Con la misma terquedad con la que, desde hace años, convoco en Twitter el llamado #PaseDeListaDel1al43, vuelvo, hoy de nuevo, a escribir sobre Ayotzinapa. Lo haré, una y otra vez y cuantas veces sea necesario, hasta que se establezca la verdad, se sepa dónde están los Normalistas desaparecidos y se haga justicia.
Entre los muchos -y atroces- crímenes de Estado perpetrados en el periodo neoliberal, es este uno de los que, de manera más puntual, refleja el modus operandi de un régimen al que puede caracterizarse -y lo sucedido antes, durante y después de esa noche del 26 de septiembre de 2014 en Iguala lo prueba- como uno de los más corruptos, represivos, criminales longevos y sofisticados de la historia moderna.
Para desaparecer a los 43 Normalistas esa noche, para borrar todo rastro de ellos de la faz de la Tierra en los días, meses y años subsecuentes, para encubrir a los perpetradores o eliminarlos y para desaparecer también a la verdad se montó una gigantesca y compleja operación de Estado.