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Permanece abierta la herida por Masacre de 1932, en El Salvador

FOTOS: FÉLIX MELÉNDEZ / TW: Felix_PhotoSV MARCHA POR LA 91 CONMEMORACIÓN DE LA MASACRE DE 1932, IZALCO, EL SALVADOR.

Al grito de justicia, habitantes de diversos departamentos y de distintos países de Centroamérica, realizaron peregrinación en Izalco para conmemorar a víctimas indígenas asesinadas por tropas militares.

En el marco de la conmemoración por los 91 años de la Masacre de 1932, perpetrada en Izalco y Nahuizalco, en El Salvador, organizaciones encabezadas por el Concejo Ancestral de los Comunes de los Territorios Indígenas (CACTI), realizaron una peregrinación para recordar a las víctimas.

Y es que se calcula que más de 30 mil personas indígenas fueron masacradas por las tropas del General Hernández Martínez.

El punto de encuentro, de al menos 100 personas, fue la Alcaldía El Común, ubicada en la Cofradía de Izalco. Desde este lugar se comenzó un recorrido por las calles y se acompañó por el fuego y las insignias que piden justicia para las víctimas que sucumbieron en aquellos años.

Durante el recorrido pacífico se recordó que estos eventos sangrientos cimbraron a las poblaciones indígenas de Occidente. La peregrinación fue encabezada por el Consejo Ancestral de los Comunes de los Territorios Indígenas (CACTI), cuya creación es reciente, apenas en agosto del año pasado se conformó con el objetivo de organizarse para reivindicar a los pueblos indígenas no sólo de esta zona del país sino a nivel centroamericano, tal como compartó Alex Tepas, vocero de CACTI, a Once Noticias.

El punto de llegada fueron las ruinas de “El Llanito”, un lugar simbólico en donde se ha erigido un memorial conformado por una placa y una gruta que recuerda el etnocidio, en medio de las ruinas de lo que fue una iglesia que sucumbió por un terremoto.

Y es que esa memoria, tal como advirtieron pobladores, dejó marcas insoldables en el país, dado que a 91 años de la Masacre no ha existido justicia ni para las víctimas ni para sus familias.

Incluso, uno de los impactos más cruentos fue el borramiento y negación de la existencia indígena en El Salvador.

Fue apenas en 2014 que el gobierno salvadoreño reconoció a su población indígena.

La memoria histórica

En 1931, El Salvador era un país agrícola con una población mayoritariamente rural y empobrecida. En Occidente habitaban distintos grupos étnicos, aunque sobresalía la población náhuat-pipil dedicada al monocultivo del café, principal medio de subsistencia.

En 1929, con la crisis mundial, en El Salvador hubo un derrumbe de los precios de los productos de exportación, entre ellos el del café, lo que afectó directamente a campesinos quienes se organizaron para rebelarse por la situación que padecían.

Y es que la rebelión era inminente dadas las condiciones de pobreza y sobre explotación por parte de la minoría de oligarcas: jornaleros, peones y campesinos estaban por debajo de la pirámide social y económica.

Al respecto, Alex Tepas señaló al medio que lo que llevó a los hechos de 1932 fue una acumulación de eventos sintetizados en el despojo de las tierras, la carga de impuestos y la falta de pago a los indígenas por su fuerza de trabajo.

“¿Cómo exigirle a un pueblo su identidad cuando se la robaron? ¿Cómo visibilizarla cuando son extranjeros en su propia tierra? Eso llevó a los hechos de 1932. Cuando vinieron las leyes de despojo estatales y las únicas tierras que tenían para producir era como 20% frente al 80% de las tierras del patrón. No tenían dónde producir. Tenían que comprar maíz y frijol al patrón y no les pagaban lo que trabajaban y se les cargaba de impuestos”, compartió al medio.

Asimismo, la movilización campesina tuvo arraigo y motivación en otros movimientos agrarios y obreros de América Latina, pero también fue una respuesta interna a la sosegada herencia colonial en El Salvador, en donde la tierra no era de quien la trabajaba sino para quien la había arrebatado (la lastimosa historia de la región).

Asimismo, al interior del país, los comicios municipales y legislativos, en enero de 1932, fueron señalados por fraude, por lo que el Partido Comunista se sumó al levantamiento campesino.

El 22 de enero de 1932, luego de que se habían dado diversos levantamientos y detenciones de líderes, miles de campesinos de la zona occidental se alzaron contra las autoridades locales y la élite terrateniente.

Durante tres días, de acuerdo a los datos históricos, la rebelión ocupó algunas poblaciones hasta que el ejército la suprimió y a quienes participaron fueron acusados de comunistas.

Las represalias, encabezadas por el general Maximiliano Hernández Martínez, quien llegó al poder a través de un golpe de Estado en 1931, se extendieron y los militares tomaron los pueblos de la zona; hubo fusilamientos, colgamientos y los cuerpos fueron llevados a fosas comunes.

Líderes campesinos como Feliciano Ama y Francisco Sánchez, fueron ahorcados por las tropas militares. Farabundo Martí Rodríguez, líder revolucionario del Partido Comunista, fue fusilado en ese mismo año.

De acuerdo con el Centro Internacional para la promoción de los Derechos Humanos (CIPDH) de Unesco, se estima que entre 10 mil y 30 mil personas, en su mayoría civiles, fueron las principales víctimas.

CACTI estima que en los treinta se contabilizaban un millón 500 mil habitantes indígenas que vivían en Occidente, y que con la Masacre fue asesinada 2% de la población.

¡Prohibido olvidar!

Izalco fue el centro del levantamiento campesino, por lo que la matanza diezmó a la población indígena local. Los restos de las personas asesinadas fueron enterrados en fosas comunes en todo el poblado. Uno de esos lugares fue “El Llanito”, lugar de memoria que recibió a la peregrinación.

Pero los efectos de esos eventos han persistido y desde entonces, quienes legaron ese pasado, buscan recuperar la memoria, piden justicia y trabajan para reivindicar a las poblaciones indígenas. La tarea no es fácil, porque para revitalizar la lengua o las tradiciones se precisan estrategias únicas ante el desmantelamiento de la memoria.

La tarea, entonces, es vital, porque los referentes fueron ocultados, por lo que se utilizan las herramientas del presente y el acompañamiento de otras poblaciones indígenas de Centroamérica.

La herida está abierta por la persistencia de la impunidad. Pese al dolor y a la sangre derramada se instauró una cultura del silencio que ha socavado a estas poblaciones hasta la actualidad.

Ese silencio sistemático, dice la historia, promovió que la herida se hiciera más profunda, insoldable. Alex Tepas señala a Once Noticias que nadie hablaba de la Masacre y que sólo algunos cuantos, como el poeta Roque Dalton, se atrevieron a hablar sobre estos sucesos, pero fueron acallados con el asesinato y la desaparición.

“El estado cuando comete el etnocidio también hace una campaña de silencio y de miedo. Esto se mantiene hasta la fecha. La deuda histórica sigue latente. No pedimos guerra al estado, pedimos redignificación y justicia de nuestra memoria”, enfatizó Tepas.

En las memorias de Miguel Mármol, sobreviviente a un escuadrón de fusilamiento, señala que la Masacre de 1932 fue un fenómeno que cambió en un sentido negativo el rostro de una nación.

“Después de aquel aciago año, todos nosotros somos otras personas y yo creo que desde entonces, El Salvador es otro país. Por encima de todo lo anterior, El Salvador es ahora la obra de aquella barbaridad”, dijo en sus memorias.

Luego, en respuesta coral, Dalton capturó el impacto de ese suceso en su poema “Todos” cuando dijo que todos los salvadoreños “nacimos medio muertos en 1932, sobrevivimos pero medio vivos”. Un poema que reivindicaron aquellos y aquellas que caminaron en la peregrinación.

Después de los Acuerdos de Paz, firmados en el año 1992, se realizan actos públicos para conmemorar la Masacre. En 2007 se intentó formar una comisión para investigar estos hechos, pero sólo han sido respuestas a medias, dado que no son vinculantes y hasta ahora son las comunidades quienes buscan justicia.

Además, representantes políticos y partidos han querido utilizar a esta conmemoración como parte de propaganda política, por lo que CACTI rechaza esas intenciones, dado que se lucra con el dolor de las familias de las víctimas y los pueblos indígenas de El Salvador.

Posterior a la lectura de la placa conmemorativa, ubicada al frente de las ruinas de la Iglesia, los y las asistentes visitaron un altar que resguarda fotografías de quienes se han atrevido a mostrar los rostros de sus familiares asesinados, así como dibujos de contornos oscuros, que simbolizan a aquellos que perecieron en este lugar.

¡Prohibido olvidar! Fue la insignia que marcó a la peregrinación.

La peregrinación formó parte de las actividades que se llevaron este fin de semana para conmemorar la Masacre de 1932, por lo que hubo foros, actividades artísticas y culturales, y la presentación del trabajo de CACTI en la región.

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