El desierto de Atacama, con sus temperaturas extremas calcinantes y congelantes, es la última frontera que separa a los migrantes venezolanos de su sueño de nueva vida en Santiago, la capital chilena.
Crecientes corrientes de migrantes cruzan a pie cinco fronteras durante uno o dos meses en busca de mejorar el porvenir para sus familias.
Nos metieron mucho miedo, en realidad nos dijeron que no íbamos a poder pasar, que nos iban a detener, que migración nos iba a deportar, que nos iban a colocar en un avión y nos iban a regresar a Colombia, cantidades de cosas, que no vamos a poder y nosotros con la mano de Dios seguimos, insistimos y aquí vamos”, explicó Ramsés, ingeniero y migrante venezolano.
El difícil tránsito migrante de Venezuela a Chile pasa por Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, entre rutas que exigen rodeos agrestes al topar con fronteras cerradas.
El ingreso a suelo chileno enfrenta a migrantes con el choque cultural vestido de rechazo en Colchane, un pequeño poblado fronterizo con Bolivia, de menos de dos mil habitantes, la mayoría indígenas aymaras.
Cortar a los venezolanos, que no los dejen pasar a Chile, de tanto pasar a Chile qué es lo que están haciendo, están entrando a robar, están abriendo la puerta, uno les dice ‘¿por qué me abre la puerta?’, no pues nosotros tenemos que sacar algo para comer”, señaló Maximiliana Amaro, indígena aymara.
Mientras tanto, en la ciudad porteña chilena de Iquique, se acumulan las carpas con migrantes que buscan no ser deportados.
No ven la necesidad que uno pasa, uno está bien allá porque uno tiene su familia, tiene casa, pero si no hay nada, si no hay comida, no hay trabajo”, mencionó Agneris, madre migrante venezolana.
Casi mil 800 kilómetros los separan de la capital, Santiago, en la larga travesía para alcanzar en el Cono Sur de América el sueño, dicen, de una nueva vida.