Año 711. La derrota de Rodrigo, el último rey godo, había sucedido. Semanas después, unos 7 mil “moros” desembarcaron en lo que después conocimos como Gibraltar. Así empezó la expansión árabe por Europa.
Desde entonces, el término “moro” era una denominación ofensiva que, hasta en contextos actuales, se usa para referirse a los musulmanes y bereberes; estos últimos originarios del norte de África). A partir de aquí, un nuevo orden social mundial emergía, así lo narra el escritor Antonio Alatorre en Los 1001 años de la lengua española.
Siglos después, la historia se reconvertiría. Los árabes fueron expulsados y la historia mundial dio otro giro; heredando, hasta el momento, conflictos como el de la isla de Gibraltar, aún entre la espada española y la británica, pero África, y sus conflictos con el norte, jamás desaparecieron. Incluso se recrudecieron con deudas históricas todavía más debatibles, al nivel de las de América Latina con Estados Unidos.
Del sur al norte
El viernes que cerró el primer semestre de 2022 fue un día catastrófico para las estadísticas de la migración mundial. Dos mil personas migrantes se concentraron desde muy temprano entre la frontera de Marruecos (África) y Melilla; esta última, ciudad africana, pero que “pertenece” a España.
Los informes oficiales indican que las fuerzas de seguridad marroquíes hicieron retroceder a cientos de ellos. El resultado fue, según las mismas fuentes, casi 40 muertos. Aunque las pocas imágenes mostradas daban cuenta de cientos de personas tiradas entre la reja fronteriza; muchos desfallecidos, otros heridos, y algunos más muertos.
Ese dos mil es una simple estadística acumulativa. El hecho ha indignado a países colonialistas de estas naciones africanas como Francia y España, y a organismos como la ONU, intentando hacer presión sobre el gobierno de Marruecos, y diciendo que son ellos los responsables de esa situación.
Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), las personas que emprendieron esas peligrosas travesías hacia Europa en 2021 fueron 123 mil 300; en 2020, 95 mil 800; en 2019 la cifra fue de 123 mil 700; y en 2018 efectuaron ese cruce 141 mil 500 personas.
Y qué decir de la gente que no logra el sueño europeo. La Acnur dio a conocer que, más de 3 mil 200 personas murieron o desaparecieron en el Mediterráneo y en el Atlántico norte en 2021. Y esos números son lo que se registra. Esas cifras son, simplemente, lo que se da a conocer.
Son las 9 de la noche. Día de Ramadán (un ayuno religioso que dura 40 días). Junto a la más famosa Plaza de Jemaa el Fna, en Marrakech, Marruecos, está la mezquita Koutoubia, un espacio que se cierra durante una hora a quienes no son musulmanes. Básicamente para evitar las concurridas faltas de respeto occidentales de querer hacerles fotos.
Junto a la mezquita hay un parque de no más de 200 metros, con arbustos altos y bancas por todos lados. Entre la poca luz se advierten mínimos turistas andando. Unos que otros residentes, pero hay una gran peculiaridad: en casi cada banco hay uno o dos adolescentes, jóvenes y hasta niños marroquíes delgados.
Aunque hace 60 años Marruecos dejó el protectorado francés, la mayoría de gente tiene algunas secuelas del idioma occidental, y el total dominio de su variante del árabe, según la región de origen.
Con una seña o un saludo en francés, aquellos muchachos intentan hacer conversación a quien se acerque. Samad tiene 17 años. Es de Fez, la llamada capital cultural marroquí: “hablo español porque mi tío, hermano de mi mamá, está en el sur Francia. Me vine a Marrakech porque quiero ganar dinero para poder viajar a España y de ahí buscar llegar a encontrarme con mi tío”.
“No es sencillo que nos empleen como foráneos. Cuando la gente de aquí se da cuenta de que venimos de otro lado, nos hacen a un lado. Anulan nuestras posibilidades de salir de Marruecos”, explica el joven, quien lleva viviendo un mes en las bancas del parque y muestra un certificado como peluquero –oficio muy común entre los hombres en aquel país–, pero que para Samad podría representar un cambio en su vida.
“Mi primo estaba entre los 2 mil migrantes que intentaron pasar a Europa a finales de junio. Me llamo Mohamed, soy el primero de 10 hermanos. En todas las familias marroquíes debe haber un Mohamed. Me tocó esa suerte pero también esa responsabilidad de buscar cómo llevar algo a casa. Estoy aquí, a la espera de conseguir un trabajo que me permita juntar dinero y salir de Marruecos. Pero no quisiera correr la suerte de mi primo. Eso es volver la cuenta atrás”.
“Mi sueño es asentarme en Barcelona, España. Para eso sé que debo primero entrar por el sur y quizás empezar a hacer algo allí, pero lo principal es salir de aquí”, cuenta el joven de 20 años, quien se expresa en un francés básico y que ha comprado una bolsa de tunas para compartir –aunque tenga apenas unos cuantos dírhams (5.50 pesos mexicanos)– mientras termina la conversación y no pierde el tiempo para aventar un coqueteo a una joven turista.
“Soy de Fez. La mayoría de los que salimos de nuestras ciudades a buscar otras oportunidades tenemos claro que habrá que hacer cosas que nunca imaginamos, o simplemente tener la conciencia de que no comeremos ni nos podremos bañar en días”, explica Mohamed al tiempo que confirma que todos los que viven en aquel parque se tienen que prostituir, regularmente con los turistas; pese a que el Código Penal marroquí castiga hasta con tres años de cárcel a quienes mantengan relaciones sexuales con personas del mismo género.
“Ni la política ni la religión son problema cuando se tiene hambre. Yo no creo en Alá, menos en la policía ni en los gobernantes; tampoco en la gente. Rezar no me ha garantizado una mejor vida, los políticos jamás han hecho algo por mi familia o por mí. Y la gente de Marrakech no es capaz de darnos una oportunidad laboral”, expresa con tono decepcionante Mohamed.
Del norte al sur
Hamza vive en Bilbao, España. “Llegué para estudiar la ESO (Educación Secundaria Obligatoria), pero me gustó estar aquí y ya hice el bachillerato. Ahora seré ingeniero por la Universidad de Deusto. Mi papá es militar. Él siempre me ha dado lo mejor que ha podido. Gracias a eso he podido viajar y formarme en Europa. Creo que nuestros gobiernos, tanto en África como en España, hacen lo mejor que pueden, no veo que estén haciendo las cosas mal”, argumenta el joven, oriundo de Tánger –límite entre África y Europa– quien vive en San Francisco, la calle exclusiva para migrantes, en su mayoría, africanos y sudamericanos.
La suerte para Bahir ha sido distinta a la de Hamza. También establecido en Bilbao, continúa con el sueño parisino. Y es que España no es para todos. Mientras el País Vasco (norte) o Sevilla (sur) tienen programas de apoyo como ayudas económicas y comedores para sus migrantes, hay otras ciudades que no los reciben con la misma calidez.
“Llegué antes de que la pandemia empezara. Para mí, España sólo era el paso hacia París, donde está mi hermano con su esposa. Ellos me esperan allá. Sólo que por cuestiones económicas no ha sido posible irme. Estuve en Barcelona y no me trataron nada bien. Son racistas incluso entre españoles, qué me puedo esperar”.
“Bilbao me ha otorgado ayudas, pero lo único que me interesa es encontrarme con mi familia y empezar a hacer vida allá. Sé que lo lograré. Soy de Marrakech. Antes de llegar aquí estuve en Tánger. Allí viví muchas cosas. Vender la dignidad es lo más normal para comer. Así que sólo sé que, de aquí a París, lo que venga, ya no será nada”, concluyó Bahir, quien con el sueño ya logrado desde su natal África, hacia Europa, ha sido un viacrucis que no le ha representado más que el límite entre el vivir, sobrevivir o morir de hambre.
Mientras tanto, en la última reunión de la Alianza de países de Europa y Norteamérica (OTAN), han sido claros, tajantes y contundes en cuanto al tema de la migración africana, pues después de su reunión en Madrid, capital española, se reconoció como amenaza el uso de la inmigración irregular como método de presión por parte de terceros, por lo que “trabajará para hacerle frente en el norte de África”.
Y una de las principales acciones ya barajadas es la presencia de tropas de la OTAN en la frontera de España con Marruecos. El inicio, tal vez, de otro orden entre el mundo árabe y occidental sobre una historia que, ya de por sí, ha ido hablando sola desde hace más de cinco siglos.