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“El trabajo dignifica y es lo que toca por ahora”: antropólogo

Alberto “N”, quien pidió cambiar su nombre por seguridad, es antropólogo y emigró a Los Ángeles con el objetivo de trabajar en un restaurante oaxacaliforniano. Le toca hacer de todo: estar en la cocina, realizar entregas en la bici o participar en lavar los utensilios y trastes. Tiene doctorado y recientemente ingresó al Sistema Nacional de Investigadores (SIN). 

Debido a la falta de oportunidades y la precarización del empleo en México, Alberto “N” se vio obligado a aprovechar que tiene una visa, para trabajar en Estados Unidos.

La migración de mano calificada conocida antes como “fuga de cerebros” (un término acuñado por la prensa inglesa en los sesenta) y llamada ahora como circulación de cerebros o dispersión de talentos ha sido un fenómeno constante en México.

Antes de la pandemia los datos revelaban, de acuerdo a Conacyt, que entre 1990 y 2015, cerca de 1.2 millones de mexicanos y mexicanas con títulos universitarios y posgrados salieron de nuestro país en búsqueda de mejores oportunidades de empleo y de vida.

Esta migración, por supuesto, no ha llamado tanto la atención con respecto a la población que cruza sin los documentos que permiten la entrada al país vecino, además se suma la situación de las solicitudes de asilo. Posee características ligadas a privilegios que devienen de la condición académica.

Y es que Estados Unidos continúa como país de destino de esta migración, y se suma Alemania, Canadá, España, Francia, Reino Unido y Japón.

De acuerdo a la investigación “Cómo transformar a México con innovación”, realizada por Conacyt, hasta 2018, ocho de cada 10 mexicanos con posgrado trabajaban en Estados Unidos.

Sin embargo, también llama la atención que esta migración no siempre llega al país de destino para insertarse de forma inmediata al sector científico o académico, sino que se unen al resto de la mano de obra en las que se ha insertado la población mexicana históricamente: construcción, manufactura, agricultura, hospedaje y alimentos.

Al cierre del año pasado, de acuerdo a la Oficina de Censos de Estados Unidos, las personas trabajadoras mexicanas representaron 4.5% de la fuerza de trabajo ocupada en Estados Unidos: la participación en el caso de los hombres fue de 5.6% y las mujeres representaron 3.2%.

 La participación de mexicanos resultó de 16.5% en la ocupación total de trabajadores inmigrantes y ascendió a 22.5% en el caso de hombres mexicanos inmigrantes.

Estos datos también sostienen que de los trabajadores ocupados de origen hispano (tanto inmigrantes como personas nativas), 1 de cada 4 eran mexicanos inmigrantes. En el caso de las mujeres hispanas ocupadas, 1 de cada 5 era mexicana inmigrante.

El Foro de Remesas de América Latina y el Caribe, del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA) registró que en 2021, el empleo en Estados Unidos de los trabajadores mexicanos inmigrantes se incrementó en 180 mil trabajadores en la construcción y 138 mil personas en servicios de alimentos y hospedaje.

Pero, detrás de estas cifras también sobresalen los motivos individuales, aunque resalta una dinámica compartida, ya que la falta de oportunidades en el país de origen, incentiva la salida.

Es la historia de Alberto “N”, quien señala al medio que su caso es individual, aunque pareciera una constante.

El privilegio académico

Alberto “N” tiene un doctorado en Estudios Culturales por el Colegio de la Frontera Norte (un reconocido centro de investigación de CONACYT). Además su formación es como antropólogo. Siempre ha sido un curioso de los estudios de las poblaciones jóvenes en tránsito.

Cuando se tituló optó por postular a diversas instituciones para dar clases, también para insertarse en otros sectores de investigación. Fue difícil, en algunos empleos lo rechazaron con el argumento de que estaba sobrecalificado y corrían el riesgo de que, al contratarlo, encontrara un mejor empleo y abandonarlo. No era fácil arriesgar, según el argumento de los empleadores.

Luego de algunos devenires, y de estar meses desempleado, consiguió dar clases de asignatura con un salario bajo y apenas con algunas horas.

Según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE, 2021) la fuerza laboral del sector docente de nivel medio y superior, durante el cuarto trimestre de 2021, fue de 498 mil personas, cuyo salario promedió los siete mil pesos, trabajando alrededor de 32.3 horas a la semana.

Los mejores salarios promedio se dieron en Baja California Sur,  Tamaulipas y Nayarit. Los salarios más bajos se dieron en Estado de México, Morelos, Guanajuato y Aguascalientes, mientras que la fuerza laboral fue mayor en Estado de México, Ciudad de México y Puebla.

Con la pandemia, la situación se complicó: la precariedad laboral, el desempleo y las plazas de investigación que son asediadas.

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