Reportajes especiales

Cáncer de mama. “Pienso que jamás volveré a sonreír, espero no se haga realidad”

Mi vida era como la de un ama de casa dedicada al hogar y a mis labores de ventas por catálogo. Iba a zumba, hacía mi comida. También disfrutaba ir a pasear con mi hija de 15 años después de salir de la preparatoria. Hasta que llegó el día.

Era diciembre de 2020. Me tenía que hacer los estudios rutinarios para detectar el cáncer de mama en un laboratorio privado. Después vino un ultrasonido. El resultado empezaba a evidenciar lo que se avecinaba. Aunque no tenía síntomas ni algo perceptible, tuve que ir con un oncólogo que me recomendaron en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).

Para enero de 2021, en el hospital Magdalena de las Salinas, Ciudad de México, me hicieron una biopsia. Allí me indicaron que me llamarían a la semana si algo salía anormal, o al mes en caso de no detectar algún aspecto extraño. El teléfono sonó a los ocho días, le dije a mi esposo que era algo malo. Me quedaba claro. Me citaron a las 8 de la mañana. El diagnóstico era concreto: cáncer de mama.

Recuerdo perfectamente la sensación que tuve. Fue una especie de sentencia de muerte. Lo primero que me vino a la cabeza fue la palabra “muerte”. Al verme destruida, una señorita me dijo que no me preocupara. Que estaba a un buen tiempo. El proceso apenas empezaría, pero todo saldría bien. Aunque ella trató de alentarme ante mi respuesta de decir que mi miedo era morir: aclaró que todos moriríamos algún día. Le contesté que aún me sentía joven. De inmediato me asaltó otra pregunta: ¿por qué yo?

Salí de Magdalena de las Salinas. Me dirigí de inmediato al Hospital La Raza. Me atendieron de inmediato. Las indicaciones fueron claras: tenía que hacerme una placa del tórax como preparativo para la operación. Una oncóloga me revisó. La cirugía estaba programada para el 16 de enero. Me quitaron mi seno. Fue lo más impresionante para mí, no aceptaba perderlo, pero a la vez lo asumía. Incluso le comenté a la doctora que, si era necesario, para no expandir el cáncer, me quitaran de una vez el otro. La respuesta fue “no”.

Fue de 16 por 16 milímetros aquel tumor que destruyó gran parte de mí. Por eso no lo había ni palpado. Recuerdo perfectamente la operación. Aunque me habían anestesiado, no pude ni cerrar los ojos. Sentía que moriría en la sala de operaciones. Gracias a Dios todo salió bien. Estuve un día en recuperación. El miedo me seguía invadiendo. Llegué a mi casa sin saber qué iba a pasar, qué es lo que venía.

El 3 de abril me entregaron el resultado de mi siguiente estudio. Estaba libre de cáncer, pero tenía que recibir ocho quimioterapias. Me quitaron 13 ganglios axilares de los que cuatro habían salido positivos al cáncer. La doctora me aclaró que, afortunadamente, ésos estaban encapsulados, por lo que se restaba la posibilidad de expandirse.

Empezaron las quimioterapias; cuatro “rojas” y cuatro “blancas”. Esa parte ya me la atendí en el Centro Médico Nacional Siglo XXI. Las cuatro rojas fueron muy agresivas. Éstas consisten en matar células; tanto vivas como muertas. La finalidad es eliminar la mínima posibilidad de presencia de cáncer. Empezó la caída de mi pelo; me quedé sin cejas, sin pestañas. Los dolores musculares eran verdaderamente infernales. Para ese momento sólo agradecía a Dios estar viva.

Ya las quimioterapias “blancas” son menos agresivas. Como mi cáncer es hormonal, me adelantaron la menopausia, para no generar hormonas. A mis 47 años, ya no menstruo, ya tengo bochornos. Esto lo incitaron con medicamento. Los dolores musculares continúan, pero no son tantos como con las “rojas”. La caída de pelo ha empezado a cesar. Mientras las quimios “rojas” me tiraban una semana en la cama, las “blancas” me permiten hacer más cosas. Parecieran incluso revivirme. Mi cuerpo ha aguantado mucho.

Posiblemente las lágrimas en mis ojos no se detengan como no han dejado de hacerlo desde que recibí la noticia. Estoy por la séptima quimio blanca. En noviembre viene la octava; en diciembre empiezan radioterapias y a partir de ahí tomaré la “pastilla azul” durante cinco años. Ésta tiene la finalidad de hacer que el cáncer no avance y/o propague.

¿Miedos? Sí, continúan. ¿El principal? Que el cáncer vuelva y quizás ahora a otras partes de mí. En los diferentes procesos me he encontrado con mujeres a quienes les ha vuelto la enfermedad en el hígado, los huesos… ése es mi temor. Es muy duro aceptar todo lo que ha pasado, está sucediendo y lo que podría venir.

Agradezco a mis amigas. Ellas siempre han estado ahí. Dándome ánimos. Intentando revivirme cuando les cuento lo que me encuentro frente al espejo. Cuando veo ese reflejo de una Norma atravesada en cuerpo y alma por un cáncer que no esperaba y menos podía creer que pasaría. También agradezco infinitamente a mi esposo; él ha estado “al 100 conmigo. Es él quien, al verme tan triste, me ha comprado una peluca para levantarme un poco el ánimo. Él se ha encargado de pagarme el apoyo psicológico que se complementa con el que me da la Fundación Cima, misma que también impulsa mi alimentación adecuada para levantar mis defensas.

Compramos una perrita, jamás había convivido con un animal. Ahora es ella la que me da mucha distracción, alegría. Mi perrita me acompaña a imaginar que esto terminará muy pronto. Volverán las tardes cotidianas de salida con mi hija y mi sobrina. La esperanza de volver a salir a la calle, disfrutar del aire, de vender mis productos, de reiniciar mi vida. Intentar renacer para quitarme de la mente lo que una vez le dije a mi hermana, quien también ha estado siempre a mi lado: “Jamás volveré a sonreír”. Quiero creerle en que eso no será así.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Back to top button