Obligados a desplazarse e incluso a vender sus tierras, agricultores y ganaderos de Irak, uno de los países más amenazados por el cambio climático, inician un nuevo verano de sequía en el que ven morir animales al tiempo que “emergen” edificios en el campo.
En un país que ya es medio desértico, los pantanos mesopotámicos -el Jardín del Edén de la Biblia- eran un refugio donde los búfalos podían escapar de los más de 50ºC en verano.
Más al sur, en el río Chatt al Arab, única abertura de Irak sobre el mar, los navegantes disfrutaban de los palmerales.
Hoy, con los ríos secos, el agua salada regresa peligrosamente a la tierra debido a las presas turcas e iraníes, aguas arriba, y a los residuos y otras aguas residuales de Irak, aguas abajo.
Todo lo que se planta muere, las palmeras, la alfalfa, que normalmente soporta el agua salada, también muere”, lamenta Rafiq Taoufiq, agricultor en Basora (sur).
Si bien en los últimos años el agua salada dejó estériles miles de hectáreas y envió a 100 mil iraquíes al hospital en el verano boreal de 2018, esta temporada es diferente.
“Por primera vez, ya a partir de abril y al comienzo de la temporada agrícola el agua salada regresó a la tierra”, explica Alaa al Badran, ingeniero agrónomo de esta provincia petrolera.
Dos grados más
Esta precocidad, junto con las altas temperaturas, es un duro golpe para el sector agrícola, que representa 5% del PIB y 20% de los puestos de trabajo en Irak, pero solo cubre la mitad de las necesidades alimentarias del país, que recibe importaciones mucho más baratas.
En total, según el presidente Barham Saleh, “siete millones de iraquíes” -de 40 millones- “ya se han visto afectados por la sequía y los riesgos de desplazamiento que conlleva”.