Martha Oropesa es enfermera general del Hospital infantil de México desde hace 27 años. Desde chiquita sus muñecas eran doctoras o enfermeras y conforme fue pasando el tiempo reafirmó su convicción por ayudar a quienes la rodean.
En el terremoto de 1985 ya tenía 11 años y se dio cuenta de la necesidad de gente que pudiera ayudar en situaciones de crisis.
Hice mi examen para la universidad a nivel técnico de enfermería en la UNAM. Al principio dudaba por las materias, los maestros y la dificultad para acceder a la información y los útiles escolares. Lo que me daban para mis comidas lo guardaba y me iba a las copias que costaban diez centavos y así conseguía mis libros. Y si no me alcanzaba, me la pasaba en la biblioteca buscando la información. Era darlo todo o salirme de la escuela”, recordó Martha.
Cuando terminó su carrera profesional entró al hospital infantil para hacer su servicio social.
Me llamó la atención la pediatría porque los niños no pueden decir qué les pasa o les cuesta explicar lo que sienten. Por eso decidí estar en esa área”, explicó la profesional de la salud.
Su llegada al área de oncología fue gracias a su carisma y cariño con sus pequeños pacientes. El lugar era gris, silencioso y bastante rutinario. Por eso mandaron a Martha. Ella cantaba, bailaba y jugaba con sus pacientes. Pronto ganó la confianza de los pequeños que sufren algún cáncer y le cuentan diagnósticos o dolencias que no le dicen a los médicos por el miedo. Ella toma nota y pasa los reportes para ayudar al mejoramiento de los niños.
“Siempre he sido cariñosa y abierta. Juego canto, les cuento chistes. Yo creo que no sólo es la enfermedad lo que tenemos que curar, también el alma”, afirmó la enfermera.
Comentó a Once Noticias que cambiaron el servicio de quimioterapia y ahora es un servicio alegre independientemente de la realidad cruda que los niños pasan por el cáncer.
La pandemia cambió su rutina de trabajo. El contacto con los pacientes se cortó de tajo y el aislamiento se hizo más severo para los infantes.
La atención fue más difícil, nuestros niños reclamaban ese contacto, lo resintieron psicológicamente y poco a poco hemos tratado de cambiar el tratamiento con ellos. Al principio resultó con miedo, pero nos hemos ido adaptando para tratar de hacer lo mejor”, aclaró Martha Oropesa.
Para ella, todas las enfermeras y enfermeros siempre deben ser reconocidos por el riesgo que implica su trabajo y la pasión con la que lo hacen.
“Apenas están reconociendo nuestra labor, después de tantos años saben que somos gente impórtate para la salud de todos. Agradecemos el reconocimiento que nos hacen este día, pero cada compañera tiene su reconocimiento diario. Mi recompensa es recibir la sonrisa de los pacientes y la tranquilidad de su familia. Ese es el reconocimiento real”, dijo la enfermera.
A Martha le falta poco para jubilarse y dijo que si pudiera hacer otra labor sería encaminada para ayudar a personas.
Creo que me voy a morir siendo enfermera. Tengo una frase que me gusta mucho y es que, si no vivo para servir, no sirvo para vivir” concluyó Martha.