La Agenda 2030, en su objetivo 11: Ciudades y comunidades sostenibles, plantea la necesidad de hacer que las ciudades y asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles. Esto incluye no sólo la vivienda sino también espacios públicos, el manejo de residuos y la movilidad.
Colombia ha sido uno de los países de la región que ha adoptado las estrategias de la Agenda; en el 2016 y 2018, el país entregó informes y reportes voluntarios sobre sus avances en el tema. En estos datos se destaca que aumentó el porcentaje de departamentos y ciudades que incorporaron, en políticas y planes de desarrollo, los temas de cambio climático.
Sin embargo, como pasa en otros países de la región, los esfuerzos no son suficientes sino se vincula con otros objetivos. Por ejemplo, se planteó el aumento de vehículos eléctricos, sin considerar que hasta el 2018 el Índice de Pobreza Multidimensional (IPM) era del 19.6% en el país. Es decir, aunque ha disminuido, según las estadísticas, prevalece la desigualdad en términos multidimensionales. Aunado a esto, en el portal Agenda 2030 en Colombia, no hay especificidad estadística sobre la construcción de espacios públicos verdes, seguros e inclusivos, aunque se menciona que hasta el 2015 se registró que 17.9% de mujeres, entre 13 y 49 años, habían sido tocadas sin su consentimiento. En 2010 se reportó el 18%.
Bajo este contexto, surge un proyecto que ha llamado la atención en Cali, Vivo Mi Calle: una iniciativa participativa que busca mejorar la salud y bienestar de infancias y adolescentes, a través de la regeneración de espacios públicos y rutas seguras que fomenten su derecho a la ciudad. Sus proyectos revaloran el espacio no sólo a través de la materialidad física sino en la apropiación de él. Además, buscan forjar lazos de trabajo y de participación con un sector fundamental: las infancias y juventudes.
En esta primera entrega Once Noticias conversó con algunas voces que han coordinado los proyectos de Vivo Mi Calle, para conocer sus procesos, desafíos y las apuestas que hacen por las infancias y juventudes, como parte de una experiencia local con miras a expandirse en el resto del país.
El Puente de Colores, “una lección de urbanismo”
Cali es una ciudad que pertenece al Departamento de Valle del Cauca. Hasta el 2018 el censo contabilizó a 2 119 901 habitantes. Es la tercera ciudad más poblada de Colombia. Como muchas otras en la región, padece los efectos de la desigualdad social y durante largo tiempo fue reconocida como una de las ciudades más violentas del mundo.
Fue la elegida para intervenirla con el proyecto Vivo Mi Calle. Natalia Lleras, directora del proyecto, señala que buscaban trabajar en zonas vulnerables en Cali para hacer el enlace de salud y movilidad. Compartió a Once Noticias que “el corazón del proyecto son niños, niñas y adolescentes. Son los protagonistas y lo que buscábamos era que nos dijeran cómo se sentían en el espacio público y cómo se sentían en ellos. No llegamos con soluciones, sino que ellos dieron las respuestas. Ellos nos dijeron sus necesidades.”
En su búsqueda decidieron trabajar:
La recuperación del espacio público para incentivar la movilidad y el ejercicio en general. Agregamos lo de espacios públicos porque nos dimos cuenta de que había una zona con altos índices de violencia, que estaba muy desolada y los niños y niñas evitaban pasar por ese lugar. Le atinamos al bienestar físico, mental y social”.
Fue así que decidieron recuperar el Puente de Colores. Lo primero que hicieron fue realizar entrevistas y encuestas a niños y niñas. Al respecto señala Fredy Bustos, Coordinador de Participación Ciudadana, a Once Noticias que “ellos nos dieron pistas de esos elementos sensibles que los motivaban y estimulaban. Empezamos a buscar alternativas y aliados, para generar diálogo con la comunidad.”
Más adelante señala que “por ejemplo, cuando les preguntábamos sobre el tema de seguridad nos llamaba la atención que los niños y niñas decían que no les daba miedo ver una persona armada, porque la conocían o era parte de su familia, alguien de las pandillas. Otros sí se sentían intimidados.”
Se buscó hacer un proyecto de participación en la que se involucraran a todos los actores de las comunidades, instituciones gubernamentales y a los miembros del territorio. Fredy apunta que hicieron actividades de intervención de pintura y “nos ayudaron a limpiar el puente. Fue muy favorable tener una posibilidad de diálogo en el territorio.”
Recuperaron una estructura que se encontraba abandonada con el objetivo de cambiar la connotación que tenía ese lugar. Natalia comparte que “teníamos 29 factores de riesgo agrupadas en seguridad vial, seguridad personal, acoso callejero y otros riesgos del entorno.”
El Puente de Colores se intervino para pintarlo “y poner unos resaltos. Ese parque tiene 2 km de largo. En el otro extremo del parque hay unos muchachos que practican bicicleta. Ahí los muchachos hicieron resaltos con llantas viejas. En estas actividades participaron diversos actores, por ejemplo, esos muchachos. Esto nos dejó grandes lecciones de urbanismo.”
Laura Puerta, coordinadora local de Vivo Mi Calle, comparte que “cuando se hizo el Puente se apostó por un proyecto colorido y participativo: todo es más alegre.”