Ícono del sitio Once Noticias

“Hoy soy más libre, valió la pena declararme persona LGBTIQ+”

La vida de Cristian Galarza dio un giro de 180 grados el día en que decidió aceptar, de manera pública, su homosexualidad. Al hacerlo vio como los privilegios ganados en una sociedad machista se fueron acotando, al grado de mantenerlo casi al punto de vivir en la calle.

En un restaurante, en la zona centro de Ciudad de México, platicó con Once Noticias. Galarza llegó temprano a la cita. Ahí el joven comenzó a expresar sus sentimientos y emociones.

Con café y una concha sobre la mesa, el activista de la diversidad comenta: “yo nunca he estado en el clóset como gay la verdad”.

Cuenta que cuando era contador público y se dedicaba a las auditorias trataba de encajar en el estándar de masculinidad, o como él dice, al menos se camuflajeaba en un entorno que dicta que lo afeminado en un hombre tiene que ser desechado. Su educación universitaria le permitió acceder a un trabajo “bien remunerado”, con seguro médico privado, un carro a crédito; con ello era un ciudadano con derechos, pero cuando decidió aceptarse como homosexual en una sociedad machista las cosas cambiaron.

“Definitivamente vi como todo se venía abajo, fue muy difícil, yo empecé a trabajar en un medio de comunicación. Ahí todo iba bien, era joven, todavía estaba como en el cuadro, pero cuando yo me asumí mucho más abiertamente homosexual, vi otro retroceso en mi vida, yo no digo que mis jefes me hayan rechazado, pero hubo personas que me rechazaron y me dijeron a mí un homosexual no va a venir a darme órdenes y eso repercutió en mi carrera”, recuerda mientras da un sorbo a su copa de café.

‘Criszis’, como se autonombra, detalla que esa decisión tuvo un costo en el área laboral y desde ahí entendió que su estatus cambiaría definitivamente, ya que las oportunidades se cerraron solo por su nuevo estilo de vida.

Con añoranza comenta que los cambios repercutieron en su salud mental, al grado de enfrentar una depresión mayor, ello lo orilló al consumo y abuso de sustancias adictivas y a una práctica sexual desordenada, que derivó en su contagio con el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH).

“Eso me cerró más las puertas, incluso con el amor, porque ¿Quién va a querer a alguien así?”, expresa.

Galarza añade que al contraer VIH el mundo laboral le cerró sus puertas. Para las empresas contratar a un persona con este padecimiento significa un problema, debido a que aún hay empleadores que piensan que ello repercutiría en sus finanzas. Pero Cristian afirma que puede trabajar en lo que sea, incluso “ser cargador de la merced”.

“Cuando le dices a la gente tengo VIH, le da miedo porque no saben que yo soy indetectable, me tomó mis medicamentos todos los días y no pasa absolutamente nada, pero si tú les dices a las personas eso, no te entienden, entonces además de que no tienes trabajo, no tienes pareja, no hay salud segura, porque no tengo trabajo ¿Con que pagó el seguro médico?”, señala.

Admite -en medio de una risa nerviosa- que perdió privilegios, “los fui perdiendo hasta que no quedó ni uno”. 

Sí lo vale

La pregunta surge de manera obligada: -¿Valió la pena Cristian?-

Criszis se toma un tiempo, respira, de pronto sus ojos se enrojecen -anticipa que no le gusta llorar y una lagrima esta por brotar detrás de esos lentes rojos-, pero se resiste y alcanza a decir: “¡Uff que pregunta! Dios, está bien…”

Luego toma una servilleta entre sus manos con las uñas pintadas de rosa y expresa: “híjole, yo creo que es difícil admitir que es difícil…”.

-Pide perdón y con la voz quebrada declara:

“…Es muy difícil admitir que se la pasa uno muy mal, bueno yo me quedé sin casa, si no tuviera familia viviría en las calles, pero al final del día, yo creo que sí lo vale. Me siento más libre y disfruto más la vida, me gusta más estar donde estoy”, confirma.

 

Salir de la versión móvil