Insólito me parece, que en este país, que en el mundo actual, casi tres millones de personas hayan participado en la elección de 3,000 consejeras y consejeros, de un partido político.
¿Por qué esta afluencia masiva a las urnas?
¿Qué ve la gente en este partido que se afilia así, también masivamente?
Coinciden los “puros y los duros” de la izquierda, esos que se reivindican como los “verdaderos representantes de las bases”, con las dirigencias y los voceros de la derecha conservadora en calificar todo el proceso como una farsa; como un fraude.
Escapa a la comprensión de unos y otros, cuanta verdad hay en aquello de que los extremos se tocan, la abrumadora magnitud del proceso. Nublan su mirada las aspiraciones personales frustradas o los dogmas ideológicos en un caso y el racismo y el clasismo más ramplón por el otro.
¿Quién podría movilizar, mediante la compra o la coacción a tantos centenares de miles de personas?
Subyace en este juicio sumario que se abre sobre las elecciones en Morena un desprecio profundo por aquellas y aquellos, que por su libre y soberana voluntad, decidieron participar en el proceso.
Sufren, quienes esto piensan, el mal del títere, que no puede concebir la vida sin un titiritero.
No comprenden me parece, el calado profundo de ese proceso insurreccional que Andrés Manuel López Obrador ha llamado la “revolución de las consciencias” y menos todavía la agitación provocada, la fuerza del vendaval, que con el anuncio anticipado de la sucesión presidencial, sacude a la sociedad entera y revoluciona a Morena.
Tampoco entienden, acostumbrados como están a los usos y costumbres del viejo régimen autoritario, que la fuerza de este vendaval tiene que ver con el hecho de que López Obrador ha hecho renuncia explícita a ese “derecho” del presidente en turno a designar a su sucesor y lo ha entregado, a quien debe ejercerlo; a la gente.
Conscientes de su protagonismo y de su responsabilidad, sabedores de que en sus manos quedará la suerte del proceso de transformación del país, salieron, en tropel, ciudadanas y ciudadanos a afiliarse al partido y a votar.
Es cierto, como Morena es un movimiento amplio en una sociedad convulsa en la que el fraude electoral ha sido una práctica común a través de la historia, se produjeron, como era de esperarse, pero solo en 5 de los 300 distritos; el equivalente al 1.66% del total, irregularidades y abusos inaceptables.
Es preciso investigar, deslindar responsabilidades, castigar, expulsar incluso de ese partido a los responsables.
Pero es preciso también, hacer un balance objetivo de lo sucedido; desvirtuar, con hechos, el relato del “fraude masivo” que se pretende construir y desmontar con argumentos, las trampas propagandísticas que tienden unos y otros.
Descalificar el proceso, por los problemas registrados en 19 de los 534 centros de votación, anular la elección sería a mi juicio, más que un despropósito; una traición.
La victoria, más todavía la que se conquista pacíficamente en las urnas, se les ha escapado, o se la han arrebatado muchas veces a lo largo de la historia, a las mayorías sedientas de justicia, en nuestro país.
No hay que ser avaros con ellas, cuando se consigue, porque suele ser fugaz y veleidosa. La victoria exige un cuidado amoroso y constante, apasionado y merece ser defendida con integridad y con audacia.
¿A dónde va pues Morena?
¿A dónde van sus casi tres millones de militantes?
A defender y consolidar lo logrado, a elegir a quienes habrán de representarlos, a preservar y a dar continuidad al legado de López Obrador, a conquistar, en el 2024, una nueva victoria.