Se cumplen 20 años de que Estados Unidos iniciara su invasión en Irak. Bombas del ejército estadounidense cayeron sobre blancos civiles y militares la noche del 19 de marzo de 2003, hace 20 años, en Bagdad.
Pese a carecer del respaldo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, ordenó invadir Irak.
“Saddam Hussein y sus hijos deben abandonar Irak en 48 horas. Su negativa dará lugar a que se inicie una acción militar en el momento que elijamos”, dijo George Bush el 17 de marzo de 2003.
Bush fue respaldado por los gobiernos de Gran Bretaña y España. Argumentaron, sin pruebas, que el entonces Gobierno iraquí de Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva, las cuales nunca fueron encontradas.
Washington entrenó a soldados iraquíes cuando, a causa de la invasión, la red Al Qaeda y el Estado Islámico comenzaron a realizar atentados.
“Se pretende termina con la violencia, lo que responde a los deseos del pueblo iraquí”, señaló Hider Abbass, soldado de Irak.
Así, fue hasta 2009 cuando el presidente, Barack Obama, ordenó la retirada paulatina de sus soldados.
Los chiitas, los grandes ganadores de la caída de Sadam Hussein
Los chiitas fueron los grandes ganadores de la caída del presidente sunita Sadam Hussein hace 20 años y, desde entonces, dominan la política de Irak, un país multiétnico y multiconfesional de 42 millones de habitantes.
La comunidad chiita, mayoritaria en Irak, se vio marginada en los tiempos de Sadam Hussein, pero un cuestionado sistema de reparto del poder instaurado tras la invasión de Estados Unidos les garantiza la supremacía política.
Los chiitas gozan de buenas relaciones con Irán, el país vecino, que es también un influyente aliado. La República Islámica vigila de cerca la política iraquí. El cambio más visible para los chiitas tras la caída de Sadam en 2003 fue que pudieron expresar nuevamente su fe y devoción a la figura fundadora del Islam chiita, el imán Hussein.
Durante las grandes conmemoraciones del Ashura y del Arbain, millones de peregrinos convergen en las ciudades santas de Nayaf y Kerbala. Bajo el mando de Sadam Hussein, estas celebraciones eran semiclandestinas.
Tras la caída del régimen, las autoridades interinas instaladas por Estados Unidos construyeron un nuevo orden político y acordaron que el primer ministro sería un chiita, el presidente del Parlamento un sunita y que la presidencia, un cargo esencialmente simbólico, iría a un kurdo.
“Élite consolidada”
Era de esperar que los principales interlocutores iraquíes de Estados Unidos fueran los mejores posicionados para beneficiarse de un cambio de régimen” analiza Fanar Haddad, especialista de Irak en la Universidad de Copenhague.
Dos décadas después, las cosas no han cambiado y los mismos nombres siguen dominando la “casa chiita”, aunque muchos ya no ocupan cargos oficiales.
Entre ellos están Nuri al-Maliki, Ammar al-Hakim y Hadi al-Ameri. Muchos son antiguos opositores exiliados, procedentes de partidos conservadores e islamistas, y que durante mucho tiempo se refugiaron en Irán o en Europa para huir de la represión de Sadam Husein.
Desde entonces hemos asistido a una consolidación de la élite política. Lo que ocurrió en los últimos 20 años es que pasaron de ser funcionarios a ser simples jefes de partidos políticos, que siguen teniendo poder aunque técnicamente no tengan un cargo estatal” afirmó Alshamary.
También han entrado nuevos actores en la escena política, como los Hashed al-Shaabi, facciones armadas pro-Teherán formadas para luchar contra los yihadistas del Estado Islámico ahora integradas en el ejército y con representación tanto en el Gobierno como en el Parlamento.
Ningún acontecimiento ha servido tanto a los intereses iraníes como la invasión de Irak en 2003. Los fundamentos del sistema permanecen en gran medida inalterados. El acuerdo alcanzado por la élite en 2003-2005 sigue rigiendo la vida política” resumió Fanar Haddad.
Cambio generacional
A veces, las disensiones que resquebrajan la “casa chiita” conducen a episodios de violencia sin precedentes. Las últimas elecciones legislativas de 2021 desembocaron en un estallido de enfrentamientos entre el campo proiraní y el turbulento Moqtada Sadr, que culminó en agosto de 2022 con una jornada de combates mortales en el centro de Bagdad.
Esta élite, a menudo acusada de estar desconectada de la base, se ve ahora desafiada por la calle, como lo ilustró el inédito levantamiento antipoder de octubre de 2019, que denunció la corrupción endémica, la decadencia de la infraestructura y el control iraní.
Esas manifestaciones han sacudido especialmente la capital Bagdad y el sur del país, de mayoría chiita, pobre y subdesarrollado, pese a su enorme riqueza petrolera.
Alshamary apunta a un “cambio generacional” y una ruptura con el voto “identitario” del que habían disfrutado los partidos chiitas desde 2005.
La mayoría de los iraquíes nacidos después de 2003 crecieron en un Estado en el que se enfrentan sobre todo a una creciente desigualdad de ingresos y corrupción. Es contra eso que luchan” sostuvo.