No hay criatura más característica, personaje más representativo del neoliberalismo autoritario y conservador que Genaro García Luna. En él, en cada uno de los episodios de su carrera criminal, desde su meteórico ascenso hasta su caída, se expresan nítidamente el nivel de degradación moral, de descomposición político y social, de ese sistema de dominación que tanto daño hizo a México.
Imposible entender a García Luna sin la impronta corruptora de Carlos Salinas de Gortari. Poner al Estado, a la inteligencia del Estado, al servicio de los intereses personales, usarla para reprimir opositores y detectar oportunidades de enriquecimiento, era, cuando trabajaba en los sótanos del CISEN, la norma.
Imposible, también, comprender la razón de su ascenso, sin asociar el mismo, a la pérdida acelerada del control priísta del estado, a la irrupción del PAN y a las oportunidades que, para personajes sin escrúpulos como él, se abrieron entonces.
La insurrección zapatista y el asesinato de Luis Donaldo Colosio facilitaron, paradójicamente, su acercamiento al primer círculo de Vicente Fox.