Se cumplieron 10 meses desde que entró en vigor el estado de excepción en El Salvador, una medida impulsada por Nayib Bukele y respaldada por la Asamblea Legislativa. Esa medida ha sido controversial y las juventudes no se han visto ajenas a su impacto.
Cuando llegué al departamento de Santa Ana, ubicado en el Occidente de El Salvador, conocí diversos proyectos musicales y me llamó la atención cómo los jóvenes impulsan su música frente a un contexto que los atraviesa de diversas formas.
Entre esos proyectos resaltaron tres, que forman parte de la escena actual del hip hop y el rap: Hip Hop Femenino El Salvador, Nawilía y Género Supremo.
En cada uno de ellos se expresa una forma particular de percibir la realidad que viven las juventudes en este país centroamericano. Sus intérpretes son parte de una generación marcada por el ímpetu de transgredir reglas y fronteras, y utilizan a estos géneros urbanos como una forma de resistencia.
Mujeres y raperas: Hip Hop Femenino El Salvador
Desde que llegué a El Salvador tenía la percepción de que las mujeres están rezagadas del espacio público y prevalece la exclusión, aún entre jóvenes. Al expresarlo con otras “cheras” la percepción fue compartida.
En en este país, los derechos sexuales y reproductivos en El Salvador no están reconocidos y prevalece la criminalización hacia las mujeres. En el régimen actual, el tema no ha sido considerado para impulsar cambios, por lo que se advierte un panorama que refuerza la exclusión.
Sin embargo, las mujeres se organizan y buscan espacios para que su voz retumbe. Los movimientos feministas han sido de gran importancia en esa labor, pero aún “ser mujer en este país es muy difícil”, tal como comparten Queen, Yezli mic y Ariz mc a Once Noticias.
Hip Hop Femenino El Salvador es un colectivo conformado por Yessenia Martinez (Yezli mic), Arantxa Guevara (Ariz mc) y Jennifer Rivas (Queen), mujeres que llevan en la escena desde la adolescencia.
Las conocí porque un músico, al escuchar mis percepciones en el viaje, me recomendó escuchar a este colectivo. Posteriormente, una colectiva feminista me dijo que es un proyecto muy conocido en el país y con una larga trayectoria. Hablar con ellas era una tarea imperiosa.
Queen es originaria de San Salvador y lleva en la escena desde los quince años (en la actualidad tiene 22 años). En la charla me contó que este proyecto surgió como una forma de transgredir la escena tradicional del rap y el hip hop en El Salvador, dominado principalmente por hombres. En estos géneros la participación de las mujeres estaba reducido a ser coristas o en los dobles (pero por breve tiempo).
“En abril de 2016 nació este proyecto con el propósito de hacer una canción y reunir a todas las raperas, porque los hombres dominaban la escena. Queríamos hacer esto entre mujeres y posicionarnos. Éramos alrededor de 15 compañeras: había bailarinas de breakdance, grafitteras, ‘cheras’ que hacían beatbox y raperas. Queríamos hacer algo más grande y ahí creamos al colectivo, para apoyarnos y crear una red de mujeres”, cuenta Queen al medio.
Ese fue sólo el primer paso, porque poco después decidieron tomar una postura política y decidieron fortalecer sus conocimientos sobre derechos humanos y feminismos, para darle un sentido más profundo a sus versos.
Así nació Hip Hop Femenino El Salvador
Su objetivo era darle una vuelta a lo que imperaba en el género: la apología de la violencia y la hipersexualización del cuerpo de las mujeres, así lo recuerda Ariz mc (la rapera es originaria de Soyapango, un municipio de San Salvador, quien se acompaña en la charla por su pequeño hijo).
Ellas querían profundizar en las violencias que viven las mujeres y criticar la situación política de su país. El rap les permitió esa libertad lírica y también organizarse como activistas.
Todas coinciden en que este género les llamó la atención porque su esencia es la protesta y la denuncia: una herramienta de transformación social. Para Yezli Mic, originaria también de San Salvador, por ejemplo, ya es una forma de vida; a Queen le ha servido como herramienta de sanación.
Cada una de las integrantes de Hip Hop Femenino tiene su proyecto individual y rapean en distintos escenarios y festivales. Además, las tres jóvenes coinciden en que una de las artistas que más las ha influenciado es la rapera guatemalteca Rebeca Lane; incluso Yezli tomó un taller de rap con ella.
El género las ha posicionado en la escena local, pero el camino sigue sin ser fácil, porque aunado a esos obstáculos se suma la actualidad política de su país.
Durante el régimen de excepción se han enfrentado a hostigamiento por parte de autoridades, dado que al criticar las acciones que emprende el gobierno actual, les trajo problemas en un concierto y tuvieron que salir en un autobús con ayuda.
“Estamos también en el régimen de excepción. Es como vivir una persecución. Además, mucha gente de las zonas más marginales está siendo encarcelada, entonces, es complicado, porque encarcelan a hombres y mujeres”, denunció Ariz.
Las raperas enfatizan que ser mujer, artista, pobre y madre en un estado profundamente religioso, y en donde la libertad de expresión se ve coartada por el régimen de excepción, limita los derechos de las mujeres, reitera Yezli mic.
Aunque ellas quieren incidir en las mujeres salvadoreñas, principalmente en las niñas, para que vean a estos géneros musicales como una herramienta de empoderamiento, por esa razón realizan diversos talleres de rap enfocada en esa población.
Yezli comparte que están preparando su siguiente disco, aunque todas expresan que tienen el sueño de forjar redes con otras raperas y feministas latinoamericanas, para dar llevar su mensaje a otras latitudes.
Nawilía: un proyecto para no perder una visión del mundo
En el proyecto de Nawilía converge el rap y el náhuat. Se puede considerar que forma parte del rap originario que se hace América Latina, cuya característica principal es que engloba la voz de las juventudes de los pueblos originarios.
Nawilia, en su traducción al español, significa “hablar náhuat” y es el nombre que eligió Elías Antonio Córdova para su proyecto. Él es un joven de 29 años originario de Santa Ana, departamento ubicado en la parte occidental de El Salvador, y siempre le ha gustado estar en movimiento. Eso lo llevó a vivir un par de años en México, para hacer su maestría.
Su proyecto se concibió apenas hace un año en el marco de la conmemoración de los noventa años por la Masacre de 1932. Sin embargo, a él siempre le ha preocupado la memoria de los pueblos indígenas en El Salvador, no sólo por su formación como sociólogo sino porque también tiene que ver con sus lazos familiares.
Y es que su abuela fue víctima indirecta de esa Masacre –que dejó un saldo de más de 30 mil personas asesinadas–, porque aunque era pequeña cuando ocurrió, creció con los impactos que dejó ese suceso: la negación de los pueblos indígenas salvadoreños.
Su abuela no pudo aprender el idioma náhuat dado el estigma hacia las lenguas nativas que predominó a lo largo del siglo XX. Fue hasta 2014 que el estado salvadoreño reconoció constitucionalmente a los pueblos originarios.
Por esos años, el rapero decidió aprender el idioma con el colectivo Iniciativa Portadores de Náhuat y se volvió un facilitador. Fue ahí, en las aulas, que tuvo la idea de hacer rap en una lengua originaria.
El náhuat es una herramienta de reivindicación cultural de su pasado y también del presente, dado que uno de los objetivos de Nawilía es revitalizar la lengua en los jóvenes, porque hasta ahora se estima que sólo hay 200 nahuablantes en todo El Salvador.
Y es que si el náhuat se pierde, como ocurrió con las lenguas Lenca y Kakawira en ese país, se perdería la visión del mundo del pueblo náhuat-pipil, por lo que triunfaría el etnocidio de la memoria que los persigue.
La estrategia que eligió Elías, para llevar a cabo esta labor didáctica y pedagógica, fue hacerlo de la mano con el rap; también para apostar a una industria musical distinta. Al respecto Elías reflexionó que con el crecimiento de la industria del rap se forjó un género comercial en donde se resaltaban valores e imaginarios que poco tenían que ver con las preocupaciones que lo atravesaban.
“Cuando era más joven me gustaba escuchar el rap comercial. Ese rap promueve el consumismo, la violencia, el consumo de sustancias. Es el que predomina en El Salvador. Luego descubrí el rap originario. Eso me motivó a empezar ese proyecto, darme cuenta del rap en Abya Yala. Creo que hay que apostar a ese él, para romper el paradigma que promueve violencia. También se puede promocionar otro tipo de mensaje”, enfatizó.
El sociólogo recuerda el rap originario que se ha impulsado en México, Chile, Guatemala, Ecuador y otros países con poblaciones indígenas. Confiesa que eso lo motivó, porque así se genera también un diálogo cultural con jóvenes de otras latitudes.
El régimen de excepción ha atravesado a Elías, porque en diversas ocasiones ha sido sometido a revisiones por parte de autoridades, dado que tiene un tatuaje al que justifica como artístico.
Y es que en el contexto actual, los tatuajes son símbolos que remiten a las pandillas y son motivo suficiente, para que las autoridades realicen revisiones o detenciones. Con respecto a su proyecto dijo que el estado salvadoreño continúa sin visibilizar a los pueblos indígenas, por lo que toca, desde otras trincheras, trabajar para lograr ese cometido.
Nawilía acaba de ver la luz este año, apenas unos días después de nuestra conversación; lleva por nombre Túpal-Tit, que en español significa “lo nuestro – fuego”, y rinde un homenaje simbólico a las víctimas de la Masacre de 1932.
En el resto de los tirajes, que saldrán próximamente, la temática dará continuidad a los elementos de la cosmovisión náhuat: agua (at), tierra (tal) y aire (ejekat).
Las ganancias que se obtengan de la venta de los discos servirán para invertir en las siguientes grabaciones, pero también para apoyar de forma solidaria a Anastacia López una cantante originaria de la población indígena de Santo Domingo de Guzmán, ubicado en el municipio de Sonsonate, lugar en donde habita la mayor densidad de población nahua hablante.
“La idea es sacar discos, pero es simbólico. El dinero que se recaude lo voy a invertir en las siguientes grabaciones. Otra parte será para apoyar a Anastacia López, originaria de Santo Domingo de Guzmán, para que pueda grabar su disco en náhuat e incentivar este tipo de proyectos en las comunidades indígenas”, concluyó Elías.
Género supremo y la resistencia ante las pandillas
Pocos saben que “El Chino Style” se llama Esau Daniel López y tiene 31 años. También, como Elías, es originario de Santa Ana y cuando nos conocimos, en una de las playas más cálidas de este país, me contó que en su etapa adolescente su padre, un ex militar, fue muy duro con él.
“Le temía más a mi papá que a las pandillas”, contó entre risas que incentivaron mi curiosidad dada la excentricidad de su personalidad.
Esa conversación, que se extendió hasta los días siguientes, detonó confesiones musicales. Daniel es creador y versero urbano, y forma parte del dúo Género Supremo que impulsa junta a Rammy Rap (Ricardo Arturo Ramirez) desde 2014.
Han alcanzado popularidad, porque suelen llevarlo a todos los espacios posibles sin discriminación geográfica: en los buses, los mercados, a otros pueblos o cantones, en las tarimas o en escenarios salvadoreños con otras bandas reconocidas.
Daniel no empezó en el rap sino en el punk y ambos géneros lo han marcado tanto que forman parte de su filosofía de vida. Domina con maestría la patineta (fue el motivo que lo reunió con Rammy y que incentivó este proyecto) y también el freestyle.
Las letras de Género Supremo se distinguen porque buscan ser una oda a su cotidianidad, al barrio que los vio nacer y a su gente. “Los temas son versátiles y depende cómo lo mirés vos”, comparte.
Para Daniel, el rap es un género que le ha permitido conocer el arte y también una alternativa a las pandillas, porque a él le tocó crecer en medio de ese contexto y nunca faltó la presión de los pandilleros para que se uniera a la “clica” que imperaba en su colonia.
“El Chino” siempre fue un curioso y rebelde ante lo que marcaban las normas salvadoreñas y tenía otros planes: a él le gustan los malabares, tocar tambores y rapear.
“La música llegó a mí con el freestyle, en las batallas de rap. Yo quería escribir y enviar mensajes a la gente, compartir mis vivencias y sentimientos. Tenía 22 años. Lo que trato de dar a conocer es que hay música y arte. Yo vivo de la música. Salgo a hacer música y me llevo la bocina, me llevo mis canciones o improviso en los buses. Yo creo que a la gente le gusta el freestyle, porque te hace parte del momento”, compartió al medio.
A Daniel también lo han detenido las autoridades por llevar tatuajes, pero “el que nada debe nada teme y yo cargo mis papeles, y no me meto en problemas, a mí me gusta hacer música”, cuenta con seriedad luego de que tocamos el tema del régimen.
El proyecto de Rammy y Daniel es autogestivo, aunque cuando les ha ido bien han sido patrocinados. Lo que les motiva a seguir con el proyecto es la esperanza de llevarlo a otros países.
El año pasado lanzarían sus versos en el Día de El Salvadoreño en El Exterior, un evento cultural que se lleva a cabo en Estados Unidos cada 26 de noviembre, pero debido al régimen de excepción no pudieron asistir.
“Queremos salir del país a través de una propuesta. Queremos que se valore nuestro trabajo. Las pandillas nos vinieron a joder porque estaríamos en el Día de El Salvadoreño en Estados Unidos. La propuesta era que salvadoreños fuéramos a tocar allá y que no fueran las mismas bandas que viven ahí, sino que se llevaran las propuestas desde acá, pero con el estado de excepción se puso más eriza la cosa”, lamentó.
Género Supremo prepara un disco y cada mes suben una canción a YouTube. Daniel confiesa que perciben que su proyecto ha tenido una recepción positiva entre otros jóvenes salvadoreños, lo que los ha motivado a mantener activas sus plataformas virtuales, aunque buscan llevarlo al exterior.
La memoria del rap y el hip hop en El Salvador
El hip hop y el rap llegaron al Salvador luego de que se firmaron los Acuerdos de Paz, en 1992. La historia, sin embargo, nos remite a los tiempos del conflicto armado cuando familias completas tuvieron que migrar hacia Estados Unidos y se asentaron en los barrios marginales de Los Ángeles y Nueva York. Estos géneros ya estaban en su punto álgido.
Cuando finalizó el conflicto armado, esas familias regresaron al país. En ese período, de acuerdo a la historia, llegaron también jóvenes deportados o con antecedentes legales –son los primeros rastros de las pandillas–.
Fueron muchos los factores que propiciaron que el hip hop y el rap tuvieran relevancia en El Salvador, aunque resalta que los jóvenes buscaban un espacio para (re) construir su identidad colectiva ante la desolación que dejaron los 12 años de conflicto y la memoria de las constantes masacres.
En los noventa, estos géneros comenzaron a brillar y aparecieron bandas como los Reyes del Bajo Mundo y Pescozada. La llegada del nuevo milenio trajo un nuevo brío que permitió que el rap y el hip hop se enraizaran y surgieron propias propuestas propias y originales, tal como me explicó Menly González, periodista cultural y melómana salvadoreña.
En lo que va del siglo XXI, el rap compite con otros géneros que se han afianzado en el gusto de los jóvenes como el reggeatón. Empero, el rap se mantiene vivo dado que ha logrado superar los estigmas que por mucho tiempo tuvo que cargar sobre sus hombros.
Con el actual régimen de excepción, las juventudes son criminalizadas. Ser joven implica cargar consigo la responsabilidad simbólica de los delitos, el pandillerismo y la violencia. No obstante, los jóvenes encuentran formas de resistencia cultural.
La música es un espacio de identidad, pero también de postura política. Utilizar estos géneros urbanos, como herramienta de expresión, no es fortuito y responde a una necesidad de construir otras nociones de ser joven en este país, más allá de lo que el Estado cree que son las juventudes.
Estos proyectos sostienen y revitalizan el género con la frescura de sus letras o la irreverencia de trasgredir las normas impuestas. La incursión de las mujeres ha sido fundamental para que eso suceda, así como también, los proyectos de pueblos originarios, porque el género refuerza su agencia política.
En mis audífonos escucho algunas canciones de estas propuestas salvadoreñas. Ya forman parte de mi lista musical. Sus versos me acompañan sobre la carretera de la Panamericana que me lleva hacia los volcanes de Occidente. Pienso, mientras intento capturar algunas ideas en papel, que las juventudes en El Salvador existen porque resisten y viceversa.