“La sociedad del Siglo XXI ya no es disciplinaria, sino una sociedad del rendimiento. Tampoco sus habitantes se llaman ya ‘sujetos de obediencia’, sino ‘sujetos de rendimiento'”, así lo señala el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su libro “La sociedad del cansancio”, al tratar de aportar un entendimiento del mundo actual.
Ahora, imaginemos un globo terráqueo, ubiquemos las coordenadas en América, bajemos un poco y vayamos al área correspondiente de América Latina.
“Estamos en una parte del continente donde no funciona la unidad regional. Estados Unidos ya no es la potencia que podía interferir para cambiar gobiernos. Se encuentran presente en este momento actores hegemónicos como las potencias medias que están cobrando relevancia, como China y Rusia. Incluso ya podemos empezar a hablar de Irán, India y Turquía, que en los últimos años han ganado bastante dinamismo. Sumado a ello, a nivel mundial estamos presenciando un escenario de transición económica“, refiere el doctor Antonio Hernández Macías, miembro del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe (CIALC) de la UNAM.
Sumado a este entorno político y económico, falta la pieza fundamental para que todo funcione: la sociedad latinoamericana. Ésta es resultado de un inminente proceso histórico lleno de luchas de todo tipo, y en el que perdura uno de los combates en busca de la utópica equidad económica, misma que por la crisis de COVID-19, hace un año, no le presenta un panorama nada alentador, al menos para los próximos años.
“La pandemia ha generado presión sobre la sociedad: problemas de acceso al empleo, a la educación, a la inclusión social, que incluso ha generado exclusión”, destaca el doctor Morgan Quero, investigador del CIALC.
Para la doctora Eva Leticia Orduña, investigadora de tiempo completo del CIALC, el panorama anterior, no ha hecho más que generar un descontento que no es más que el reflejo de que “el modelo económico, político, y el régimen democrático está fallando. Y no se trata de decir que no está funcionando la democracia”.
“Todo esto se está evidenciando con las protestas masivas que se están dando. Lo hacen de manera pacífica y bajo el régimen establecido. Lo negativo es la forma en la que los gobiernos están reaccionando. La posible respuesta a este entorno es la ausencia de líderes. Las dictaduras que se han dado en América Latina se han encargado de desaparecer a los líderes sociales que realmente tenían autoridad moral, así como la capacidad para poder crear proyectos alternativos que se requieren”, sostiene la doctora Eva Leticia Orduña.
Un país dominado por pocas familias
Es pertinente a continuación colocar la brújula hacia Colombia, donde diferentes sectores de la población del país sudamericano han salido a las calles y se han visto reprimidos por el gobierno del actual presidente Iván Duque.
“Para entender el conflicto, hay que echar mano de los años de guerra en los que el país tuvo involucrados a sectores armados. Tenemos a paramilitares financiados y permitidos, en su momento, por el Estado. El crimen organizado que contó con mucho potencial armado. Eso ha generado una larga situación de violencia que ha impactado en grandes sectores de la población. Actualmente prevalece una opción por la derecha que, además, controla a los medios de comunicación”, expone la doctora Silvia Soriano, investigadora del CIALC.
En esa dirección, habrá que entender el conflicto actual de Colombia, como la concentración de una serie de situaciones que ya venían de años atrás, incluso décadas.
“Esta rebelión contra la reforma tributaria es sólo un catalizador de lo que está pasando. Antes de la pandemia ya había protestas contra el gobierno. La creciente pobreza y desigualdad que incluso se hicieron mayores con la pandemia, la marcha atrás de las negociaciones del conflicto interno que había dejado Juan Manuel Santos, los acuerdos no cumplidos a los que se había llegado, y la no aclaración de las muertes de líderes políticos, no son más que los factores de lo que ahora estamos viendo. Sumado a ello, hay que recordar que el gobierno del actual presidente de Colombia es de élite. La política colombiana está dominada por pocas familias. Y las reformas que se proponían no pretendían recabar dinero de los más ricos, sino del alza a la canasta básica, por ejemplo”, explica el doctor Antonio Macías.
Sumado al conflicto en las calles, el país sudamericano da muestra de un reflejo de ingobernabilidad desde otras perspectivas. El mismo Iván Duque ha perdido adeptos. Sus ideas ya no son tan secundadas como cuando empezó su gobierno.
“Sus aliados ya no le dan respaldo. Sus decisiones, en efecto, son muy frágiles o erradas. Eso ha hecho crispar más a la gente. Hay ejemplos claros: primero decidió que tenía que calmar las protestas con la entrada del Ejército, al siguiente día desistió; después aceptó la renuncia de su ministro de Hacienda, quien ya había sido de Álvaro Uribe y con un corte totalmente conservador. Por otro lado, se había negado a hablar con los dirigentes sociales, ahora ya los ha convocado para el 10 de mayo. Esas idas y venidas no han hecho más que demostrar su ingobernabilidad“, cuenta el investigador Morgan Quero.
Una suma de factores y sectores
Un sello distintivo sobre lo que está pasando en Colombia es la participación del sector indígena.
“Ellos están reaccionando, se están movilizando también. Han sabido adaptarse siempre a las situaciones adversas de su país. La creación de sus propias estrategias ha sido clave. Por ejemplo, están bloqueando caminos que, aunque puede tener repercusiones de tránsito de mercancías, bien detendrían el avance de fuerzas represivas. Ese 8% de la población que representan ya tiene gran tradición en enfrentamientos. Cuando los sectores armados intentaban penetrar en sus localidades, lograban hacerles frente. Se han ganado un lugar: han podido avanzar en una financiación de proyectos a su favor”, acota la doctora Silvia Soriano, especialista en movimientos sociales, identidad étnica, perspectiva de género.
Cada uno de estos componentes que ha construido la lucha por el respeto y la democracia en Colombia, no son más que el resultado de una serie de hechos encadenados, que emergió con las protestas la reforma tributaria.
“En esa búsqueda de una propuesta social más estructurada, se puede ver un primer llamado en noviembre de 2019, cuando se pedía la revisión de las acciones económicas y sociales del gobierno. Para septiembre de 2020, se sumó el descontento por haber sido ignorados un año antes, y se sumó el descontento de esas políticas sociales, económicas y la falta de acuerdos de paz a los que ya se había llegado. No obstante, habían continuado las violaciones a los derechos humanos con la matanza de líderes políticos y actos de corrupción”, profundiza la investigadora Eva Leticia Orduña.
Posibles soluciones
Aunque el panorama colombiano suene alentador con la aceptación de diálogo con los representantes del paro nacional y su presidente Iván Duque, la situación tiene un trasfondo mayor.
Los números no mienten: en 2020, Colombia sufrió una caída de 6.8% de su Producto Interno Bruto, la mayor desde que lleva registros. El desempleó cerró ese año con 15.9%, la pobreza monetaria llegó al 42.5%, según su Departamento Administrativo Nacional de Estadística.
Si bien, esas cifras podrían no ser de interés para el mandatario colombiano, tendrá que atender a las propias; en 2022 habrá elecciones presidenciales.
En una encuesta que se ha dado a conocer, el 82% de los consultados respondieron que no votarían por los candidatos que apoyen el incremento de impuestos.
“Evidentemente esto demuestra que hay un divorcio entre sociedad y Estado. Duque tendrá que analizar esa situación. Su proyecto es inviable. Tiene que retirarlo. En cuanto a la represión, si las cosas siguen así, tendrá que haber intromisión externa, como la de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Se ha dicho que también países de la región han manifestado ya su preocupación. Pero primero se tendría que resolver todo desde dentro del país”, manifiesta el doctor Morgan Quero.
“Es un poco tarde para el diálogo. Iván Duque trata de quitar las causas, como la destitución de su ministro de Hacienda, pero ya no hay tiempo. Ya no es momento. Tendría que ser más hábil y ceder. Ahora se encuentra ante dos opciones: dar marcha atrás a todo o seguir reprimiendo. En Colombia nunca se han tentado el corazón para lo segundo, por eso sería importante la presión internacional“, indica la investigadora Silvia Soriano.
Aunque instancias como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea ya se han pronunciado en torno a lo que está sucediendo, es posible que pudieran tomar otro tipo de acciones, sólo que tienen que ser cautelosos.
“Ha habido acciones de la ONU donde los cascos azules han cometido violaciones a derechos humanos donde se supone que iban a protegerlos. Una posible solución podría ser como la que Europa suele llevar a cabo: sanciones económicas. También tenemos experiencia histórica con la Organización de Estados Americanos (OEA), que no se ha basado en los intereses de los países afectados, sino en los de Estados Unidos; con directrices claras de los norteamericanos”, advierte la doctora Eva Orduña.
La analista internacional planteó que organizaciones internacionales de derechos humanos pueden establecer una educación para la paz, que ayude a construir un Estado de derecho.
Esta radiografía del caso colombiano deja no más que la esperanza de un mejor porvenir se podría materializar en 2022, cuando estos hechos sirvan de impulso para un proyecto alternativo.
“En las últimas elecciones, Gustavo Petro obtuvo la votación más alta para la izquierda colombiana. Eso podría hacer visualizar un cambio en la política de aquel país. Una luz que podría tratar de paliar la situación que se está viviendo”, apunta el analista Antonio Macías.
Colombia es apenas la toma de contacto de una situación que arrastra América Latina y que engloba diferentes factores, principalmente el hartazgo social y económico hacia políticas, líderes políticos y gobernantes indiferentes a las necesidades básicas.
Los latinoamericanos somos el claro espejo de una serie de conquistas de las que no nos podemos despegar por historia, pero tampoco quitar de encima, por sus herederos que se han encargado de montar todas las estructuras necesarias para que todo siga funcionando-no funcionando, de la manera que siempre se ha hecho. Basta tener presente lo que sostiene Byunh-Chul Han: “al nuevo tipo de hombre [el del siglo XXI], indefenso y desprotegido frente al exceso de positividad, le falta toda soberanía”.