la cábala, el judeocristianismo, y hasta la propia autobiografía, nos hace representar en “El aleph” el todo y el nada. Un inicio y un fin en todos los sentidos. Al terminar de leerlo, se genera una interpretación, en una segunda lectura se da otra. Después de la tercera, vuelve loco a quien aprecie el mundo de ideas que deja entre sus pocas páginas, pero que compendian un mundo de historias lineales con zigzagueantes toques de iluminación intelectual.
“El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó…”.
Con estas palabras, algunas de las que Borges elige para describir su experiencia de haber apreciado esa primera letra del alefato, o alfabeto hebreo, cuyo valor es cero, y en la escritura hebrea puede tomar la proporción fonética de las cinco vocales, según la gramática hebrea, el escritor argentino inmortaliza no sólo lo universal de su obra, de su pensamiento y de su aportación literaria. Se inmortaliza a sí mismo para hacernos reflexionar sobre cómo inmortalizarnos a nosotros mismos, a nuestros familiares, amigos, amantes, cercanos, con sólo mirar a un punto imaginario, del que, tal y como está “no claro” en la obra, vivirá por y para siempre, aunque esté lejos, casi invisible. Prácticamente inexistente, al menos en materia.
“El aleph”, publicado en 1949 en la capital argentina, no pudo haber sido más atinado y quizás estratégicamente puesto a la vista de todos los lectores de Borges, justo cuando éste cumplía medio siglo de edad. Hoy, lo recordamos por ésa y una infinidad de obras que lo hacen seguir consolidándose como ese autor que nos hace recordar que, como narra en el mismo cuento, “nuestra mente es porosa para el olvido”.