Economía

Parte Uno. Oficios de la Plaza Santo Domingo: tiempos pandémicos y tecnológicos

La Plaza Santo Domingo, que se encuentra en el cuadrante entre República de Brasil, Belisario Domínguez, República de Cuba y Calle Palma; se caracteriza por reunir a distintos oficios emparentados con la imprenta. Los visitantes acuden a los comercios que hacen invitaciones, para los tradicionales festejos de XV años, bodas o bautizos, hasta imprentas dedicadas a sacar de apuros a estudiantes y profesionistas con sus tesis. Es conocido entre la vox populi que en este lugar se encuentran ambicionados títulos a precios accesibles para los desesperados.

 

Sin embargo, con la emergencia sanitaria por Covid-19, este espacio se ha visto golpeado debido al cierre de comercios. Además, prevalece la constante amenaza que representan las tecnologías a los oficios tradicionales que han hecho de este lugar un punto en el que el tiempo ha logrado detenerse.

 

Once Noticias conversó con dos personajes que ofrecen su trabajo y servicios en la plaza que colinda con el Antiguo Palacio de la Inquisición. Ambas voces compartieron sus historias y preocupaciones, así como su carisma y amabilidad.

 

Escribanos, escribientes: los evangelistas de la palabra mecanografiada

Frente a los comercios de imprenta, al cruzar los arcos de la plaza Santo Domingo, se ubican escritorios con números y máquinas de escribir. Algunas, en su mayoría, ya son electrónicas, aunque persisten las manuales con cintas y rodillos. Los escribientes esperan a sus clientes: mientras tanto juegan dominó con otros comerciantes, leen el periódico y una mayoría observa a los transeúntes pasar. “¿Qué busca? Hacemos llenado de documentos, facturas. ¿En qué le puedo ayudar?”, preguntan a los transeúntes que pasan frente a ellos.

 

Los comerciantes de la zona reconocen y afirman, sin temor a equivocarse, que los únicos que tienen el poder de la palabra son los mecanógrafos:

 

Es que ellos ya tienen mucho aquí. ¿Yo qué le puedo contar si tengo poco? Ellos han visto de todo, han visto hasta a Cantiflas. Eso me lo contó uno de ellos. Yo tengo poco, unos 7 años que trabajo aquí. Antes estaba en otro lado. Pero le digo, los que sí tienen algo que contar son ellos. Ahorita hay muy pocos, por la pandemia. Hay muchos comercios que están cerrados,” comparte Chucho, uno de los que encaminan a los clientes a los negocios.

 

Los escribanos son un grupo de personas cuyos servicios radican en ofrecer su habilidad de redacción y mecanografía.

El oficio tiene orígenes inmemorables cuasi de la mano de la civilización. Sin embargo, la organización de los escribanos, en México, se rastrea posterior a la conquista y colonización europea. En 1573 se creó la Cofradía de los Cuatro Santos Evangelistas en la Nueva España. La principal función de esta organización radicaba en reunir a un grupo de personas que redactaban o copiaban documentos a mano, principalmente, de corte jurídico. Más tarde, en 1792, se fundó el Real Colegio de Escribanos de la Nueva España por cédula que otorgó el Rey Carlos IV.

 

El oficio se volvió indispensable hacia el siglo XIX y XX, en medio de un contexto en el que el analfabetismo asolaba a la población. En la actualidad, el oficio de este grupo de personas se enriquece no sólo con el llenado de documentos oficiales, sino también con la redacción de cartas amorosas y hasta cartas de recomendación.

 

Jesús tiene 50 años. Es mecanógrafo. Lleva 30 años en el oficio. Comparte a Once Noticias que hace “todo tipo de llenados a máquina mecánica o electrónica. Hago cartas de amor y desamor.” El oficio lo heredó de su padre y de su abuelo, ellos también fueron mecanógrafos. “Sólo yo me dedico a esto, nadie más en la familia. A mí me dejaron este oficio. De aquí vivimos, de aquí comemos”.

 

No vive en el centro sino hasta Cabeza de Juárez, en la delegación Iztapalapa, “y diario vengo aquí a trabajar. Saco mi banquito y mi máquina y me pongo a chambear.” Mientras conversa con Once Noticias saca de su escritorio, que tiene el número 9, su chamarra y guarda algunas hojas sueltas y sobres amarillos. Afirma con sus ojos cansados y sin quitarse el cubrebocas que ya casi se va, “ahorita cerramos temprano, por la pandemia.”

 

Al conversar sobre los años y su amor al oficio confiesa –baja el volumen de su voz, como si quisiera resguardar el oprobio de su confesión– que “no me gusta mucho, pero de aquí me mantengo y de aquí como.” Al observar tranquilidad, en su receptora, sin ánimo de desaprobación, suelta una sonrisa. Lo que más redacta son cartas de presentación y de recomendación. Señala que: “ya como el amor se ha perdido en este tiempo, casi no vienen a pedir cartas de amor o de desamor. Se hace más que nada un reconocimiento, cosas, así como llenado de facturas. Sólo cosas que ocupamos para poder ayudarnos a nosotros mismos. Trámites.”

 

Comparte que cuando redacta cartas de amor lo hace inspirándose en lo que cuenta la gente, pero que su mayor inspiración “son las parejas o las muchachas. Si veo a alguien guapa, por ejemplo, me motivo y escribo cosas de esas: ‘eres un terroncito de azúcar, no te puedo abandonar’; cosas bonitas que las haga sentirse bien. Cosas en las que sepan que son indispensables en las vidas de otros. Cosas para llegarles al corazón”.

 

Afirma que en la vida real él no es así, no le salen esas palabras. Comparte que: “algunas veces sí uso poesía, si lo trae la persona. De mi no sale, soy muy equívoco en eso. Fuera del negocio no tengo mucha palabra. Ya tengo práctica, eso sí. Escribo rápido y todo fluye rápido, pero fuera de esto soy otro. Yo no fui a ninguna escuela, yo aprendí así a fuerzas. Comía o no comía”.

 

Para Jesús, no obstante, la escritura en su trabajo es un momento de tranquilidad para sus clientes: “la gente me platica sus problemas. Yo trato de resolvérselos en un ratito, por medio de eso me dicen ‘usted se ganó tanto’. Trato de llegarle a eso, para que la persona se vaya contenta y que sus problemas se olviden un poco.

 

Al preguntarle sobre los precios de sus redacciones comparte que una carta de amor cuesta 50 pesos: “hasta eso no cobro mucho, sólo para mantenerme y comprar frijoles, huevito y sacar para el viaje.” 

 

La tecnología y la pandemia como amenaza a los mecanógrafos

Jesús cuenta que la situación ha sido muy difícil desde que la gente tiene computadora. Al respecto afirma que:

 

La gente ya un aparato donde pueda mandar mensajes, mails. Ahí se nos acaba la oportunidad. Pero no deja de haber trabajo. No deja de haber esas cosas que nosotros buscamos. Mi oficio sí se vio afectado, muchos ya no recurren a hacer un oficio al presidente. Ya lo hacen en sus computadoras. Todos pueden hacerlo, pero redactarlo no es lo mismo que llegarle al corazón, al señor. Cuando uno va a escribirle una carta [al presidente], uno se dirige con respeto. En la forma de pedir está la forma del dar. Entonces yo trato de llegarle al corazón, para que nos siga apoyando en este oficio”

 

El entrevistado cierra con llave los cajones del escritorio. Comparte que su horario laboral ha finalizado y ahora irá a descansar. Llegó desde temprano y al menos obtuvo algo para volver a casa. Con la pandemia él como muchos otros comerciantes vecinos se han visto muy afectados. Al respecto afirma: “sí, nos ha sorprendido toda esta situación. Nos ha pegado mucho a las familias. Tenemos que poner algo de nosotros, también, cuidarnos, alimentarnos bien. Todos nos venimos abajo y para levantarnos nos ha costado mucho trabajo. En mi familia he tenido fallecidos. También ya no hay trabajo. No hay a quién servirle y escribirle.” Un poco desalentado finaliza que:

ya empieza la decadencia de esto, como somos de años, nos pega mucho más. Quién sabe qué pase. No hay a quien servirle, con todo esto.

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