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“Todo lo que vi se me grabó y ahora lo hago en barro”: alfarero ciego oaxaqueño

Figuras zoomorfas y antropomorfas dan la bienvenida al taller “Manos que ven”. Apenas un pequeño recorrido para percatarse de un espacio mítico, anclado en medio del Valle oaxaqueño, en un patio que resguarda el pasado y presente de una familia que nada entre sirenas y seres de ensueño que viven en las profundidades. Al atravesar ese océano, en un cuarto de adobe, se encuentra el maestro José García. Trabaja sin parar con sus manos morenas, dadoras de vida.  

El maestro alfarero es un referente en el pueblo de San Antonino Castillo Velasco, del distrito de Ocotlán, en la región de los Valles Centrales de Oaxaca. Personas de todo el mundo lo visitan por la habilidad con la que modela sus sirenas en cuya intimidad develan un reflejo de él y de Teresita Mendoza, “sus ojos”, como la llama de cariño.

Once Noticias visitó el taller familiar “Manos que ven” del maestro alfarero José García Antonio y la maestra Santa Reina Teresita Mendoza.

 

La oscuridad, su casa

En la calle Libertad número 24, en el mero centro del pueblo, vive el maestro José García con su familia. Su taller de alfarería “Manos que ven” es toda una tradición y la herencia que les dejará a sus hijas e hijos, y a sus nietos y nietas, quienes ya empiezan a tocar el barro.

En la entrada del taller hay un pequeño museo lleno de piezas de barro sobre las paredes blancas -nadie sabe si son ellas las que miran a los visitantes y no al revés-. Al atravesarlo se encuentra el patio-taller y unos guajolotes que gluglutean en sus jaulas. Personas de muchos lados del mundo han llegado para conocer la obra del alfarero.

Yo visto con mi traje típico, diario: el calzón oaxaqueño, mis huaraches tejidos, mi sombrero de panza de burro y mi faja en la cintura que es de tejido, de telar”, comentó el maestro en la conversación con Once Noticias.

Considera importante su ropa, porque para él remite a sus antepasados y es lo que busca capturar en sus figuras de barro. Sus personajes son seres que han quedado en su memoria, “son mujeres y hombres del siglo pasado”, dice con atino el maestro.

Su padre fue campesino jornalero, “ellos vivieron a principios del siglo pasado, durante la época de las haciendas y mi madre se dedicaba a la cocina. Yo fui el único hombre y tuve varias hermanas”.

Recuerda que desde niño le llamó la atención jugar con el barro y el lodo en épocas de lluvia, “salía un barro chicloso y yo jugaba con él. Me divertía haciendo animalitos como burritos o caballos”.

Más tarde, a los 15 años entró a trabajar en una carnicería. Don José recuerda aquellos días en que empezó a modelar, lo hizo por su cuñado que era alfarero.

Eso significa que hacía figuras de barro con el torno. Hacía platos y tazas. Él me dijo que le hiciera una figura y me trajo el barro. Me pidió que le hiciera a Cantinflas, de 60 cm, hueco. Se lo llevo a casa de su patrón y luego lo trajo cocido. Me dijo que si quería hacer más y que él conocía quien tenía barro. Me dijo que me enseñaría a cocer y haría un horno. Todo eso hicimos. Empecé a hacer figuras de 20-25 cm de mujeres oaxaqueñas con sus vestidos y sus trenzas. Así empecé”, relató.

Ya son más de 50 años que Don José empezó con la alfarería. Un día, fue sorprendido por un acontecimiento inesperado: “se me oscureció la vista”.

A los 55 años Don José fue diagnosticado con glaucoma, una enfermedad que lo dejó entre las sombras. En ese momento ya no había trabajo, sin embargo, sus amigos y conocidos lo animaron a no dejar su quehacer. Le dijeron que hiciera piezas más pequeñas.

“Me di cuenta que se desarrollaron otros sentidos. Todo lo que vi con mis ojos se me grabó y ahora lo hacía en el barro”, confesó el maestro.

Ya son casi 20 años que la oscuridad se volvió la casa del maestro, como reza el poeta Fernández Granados, y la luz es un destello íntimo que aparece en pieza y en cada vaso, en cada sirena.

 

El hombre de las sirenas, con su sirena

Un día el alfarero decidió hacer una sirena. Aunque no es un personaje originario, ni de Oaxaca ni de su pueblo, el maestro dijo que la moldearía con su propio estilo. Tomó manos a la obra y le dio vida a una mujer mítica con cola de pescado. El toque, la característica particular de esta criatura marina sería un lunar sobre su frente.

Este último es la firma reconocible del maestro. Cada mujer que moldea tiene un lunar sobre su frente, como Doña Teresita que es “los ojos” del maestro.

Su lunar es una virtud. De esa manera si tiene un lunar me doy cuenta que esa mujer fue hecha en el taller ‘Manos que ven’”, afirmó Don José.

Doña Teresita le da los rasgos físicos a las figuras que moldea Don José. Ella hace los detalles de los ojos, de la boca, de cada línea. Las figuras femeninas se parecen a ella, con sus ojos grandes y sus trenzas.

“A veces, como no ocupamos molde, también hacemos figuras que se parecen a muchas personas. Ella es mis ojos”.

“Tenemos 35 años de casados. Lo primero que aprendí cuando me casé con él fue hacer las escamas de las sirenas y después peces, estrellas de mar, caballito de mar. En aquellos días mi esposo pintaba a las mujeres regionales, me enseñó a pintar las figuras. Él es mi maestro”, manifestó Teresita.

Cuando tuvo a sus hijos se dedicó a ellos y su esposo al oficio artesanal.

Un día mi esposo empezó a tener síntomas de la enfermedad, hasta que le diagnosticaron glaucoma. No sabíamos de ese mal. Pensábamos que era la presión. Una vez lo acompañé al médico y nos dijo que el mal estaba muy avanzado, que no había posibilidad de operarlo. Me sentí muy triste, porque nos dijo que a mi esposo se le iría la vista. Pasó un mes y sí, se le fue la vista”, detalló.

El trabajo de alfarería se vendía poco. Una pareja de Japón les compró dos figuras grandes de mujeres. La pareja estaba interesada en comprar todas, pero Doña Teresita indicó que no quería vender una, porque era el recuerdo del trabajo de su esposo antes de perder la vista.

“Me convencieron y pues dije que ese dinerito es muy bueno para mis hijos. Cuando los terminé de empacar no aguanté y derramé lágrimas. Ellos me abrazaron, me dijeron que no me pusiera triste, dijeron ‘tal vez tu esposo ya no verá pero va a seguir trabajando en algo. Dentro de un año vamos a regresar y vamos a encontrar esta casa llenita de artesanías’”, contó.

Tras el aliento de sus amigos, Don José retomó el trabajo e hizo un burrito, que se acostumbra en los pueblos, Doña Teresita le hizo los ojitos. Poco a poco creció el ritmo hasta llegar a la imponente figura que adorna el patio: el danzante de la pluma de 2 metros y medio de altura.

Doña Teresa cuenta que la figura que le cuesta más es el rostro de las mujeres:

Me lleva más tiempo, es la que me cuesta más trabajo, para que salgan hermosas como nosotras. Creo que Dios así le costó trabajo hacer a las mujeres. Mi esposo valoriza mucho a la mujer. Dice que Dios le puso la hermosura a la mujer en el rostro, sino en el corazón y sino, lo tiene en el alma. Y si no, reclámeselo a Dios”.

Con la pandemia de COVID-19, “el azote de esta plaga sobre la raza humana”, como le llama Don José, la venta de su trabajo bajó mucho, porque ya no les visitan tanto, principalmente compradores estadounidenses.

“El barro para mí significa un material muy hermoso que lo puedo transformar, soy escultor y me gano la vida así. Cuando termina la vida nuestro cuerpo vuelve al barro, el alma da vida a este materia”, concluyó Don José.

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