Este año decidió invertir en muñecas “María y José”, unos autos, dinosaurios que emiten sonido, cadenas y anillos de fantasía, y carritos de carga. Afirma que compró varios y “vea, de este (señala el auto) vendí uno, de este vendí casi todo (carritos de carga) y de las muñecas apenas una. De los dinosaurios varios” Al preguntarle sobre cómo le fue con los Reyes Magos, dice con tono de sorpresa:
de la fregada, me fue de la fregada. Todavía tengo mercancía y aunque me fui al tianguis de Cuautitlán (allá si nos dejaron ponernos para venderles a los Reyes Mayos), vendí algunos juguetes, pero me quedé casi con todo.
Su diablito advierte al público que se debe usar cubrebocas.
Don Pro es vendedor ambulante. A sus 73 años sale a vender su mercancía con la esperanza de que los Reyes Magos aún pasen. De algunas ventas que hizo antes, sacó un poco para invertir en sus juguetes. “Yo soy vendedor por temporada. Ahorita son los juguetes, pero si se logran vender voy a traer sombrillas, para la lluvia y para el calor.” Su medio de transporte para cargar su mercancía es un diablito. Vive cerca de la Estación Lechería del tren suburbano. “Yo vivo en el cerro de enfrente. De aquí me bajo y tomo el pesero que me deja cerca de allá y ya luego me voy caminando.” Trae su cubrebocas, que aunque maltratado, se lo arregla para subirlo cada vez que se le baja del rostro.
Un hombre se acerca a preguntar sobre los dinosaurios. Don Pro pone en marcha su labor de convencimiento. Le habla de los otros juguetes. Explica que los carritos tienen luz y abren sus puertas. Son carros convertibles. El hombre sin cubrebocas escucha a Don Pro y observa los juguetes. Le cuenta que este año le fue mal con los Reyes, pero tiene estos juguetes y espera venderlo. Rebaja sus precios. El hombre medita y le vuelve a preguntar sobre las muñecas. No falta quien por curiosidad se acerque, pero no pregunta y se sigue de largo para ingresar al Tren Suburbano. Llama la atención que vendan juguetes en ese espacio en el que se acostumbra a observar ventas de dulces, electrónicos y hasta flores de colores oscuros (de una chica dark que ofrece sus productos sentada sobre el largo pasillo).
Finalmente, el hombre se decide y se lleva un dinosaurio. Don Pro guarda su dinero y cuando el hombre se aleja comenta a Once Noticias que “ya salió para la comida de hoy, aunque sea. Tuve que rebajarlo, casi no le gano nada. Miren, las muñecas valen $125, pero ya las dejo en $100 y el carrito estaba en $180 y ya lo dejo en $150. Esos treinta pesos para mí son pérdida. El dinosaurio que se llevó el muchacho se lo dejé en $100.”
La familia de Pro se integra por él, su esposa y su nieto. Dependen totalmente de la venta del día. El hombre cuenta que él piensa que le echaron la sal: “yo creo que fue el sujeto que me robó en el tianguis de Ciudad Labor. Estaba yo distraído. Me preguntaron por unas playeras y luego ese sujeto se acercó a preguntarme por las chamarras. Estaba yo dándole el precio y que se llevan mi caja de mercancías. Desde ahí me saló. Yo compré mis playeras y chamarras y dije ‘con esta venta me voy a comprar una carcachita, para andar cargando mi mercancía’. Pero se la llevaron.”
Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIM), en México, antes de la emergencia sanitaria por Covid-19, ya existían ya muchas brechas en el mercado laboral y dificultades ligadas al trabajo, en particular en términos de acceso al empleo y condiciones laborales (2019: 3). En su nota técnica por país, presentado apenas en Octubre del 2020, afirma que la condición de informalidad del empleo acentúa la pobreza laboral: mientras que sólo 8% de los trabajadores formales ganan hasta un salario mínimo, más de 34% de los ocupados en la informalidad ganan hasta un salario mínimo. Si bien la revalorización del salario mínimo lo puso a $123.22 pesos desde enero de 2010, es un ingreso que todavía es bajo.
La informalidad es particularmente vulnerable y sensible a los impactos de la pandemia de la Covid-19, además algunos grupos poblacionales son más vulnerables ante los efectos de la crisis sanitaria y económica, tal lo afirma la OIM, y en coincidencia con el caso de Don Pro. Además, se debe considerar su pertenencia a un grupo etario que, ante la emergencia sanitaria, es considerado como grupo de riesgo, lo que agudiza el panorama. En México, la edad de retiro oscila entre los 60 y 65 años (INEGI, 2000). Sin embargo, al llegar a estas edades o rebasarlas, hay gente que continúa trabajando por la falta de seguridad económica en la vejez (Del Popolo, 2001). Lo anterior indica que el caso de Don Pro está en coincidencia con dicha afirmación.
Durante el rato que Don Pro platicó con Once Noticias, nadie se acercó a preguntar. El hombre decía que antes vendía hasta cubrebocas, pero “no me gusta hacerle competencia a la gente. Allá hay una señora que vende. Yo prefiero vender mis juguetes. Si dios quiere traigo luego las sombrillas. Si no logro sacar mis juguetes estos días tendré que guardarlos para el siguiente año, para los Reyes del siguiente año.” Al pedirle unas fotografías aceptó con gusto, aunque estaba preocupado porque consideraba que debía darnos dinero para salir en los medios. Le confirmamos que eso no era así. El hombre comentó que no tenía internet y en casa nadie podría leerlo, pero que con gusto podríamos fotografíar sus juguetes: “miren, las muñequitas y mi dinosaurio”.
Nos despedimos después de una charla que, a pesar de lo angustioso que resulta saber que el trabajo informal y la falta de seguridad económica de los adultos mayores son parte de una de un contexto frágil en medio de una crisis compleja (OIM), fue amena y cálida.