Al menos cinco horas fue lo que nos llevó subir y bajar el volcán más alto de El Salvador: Santa Ana. Para quien viene de un país con un pico de casi 6 mil metros de altura, el volcán salvadoreño es de dificultad baja, aunque se requiere una condición física adecuada para su descenso.
El fulgor del paisaje salvadoreño adquiere sentido cuando uno lo admira desde la punta más alta de un volcán, a 2 mil 381 metros de altura sobre el nivel del mar. Es desde ahí que las curvas de la tierra se tornan un halo misterioso.
Ese paisaje de páramo, vestido con el verdor de sus faldas, escondido entre nubes fulgurantes, guarda los secretos y las memorias de un país en donde hierve una lava de sangre.
Uno advierte que ha llegado al pulgarcito de América porque resalta el verdor de sus caminos y se encuentra envuelto en volcanes. Recorrer el interior de este país asegura emoción y aventura de quien busca encontrar naturaleza y biodiversidad.
El Salvador se ubica sobre el Cinturón de fuego del Pacífico, y es un país considerado volcánicamente muy activo, además tiene una intensa actividad sísmica. De acuerdo con el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN), 90% de su territorio está conformado por material volcánico.
Si damos un vistazo, la Cordillera volcánica en El Salvador es resultado de un proceso de miles de años y que se facilitó por su ubicación, dado que está cerca de dos placas téctonicas: la Placa de Cocos, que se ubica a 50 km de las costas, y la Placa del Caribe.
El Salvador se ubica en la zona en donde chocan estas placas. A ese fenómeno se le conoce como subducción (un proceso por el cual una placa se hunde bajo otra placa). Eso facilitó la formación de los volcanes; el proceso ha sido constante y ha provocado que haya volcanes desde hace miles de años.
Los geólogos han identiificado volcanes muy antiguos en diversos departamentos. Por ejemplo, hay cerros como la Sierra de Guazapa, en San Salvador, que fue identificado como un volcán antiguo. También el cerro de Cacahuatique, en Morazán, según datos del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales.
En la actualidad, tal como comparte Marvin Osorio, guía local a Once Noticias, en El Salvador hay 25 volcanes y cinco de ellos están activos. MARN señala que hay 23 volcanes individuales y cinco están activos.
Volcanes poéticos: el ascenso
Uno de ellos es el volcán de Santa Ana, el de mayor dimensión y altitud en el país (2 mil 381 metros sobre el nivel del mar). Es un tipo de volcán conocido como estrato-volcán y tiene una actividad freatomagmática.
Mientras subíamos por el sendero, la dificultad aumentaba aunque no alcanza la dificultad del volcán de Izalco, que nos vigilaba sigiloso.
El volcán Santa Ana también es conocido como Ilamatepec –que en su traducción del náhuat al español significa Cerro Padre o Cerro de la anciana– tal como explica Marvin Osorio, y forma parte del complejo Los Volcanes.
Además tiene una vinculación hidrogeológica con los otros dos volcanes vecinos: Izalco y Cerro Verde.El volcán pertenece al Área de Conservación y Reserva de Biosfera Apaneca – Ilamatepec, certificada y reconocida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), desde septiembre de 2007, y se ubica entre el departamento homónimo y Sonsonate.
A propósito de la Reserva de la Biosfera Apaneca – Ilamatepec, de acuedo con Zulma Ricord de Mendoza y Melibea Gallo, en su investigación sobre este lugar y los servicios ecosistémicos,, tiene una extensión de 59.056 hectáreas, equivalentes a 2.73% del territorio salvadoreño.
En este lugar confluyen tres de las cinco ecoregiones del país: el bosque montano centroamericano, que se encuentra en estado vulnerable y conserva 2.59% del total de este tipo de bosque en la región Mesoamericana, el bosque seco centroamericano y el bosque de pino roble centroamericano. Ambos están en estado crítico/vulnerable a nivel mundial.
Es en este territorio, cuyo uso de suelo está destinado principalmente a cafetales con sombra, que se levanta el Volcán de Santa Ana.
Hacia el oeste hay una serie de 13 volcanes que componen a la Cordillera de Apaneca, conformado por los cráteres de la laguna Verde, cerro Los Naranjos y cerro El Águila, de acuerdo con las investigadoras de Unesco.
La Cordillera de Apaneca, que en su traducción del náhuat al español significa “Señor de los vientos”, según explican las expertas, posee climas únicos que han facilitado lo que se conoce como islas de hábitat de altura y que tienen interconexión entre ellas.
Luego de un par de horas, una placa felicita a sus visitantes por el esfuerzo de escalar el volcán salvadoreño más alto, aunque el olor a azufre que arroja el cráter también advierte que se ha llegado al destino.
De las faldas verdes pasamos al páramo con magueyes y caminos rocosos. Marvin explicó que entre la fauna se encuentran algunos reptiles y mamíferos como zorros, venados y coyotes. También aves como águilas y halcones.
Las personas sólo pueden permanecer arriba 30 minutos y luego deben descender, ya que los gases que emite este volcán provocan dolor de cabeza hasta desmayo.
Una vez arriba, se observan los dominios de los volcanes y el viento lleva su murmullo. Y es que Apaneca, en su traducción del náhuat al español significa “Señor de los vientos”. El lugar destinado a los visitantes se encuentra a 2 mil 307 msnm. Su cráter, color verde esmeralda, es el más grande del país, y es la cuenca por donde se asienta el lago de Coatepeque.
Esa caldera, que parece ser la entrada al inframundo –los imaginarios dibujan llamas rojizas–, mide 8 km de diámetro y su formación data desde hace 72 mil y 57 mil años. El tipo de roca que predomina en este lugar es el basalto de olivino y piroxeno.
Roque Dalton tuvo que haber estado en este lugar, tal vez parado sobre el mismo punto desde donde me alcanza la inmensidad. Y es que desde aquí, yergue el volcán de Izalco, inspiración del poeta salvadoreño para su poema titulado “Párabola a partir de la vulcanología revisionista”.
En ese poema, Roque Dalton atribuye al volcán Izalco, el más jóven de los volcanes en El Salvador, la evolución ideológica de su época: del ultraizquierdismo a la civilización, del fuego de la lucha revolucionaria a los mansos del mundo.
Con el humor que caracterizó al intelectual, atina a burlarse y dice que “Izalco, como volcán, era ultraizquierdista. Echaba lava y piedras por la boca y hacía ruido y hacía temblar, atentando contra la paz y la tranquilidad”.
Luego Dalton señala que “hoy es un buen volcán civilizado que coexistirá pacíficamente con el Hotel de Montaña del Cerro Verde y al cual podremos ponerle en el hocico fuegos artificiales como los que echan los diputados populares”.
Apenas son 30 minutos: el tiempo y las fotografías no alcanzan para capturar la belleza del paisaje, los escenarios salvadoreños.
Marvin cuenta que la última vez que el volcán de Santa Ana hizo erupción, fue en octubre de 2005. El guía contó que se levantó un hongo de ceniza que se elevó a 2.3 km de altura aproximadamente, y expulsó rocas que llegaron al lago Coatepeque.
Cuando las autoridades dieron el aviso de emergencia para desalojar las casas, dos personas decidieron quedarse en sus hogares, por lo que murieron cuando del cráter descendió un alud de agua caliente.
Actualmente, las autoridades mantienen monitoreo de este volcán, que se encuentra con un comportamiento en su línea base.
El descenso duró dos horas. Después de bajar del volcán de Santa Ana, las personas pueden subir a Cerro Verde, en donde se ubica una zona de comida y estacionamiento. Los guías llevan a los visitantes a una camioneta que cobra un dólar y que en 15 minutos, los lleva al destino de descanso. La otra opción es caminar al menos otros 30 minutos, para subir a la punta de este Cerro.
Y desde ahí se observan ambos volcanes erguidos y acordonados por nubes.
Hoy los volcanes están civilizados, son mansos, “el fuego ha pasado de moda”, pero hemos aprendido la lección y queremos entonces –algún día también el pueblo salvadoreño lo querrá– llevarlo con nosotros dentro del corazón.