De dimensiones colosales, las ballenas grises son más largas que un autobús y más pesadas que algunos aviones.
Sorprendentemente, son estupendas buceadoras que recorren los mares desde hace más de cuatro millones de años. Aunque son amigables con los humanos, no hemos correspondido a su gentileza.
El auge ballenero las acabó en el Atlántico a finales del siglo XVIII y las arrinconó en el Pacífico donde, gracias al resguardo de las costas bajacalifornianas, han sobrevivido varias miles de ellas. Sin embargo, la aparición de decenas de ballenas grises muertas en los últimos días en costas de nuestro país, ha encendido las alarmas.
Jorge Urbán Ramírez, investigador del Programa de Mamíferos Marinos de la Universidad Autónoma de Baja California Sur, señaló que en 2019 se hallaron 2016 ballenas muertas a lo largo del litoral, pero a pesar de lo desolador, el panorama lucía promisorio.
“En 2020 fueron 88; en 2021, 55; en 2022, fueron 54, y para 2023 ya fueron 36. En 2024, 29. O sea, ya estábamos viendo una disminución”, explicó el especialista.
Tan solo en este año van más de 90 muertes de ballenas grises registradas, únicamente en el litoral mexicano, y no solo eso.
“Están con menos energía, más flacas, son presas más fáciles para los depredadores, que son principalmente son las orcas y, también, son menos hábiles para evadir embarcaciones”, explicó Urbán Ramírez.
¿La causa? Desnutrición debido a la desaparición del hielo en el Ártico, a consecuencia del calentamiento global de los océanos.

Bajo el hielo proliferan las algas que forman una capa que termina precipitándose al fondo, donde es el alimento de diminutos crustáceos. Las ballenas bajan y dan un mordisco al suelo para filtrar y comerse todos los animalitos, pero al no haber hielo, no hay algas y las presas están flacas, lo que se traduce en escasez de alimento.
Por lo pronto, este 2025, la natalidad cayó 90 por ciento, la más baja en 15 años. Aunque la vida, siempre encuentra su camino.
“Hay zonas donde el año pasado ya se vieron ballenas grises comiendo donde otras veces no lo hacían, pero son zonas más lejanas a donde comían. Entonces, es un gasto extra de energía”, indicó el investigador.