El 2018 fue reflejo de un hartazgo generalizado; concluía un sexenio violento y lleno de corrupción. Fue un año de muchos cambios, pero también de mucha esperanza: luego de tres campañas y doce años de espera, Andrés Manuel López Obrador consiguió la victoria en las urnas y fue proclamado Presidente de la República.
AMLO llegó a su tercera y última contienda presidencial como candidato de su nuevo partido, Morena (en coalición con el PT y el PES) y con una aplastante mayoría en las preferencias ciudadanas: todas las encuestadoras lo posicionaban como favorito para ganar las elecciones.
Su contrincante más cercano, Ricardo Anaya, candidato por la coalición del PAN con el PRD y Movimiento Ciudadano, no parecía recortar distancias.
José Antonio Meade, del PRI (en coalición con Nueva Alianza y el Partido Verde), y Jaime Rodríguez Calderón, candidato independiente, realmente no lucían con verdaderas posibilidades de meterse en la carrera.
Bajo el nombre de “Juntos Haremos Historia”, la coalición encabezada por AMLO prometía una “cuarta transformación” profunda en el país, priorizando temas como la seguridad, la economía y la educación. Los debates los utilizó el candidato para defender su proyecto de nación, el cual era constantemente atacado por sus rivales.
Con seriedad y mucho carisma, criticó los gobiernos pasados y los problemas en los que habían sumido a México. Las campañas en su contra no parecían tener efecto real en la intención de voto del electorado, pues las encuestas lo continuaron situando en la primera posición.
El 1 de julio de 2018 se concretó el tan soñado triunfo: con 30 millones 113 mil 483 votos, el 53.19% del total, se convirtió en el presidente más votado de la historia, superado 6 años después por Claudia Sheinbaum.
Finalmente, AMLO llevó su movimiento a la Presidencia. Esta vez sí, el camino fue el del triunfo. Ningún fraude podía hacerse, ningún fraude podía reprocharse. La tercera fue la vencida.
