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Mujeres, retos y diferencias de género en la vejez

Pese a que envejecer es un proceso natural y propio de toda persona en el que intervienen factores biológicos, sociales, psicológicos y culturales, es necesario tener claridad en que este proceso no se vive de la misma forma, ya que el género supone distintas afectaciones que se reflejan en las condiciones de salud, actividades cotidianas, formas de convivencia social y, en general, en nuestra calidad de vida.

En 1995, la edad mediana en México era de 21 años, es decir, la mitad de la población tenía 21 años o menos;  en 2010 era de  26 años y en 2020 se incrementó a 29 años según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

La Organización de las Naciones Unidas ha señalado con base en datos del informe “Perspectivas de la población mundial 2019”, que, en 2050 una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años.

Las condiciones de desigualdad entre mujeres y hombres en diferentes etapas de la vida se reflejan en su condición de actividad pasados los 60 años, edad que en México se considera población adulta mayor. Sin embargo, esta desigualdad afila camino desde muy temprano.

Para el cuarto trimestre de 2020, INEGI informó que según los datos obtenidos en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), la población ocupada de 15 años o más en México es de 53 millones 331 mil 429 personas, cifra total de la cual apenas 20 millones 726 mil 325 son mujeres, contra 32 millones 605 mil 114 que son hombres.

De las cifras anteriores es preciso entender que la ausencia de las mujeres en la actividad económica del país desde muy temprana edad, tiene una respuesta multifactorial. Las creencias y prejuicios que descalifican a la mujer para realizar algunas actividades o la asignación obligatoria de ciertos roles en función del género femenino, hacen que el panorama sea en ocasiones poco alentador.

En la actualidad, pese a la fuerza que han retomado los movimientos feministas en todo el mundo, es innegable el rezago socioeconómico y cultural en el que nos encontramos por la histórica violencia e inequidad de género.

La certeza es que conforme aumenta la edad de las personas adultas mayores, hombres o mujeres, se incrementan sus necesidades de cuidado debido a enfermedad o discapacidad, resultado del deterioro funcional propio de las edades avanzadas.

Y si la mujer suele ser por excelencia la cuidadora de la casa, la situación se complica cuando es ella la que necesita recibir cuidados. No se trata sólo de una cuestión de flexibilidad en los ya superados roles de género, sino en un cambio gradual para formarnos como una sociedad que presente las mismas condiciones de vida en la vejez sin que nuestro género intervenga en ello.

La ONU señala que a las personas mayores se las percibe cada vez más como elementos que contribuyen al desarrollo; se considera que sus habilidades para mejorarse a sí mismas y a la sociedad se deberían integrar en las políticas y en los programas a todos los niveles. Y asegura que, en las próximas décadas, muchos países estarán sometidos a presiones fiscales y políticas debido a las necesidades de asistencia sanitaria, pensiones y protecciones sociales de este grupo de población en aumento.

Estamos aprendiendo a lidiar con tecnologías increíbles que jamás hemos conocido y la crisis sanitaria nos ha hecho desarrollarlas rápidamente, esa misma fuerza e interés es el que necesitan las políticas públicas mundiales para hacer cada vez más estrechas las brechas de género, en este caso, al propiciar que adultos mayores sin importar su género, tengan acceso a una vida digna en su vejez.

En 2017, la Comisión Económica para América Latina y El Caribe (CEPAL) estimó que en 2060 la población de 60 años o más predominará en la Región de América Latina y el Caribe. Al respecto, la CEPAL resaltó la importancia de diseñar acciones y políticas públicas como el derecho a créditos, transferencias directas, sistemas de cuidados y una reingeniería en los sistemas de pensión y jubilación, para vivir una vejez digna.

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