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Carta de una transexual al mundo entero

Soy iniciadora de la llamada “generación Z”, “postmillennial”, “centennial”, “generación K”, que va de 1994 a 2010. Nací en 1998, siendo la más chica de entre dos hermanos; hombre y mujer. A mis cuatro años entré al kínder, donde recuerdo que ya me empezaba a preguntar: ¿por qué entro al baño de niños si soy niña?, ¿por qué me formo con ellos, tendría que estar con ellas? En aquellos tiempos no había ningún referente, pensaba que estaba equivocado. Fui creciendo y determiné que era homosexual.

Cuando entré a la secundaria todo empezó a cambiar. Tuve varias novias, incluso puedo afirmar que me llegué a enamorar. Como bien lo dice otra característica de mi generación, nací en el auge de las redes sociales. A mis 13 años abrí mi primer Facebook. Empecé a conocer ‘compañeres’. Hablaban con mucha apertura sobre su decisión sexual.

“Me gusta esto, lo otro”… sumado a diferentes contactos que tuve en redes sociales con homosexuales y lesbianas, incluso de otros países, me di cuenta de que no estaba mal lo que sentía. Ese temor por que mi familia me rechazara, por un posible alejamiento de mis amigos al enterarse quién era yo realmente, fueron desapareciendo.

A los 15 años salí del clóset. Primero con mis amigos, después con mis hermanos. Finalmente, con mis padres, quienes con 60 años tuvieron que afrontar la situación: pensaron que era una moda que seguía. Me llevaron al psicólogo, pero les hicieron comprender que todo era cuestión de ellos. Me tenían que aceptar.

Entré al CECyT 6. No sabía que esa escuela, del Instituto Politécnico Nacional, era famosa por su diversidad sexual. Conocí a amigas bisexuales, binarios… me empecé a vestir de forma extravagante. Me sentía libre, que no pasaba nada. A los 18 años conocí a un chico drag, caracterizado por vestirse de manera exageradamente femenina. Entretenía a la gente en un bar. Andábamos juntos.

Lo acompañaba a su trabajo. Lo admiraba mucho: su valentía y fuerza me llenaban de valor. Ver que, aunque le gritaran en la calle, a él no le importara. Quise que me enseñara a vestirme así, pero se negó.

Cuando cumplí 20 años, falleció. Sus papás me dieron toda su ropa; tanto la de varón como la de drag. Me llamaba la atención usarlas, pero no quería. Sentía que debía rendirle luto sólo guardándolas. Un año después, me atreví.

Empecé a ver tutoriales, a conocer a más drags. Entré a trabajar a un bar en la Zona Rosa. Bailaba y hacía que la gente se entretuviera. Era como la relaciones públicas del lugar. En ese sitio estrené mi nombre drag: “Tequila”, en honor a una canción que me gustaba mucho de la rapera M.I.A. Entre 2019 y 2020 conocí a más drags. No entendía por qué la gente los criticaba. Llegó la pandemia. Me quedé sin trabajo y empecé a reflexionar. Descubrí mi identidad sexual.

El camino


El tiempo que tuve durante 2020 fue suficiente para recordar que mis tías me contaron que de pequeña me ponía una sudadera en la cabeza para simular mi pelo, me ponía vestidos a escondidas de mis papás, pero sí frente a mis primas. En ese mundo de idas y vueltas empecé a determinar que no era feliz como una vida de hombre gay.

Pasaron los meses y me empecé a vestir, ya diario, de mujer. Mis papás no decían nada porque pensaban que seguía la tendencia, por cuestiones laborales, de drag. Pero no. Salí del clóset como trans. Primero ante mis amigos, ellos fueron los primeros en tratarme como mujer.

Eso no me era suficiente. Llegó un momento en el que decidí que quería tratar el tema abiertamente con mis padres. ¡Gritarlo! En ese entonces todavía era llegar a mi casa y quitarme antes la peluca; aunque ya me ponía uñas, extensiones y pestañas. El día llegó. Le dije primero a mi papá. Él se me acercó. Me pregunto si era mujer; se respondió diciendo que no me veía feliz siendo homosexual. Sólo aclaró que me apoyaría, que era momento de ir con mamá.

Ella era la que más resistencia ponía, sin embargo, contestó que desconocía el tema, que me amaban. Empezamos a tomar terapia psicológica.

El primer paso fue asistir a la Clínica Condesa. Nos informaron sobre el proceso de “confirmación de sexo”. Me puse a investigar lo que necesitaba. El tratamiento es gratuito. La psicóloga nos recomendó varios documentales acerca de la sexualidad, diversidad sexual e identidad de género. Mis papás los vieron. También llegamos a ver Diálogos en confianza, cuando hablaban sobre hijos trans. El momento había llegado: iniciar con el tratamiento hormonal.

Vida

Aunque ya había tenido mi primera relación como mujer trans, y que fue muy bonita, tenía que dar el primer paso. En la Clínica Condesa me canalizaron con un psicólogo. Saqué una ficha. La psicóloga hizo preguntas sobre cómo vivía mis 24 horas del día, la manera en la que me desenvolvía. Tienen que ver si no hay cuadros de ansiedad o depresión. El 8.4% de las personas que asisten a los Esfuerzos para Corregir la Orientación Sexual y la Identidad de Género (Ecosig) son más tendientes al suicidio; 5.9%, a la depresión; 3.4%, al uso de drogas ilegales y 3.4% a relaciones sexuales de alto riesgo, y podrían contraer enfermedades de transmisión sexual como el VIH. Así lo dio a conocer en un informe Christian Israel Huerta Solano, profesor del Departamento de Psicología Aplicada del Centro Universitario de Ciencias de la Salud de la Universidad de Guadalajara.

Después asistí a una cita para entregar documentación y el pase para exámenes de sangre. Lo siguiente es ir con el endocrinólogo para que recete las hormonas con base en edad, peso y estatura. El tratamiento ayuda a afinar la cara, que la piel sea más suave, el pelo más delicado, que el busto crezca, también las caderas y glúteos. El vello facial y de la piel disminuyen. La grasa se irá distribuyendo en las zonas tal, como una mujer biológica. También empiezan los cambios hormonales como la pubertad de una mujer. El pene deja de “funcionar” y la libido sexual baja. La voz no se modifica, se tendría que trabajar si se desea.

Un mensaje para la humanidad


Tengo 23 años. Me llamo Suré,
de origen tarahumara que significa “tiene corazón”. Estoy por graduarme de la carrera de Economía en el Poli. En el Casco de Santo Tomás. Pero quiero más bien dedicarme a la belleza: al maquillaje, uñas, pestañas, masajes. Abrir una línea de ropa y que vaya creciendo el proyecto. Desearía tener una pareja estable, no quiero hijos, pero por ahora seguiré con mis papás. Eso es lo que quiero. Lo que deseo. Lo que sueño.

También me gustaría que todos sean felices. Me encantaría que todos tuvieran unos padres tan comprensivos como los míos. Que apoyan a sus hijos en cualquier decisión. La clave para que esto se dé es la información, saber qué está pasando en uno, transmitirlo y ayudar a que la gente del entorno se entere. Es fundamental”

“También, y lo más esencial, es el amor, la seguridad, el respeto y sentirse libres. Hoy en día hasta me contactan señores casados dudosos de su sexualidad. Preguntándome cómo hice para llegar hasta donde ahora. Tratándose de explicar qué es lo que les sucede. La fórmula es simple: sé lo que debes ser sin interesar lo que pase alrededor. Sé libre”.

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