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“Reconozca la realidad”

Para atrás o disparo… somos de la embajada americana” con esta amenaza, proferida a gritos por un miembro de las fuerzas especiales del ejército norteamericano, desde una barricada, al fondo de un pasillo del segundo piso del Hotel Sheraton en San Salvador, comenzó el giro histórico y estratégico de la política de los Estados Unidos frente a las izquierdas latinoamericanas.

El 20 de noviembre de 1989, unos días después del asesinato de seis sacerdotes jesuitas y de que el ejército gubernamental, en un esfuerzo desesperado por expulsar a la guerrilla de la capital salvadoreña, liberara el uso de blindados y de la aviación contra los barrios populares, los rebeldes decidieron asaltar los barrios más ricos de la ciudad y se tomaron el Sheraton.

Un grupo de boinas verdes estadounidenses, armados hasta los dientes, quedó atrapado en el hotel a unos metros apenas de las fuerzas guerrilleras. “No negociamos con terroristas la liberación de rehenes” respondió tajante el Departamento de Estado a una comunicación de la guerrilla. “Nosotros, respondió ésta, no somos terroristas y esos no son nuestros rehenes, estamos empeñados, advirtió, en una ofensiva que va a continuar; sáquenlos, pero sin sus armas”.

La negociación, sin que mediara un cese al fuego, en medio del combate, fue pese a todos los pronósticos, exitosa. Washington reconoció entonces la realidad; con esa guerrilla a la que no se podía derrotar militarmente, se podía negociar. La izquierda, sin ceder, sin rendirse, cumplía su palabra. Así se abrió la puerta de la paz en El Salvador y también se abrió el camino para muchas victorias electorales hasta entonces impensables en toda América Latina.

Reconozca la realidad” le recomendó al presidente Biden en su propia oficina, después de hablar de esos “agravios imposibles de olvidar y difíciles de perdonar” de los que está plagada nuestra historia, uno de esos hombres de izquierda, que, en el pasado no hubiera tenido más destino que la muerte, la cárcel o el exilio y que hoy es el Presidente más votado de la historia de México.

Con dignidad y firmeza, virtudes qué, por cierto, no exhibieron jamás ante Washington, ni Vicente Fox, que era un bufón; ni Felipe Calderón, que era un sirviente urgido de legitimidad; ni Enrique Peña Nieto, que era un gerente impresentable, Andrés Manuel López Obrador recurrió a la historia, a la maestra de la vida, recordó a la crisis en medio de la cual llegó al poder Franklin Delano Roosevelt y, recordó el aporte sustancial de los migrantes mexicanos en aquel momento; un aporte que no ha cesado desde entonces. Un aporte que se vuelve aún más vital en estos tiempos de crisis.

A proteger, a reconocer, a regularizar, a dar certidumbre a aquellas y aquellos que llevan años trabajando al norte del Bravo, llamó López Obrador, a abrir la frontera a trabajadores de México y Centroamérica para impedir que por falta de mano de obra se paralice la industria, incitó a Biden. “Sé que sus adversarios, -los conservadores, van a poner el grito en el cielo -le dijo- pero sin un programa atrevido de desarrollo y bienestar no será posible resolver los problemas ni -le advirtió- conseguir el apoyo del pueblo”.

A defender a nuestros compatriotas fue López Obrador a Washington y también a tender la mano al gobernante de la gran potencia; a ofrecerle transformar la frontera, esa que Trump quiere convertir en muralla, en una avenida abierta al progreso binacional.

Debemos, remató López Obrador “Actuar con arrojo; transformar, no mantener el statu quo”. Así como en El Salvador, allá en tiempos de guerra, hoy, armada de firmeza y dignidad, hasta con una sonrisa, la realidad irrumpió en la oficina Oval; ojalá Biden sepa reconocerla.

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