Salvador Allende fue el primer presidente socialista de Chile, en 1970; fue derrocado a través de un golpe de Estado hace 50 años, liderado por Augusto Pinochet, con apoyo de Estados Unidos.
El reloj marcaba las 07:20 horas cuando el presidente Salvador Allende, quien había sido electo por el pueblo y representante del partido Unión Popular, dejó su vivienda ubicada en Tomás Moro en la Comuna de los Condes para dirigirse al Palacio de La Moneda, sede del Poder Ejecutivo, junto a una comitiva compuesta por sus asesores, su escolta e integrantes del Grupo de Amigos del Presidente (GAP).
En el camino poco se sabe que pensó, pero existe la posibilidad de que, en medio del caos de esa agitada mañana del 11 de septiembre de 1973, el presidente Allende se tomó un minuto para meditar el mensaje que le daría al pueblo chileno.
Las radiodifusoras, afines al Gobierno de la Unión Popular, habían sido silenciadas a través de la “Operación Silencio” apenas unas horas antes en Valaparaíso, por lo que habría que emitir el mensaje a través de las radios que habían resistido y que lograban salir por frecuencia modulada: Radio Magallanes y Corporación.
Tal como cuenta la memoria, alrededor de las seis, había comenzado también el “Plan A” en Santiago: el ejército, la fuerza aérea, la armada y los carabineros, con el apoyo naval de Estados Unidos, se habían trasladado desde el norte a la capital para atestar un golpe de Estado y derrocar al Gobierno elegido por el pueblo.
La situación era crítica. Toda la madrugada lo fue.
En el reloj marcaba las 7:55 de la mañana cuando el presidente de Chile dirigió un primer mensaje a la nación en radio Corporación:
“Habla el presidente de la República desde el Palacio de La Moneda. Informaciones confirmadas señalan que un sector de la marinería habría aislado Valparaíso y que la ciudad estaría ocupada, lo que significa un levantamiento contra el Gobierno.”
Minutos después, José Toribio Merino, almirante que sirvió durante la Segunda Guerra Mundial, negó cínicamente que fuera un golpe de Estado y dijo que sólo se perseguía “el restablecimiento de un Estado de derecho acorde con las aspiraciones de todos los chilenos”.
Más tarde, a las 8:45, Allende volvió a hablar por radio desde Santiago: “La situación es crítica, hacemos frente a un golpe de Estado en que participan la mayoría de las fuerzas armadas”, dijo.
Cuenta la historia, que las fuerzas armadas le entregaron un salvoconducto al presidente, para exigirle abandonar el país, pero lo rechazó rotundamente. El ultimátum decía que a las 11 de la mañana debía entregarse y de no hacerlo ostentarían un potencial ataque bélico.
Alrededor de las 9:10, Allende emitió por Radio Magallanes, un último mensaje, íntimo y combativo, que se convertiría en su testamento político. Miles seguían su discurso:
“Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado su juramento […] Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡No voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. […] Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos”.
El presidente socialista le habló a los “trabajadores de la patria”, a la mujer campesina y obrera, las juventudes y agradeció la confianza que le entregó el pueblo chileno para dirigir el país.
Mientras tanto, los aviones sobrevolaban la sede del Ejecutivo. Pese a la amenaza latente, Salvador Allende invitaba a su pueblo a defenderse y resistir:
“El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. […] Mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.
Después de esa despedida, cuando las manecillas del reloj marcaron las 12 en punto, comenzó el bombardeo aéreo en el Palacio de la Moneda. Las crónicas de la época contaron que, en 16 minutos, dos aviones de combate Hawker Hunter lanzaron más de veinte bombas sobre el edificio.
Al interior, en medio del fuego y la bruma, el presidente Salvador Allende estaba acompañado de su casco y un fusil de asalto AK-47, regalo que le dio Fidel Castro para dirigir la defensa del palacio presidencial.