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Muñeca Lele: entre la crisis y la pandemia

En el 2018, la Muñeca de Amealco fue declarada Patrimonio Cultural del estado de Querétaro y Patrimonio Intangible de la Humanidad por las autoridades municipales y empresarios locales, para promover el nombramiento de Pueblo Mágico a la cabecera municipal de Amealco.

Las autoridades estatales suscitaron la creación de Lele (nombre genérico que significa  ‘bebé’ en  Otomí) para referirse, en particular, a la muñeca monumental de seis metros de altura que durante el 2019, realizó una gira internacional como ‘embajadora cultural’ de Querétaro y el mundo, sin embargo, el nombre se extendió al tipo de muñeca originaria de los pueblo otomíes.

No obstante, la apropiación intelectual de la muñeca, no ha traído grandes beneficios a los productores originales: los grupos indígenas otomíes de las comunidades involucradas. Aunado a ello la emergencia sanitaria por Covid-19 ha impactado en las ventas de este tipo de artesanía, lo que ha traído preocupación y crisis entre las familias.

Antecedentes y apropiación

La apropiación implicó diferencias entre las autoridades y las comunidades, pues los habitantes otomíes de las comunidades de Santiago Mexquititlán, en Querétaro, denunciaban que las comunidades de Amealco se habían apropiado del nombre de “cuna de la muñeca”, cuando era de ellos. Dicha apropiación se generó bajo el discurso de patrimonialización. Además, alegaron que el de éxito de ventas despegó cuando las comunidades de Santiago y San Ildefonso Tultepec se organizaron en una cooperativa, para dar a conocer la muñeca. Las autoridades defendieron que el objetivo era distinguir al tipo de muñeca que hacían las comunidades otomíes del Estado de México e Hidalgo. Hubo intento, también, de parte de empresarios de patentar a la muñeca. Empero fueron intento fallidos.

La creación de esta muñeca surge de una serie de talleres en la Ciudad de México, que se daban a comunidades indígenas, por parte del Instituto Indigenista, en la década de los setenta, en los que se ensañaban oficios y bordados. Sin embargo, las mujeres de las comunidades sólo utilizaron el patrón inicial y adecuaron su diseño, tal como expone la investigación planteada por Aguirre Mendoza y Borja Cruz (2007). 

LeLe y la crisis económica para Laura

Laura, de 53 años, lleva 20 años dedicándose a vender a sus muñecas. Es artesana otomí y viene de la localidad de Amealco, Querétaro, aunque no vive exactamente en la cabecera, “vivo cerca”, señala con tono tranquilo.

Laura comenta a Once Noticias que empezó a vender muñecas porque debía sostener a sus hijos: “antes vendía dulces, pero no dejaba, no alcanzaba.” Al preguntarle sobre la tradición en su familia responde que sus papás no son artesanos, aunque cuenta que de niña su mamá le hacía muñecas de trapo: “porque no alcanzaba para otros juguetes. Ahí aprendí a hacerlas.”

Vende muñecas de todos los tamaños, llaveros, aretes y muñecos con sus sombreros y camisas de colores. Laura comenta que a veces le ayuda su hija la menor, aunque la mayoría de las veces ella las hace todas. Sobre el tiempo que tarda dice que todo depende de la carga de trabajo en casa: “una muñequita, en un día, hago 10 de esas [señala una de las muñecas más pequeñas]. Por ejemplo, las muñecas más grandes, si sólo me dedico todo el día, sin distraerme puedo hacer tres, pero tengo quehaceres en la casa, entonces no me da tanto tiempo.”

La confección de la muñeca, comparte Laura, es más o menos sencilla: “primero hay que cortar los patrones, luego ya se va cociendo con la máquina y se le pone el relleno de algodón. Hay que hacer los moños con los listones. Sí lleva tiempo.” Mientras conversa con Once Noticias algunos curiosos se acercan a preguntar precios, pero nadie se lleva algo.

Laura no lleva cubre bocas y dice que sí le da un poco de miedo el Covid, aunque afirma que no tiene enfermedades que puedan ponerla en peligro. Sin embargo, su mayor preocupación es obtener una entrada para cubrir su día y llevar alimento a su casa. Cabe señalar que la pandemia ha golpeado a las artesanas y artesanos, debido a que sus ventas registraron bajas, tal como comparte Laura.

Antes ya estaba difícil, porque allá lo que se da es que va la gente a comprar por mayoreo para revender. Allá pocos venden directamente. Yo casi no vendo, sí, pero poco. Cuando no me da la siembra, pues salgo a vender, sino cómo.”

Laura tiene una milpa que trabaja: “siembro maíz, frijol, trigo y chile. Aunque siembro poco frijol y trigo, porque no tengo para los pesticidas y les cae gorgojo. Por eso prefiero el maíz, además cocinamos hartas cosas con él.” Comparte que la situación está difícil porque llovió muy poco, lo que afectó a su siembra. Además, con la pandemia se ha complicado porque hay pocas ventas lo que afecta a los intermediarios y a los artesanos otomíes.

FONART presentó un “Diagnóstico sobre la situación del sector artesanal durante el período de la pandemia por el Covid-19” en el que sobresalen algunos datos, por ejemplo:

Los datos de la Encuesta Nacional de Ingreso en los Hogares (ENIGH) del 2018 ofrecen un panorama general de la importancia del sector en la economía antes de la pandemia: la población artesanal que vive totalmente de la venta de sus productos asciende a 1,118,232 personas, de las cuales 610,857 representan el público objetivo del FONART según datos de la Secretaría de Bienestar. El 20% del padrón de artesanos del FONART corresponde a personas adultas mayores de 60 años y más que viven en zonas pobres y marginadas; del total de este padrón, el 70% son mujeres y 30% hombres, mayoritariamente indígenas

Según datos del INEGI, hasta el 2019, el 19.1% es la aportación del sector artesanal al sector cultura. En el informe sobresale que la pandemia es una amenaza al sector artesanal ya que ha provocado el cierre de tallares y ha llevado a muchos artesanos a dedicarse a otras actividades productivas, para obtener ingresos. Además, eso significaría “una pérdida irreparable de nuestro patrimonio cultural”, afirma el FONART en el mismo informe. En el caso de Laura, ella no pertenece a ninguna institución, aunque sí la mayoría de sus vecinos que hacen muñecas.

Laura y su hija dependen de la venta de sus muñecas. Ella viaja de Amealco hasta el Estado de México, sobre todo para visitar a su hijo que vive en Cuautitlán. Aprovecha para ir a algunos puntos como la del Tren Suburbano, en la estación Lechería, para vender sus muñecas Lele. Su objetivo era quedarse hasta vender, por lo menos, dos o tres muñecas, para sacar lo de su boleto de regreso a su casa.  

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