De acuerdo con el Instituto Nacional Electoral (INE), cualquier mexicano mayor de 18 años tiene derecho a votar, también los ciudadanos que cuenten con el permiso de hacerlo mediante la autorización del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), y hasta los ciudadanos que hayan sido rehabilitados en sus derechos político-electorales. De hecho, ya han empezado los pilotajes para votaciones en centros penitenciarios.
Mientras gran parte del país está teñido de la palabra “elecciones”, hay un sector al que se voltea a ver sólo para victimizarlo, humillarlo o discriminarlo. Se trata de aquellas personas que vemos a diario en las calles y que parecieran no tener voz ni voto. Cuentan con una identidad porque están presentes, pero, frente a que su voz es válida para el sistema electoral y por derecho constitucional, ¿cuál es la manera por la que ellos determinan su voto? O incluso, ¿salen a votar?
Eduardo tiene 43 años. Desde hace seis años trabaja limpiando vidrios en uno de los cruces de Eje Central Lázaro Cárdenas.
“Estuve en la cárcel y eso pareció haber terminado con mi carrera de oficial francesero de panadería. Cuando volví, nadie me quería contratar. Se dice que ya no existe la condición de los antecedentes no penales, pero la realidad es otra”.
“Cuando voy a dejar mis documentos, investigan. Sólo contestan: ‘Ya te llamaremos’. Uno de mis amigos me invitó a venir a limpiar parabrisas. Me aclaró que sólo tenía que echarle ganas y no meterme en problemas. Después de haber pisado el reclusorio, no tengo ganas de volver a hacer una maldad, al contrario. Quiero ganarme mi dinero bien, con mi trabajo. Con el sudor de mi frente”, explica mientras da una probada a un taco de arroz que estaba compartiendo con sus colegas.
Estoy informado de todo. Sé que el 6 de junio hay elecciones. Me entero de eso porque veo noticias, escucho radio, o leo los periódicos en el puesto de la esquina. Trato de estar al día. Y aunque este año no saldré a votar, sí me gustaría hacerlo. Perdí mi credencial de elector quién sabe dónde. Está en proceso de entrega, pero sí intentaré votar por quien tenga mejores alternativas de trabajo, comida y medicamentos”, detalla el ahora limpiaparabrisas y panadero.
Su esposa está acostada en la esquina donde se reúnen los cerca de siete trabajadores desde antes del mediodía, hasta a veces la madrugada. Tienen un sillón que encontraron en la basura y que ahora utilizan para relajar un poco los pies después de estar lidiando entre coches, motos, bicicletas y todo lo demás que se les atreviese durante los 60 segundos que dura el semáforo en rojo.
“Mi mujer se enfermó y tuve que llevarla al médico. Ya llegamos hasta las 6:00 de la tarde. Afortunadamente sacamos, aunque sea para la cena, pero así es esto. No diario es lo mismo. Si bloquean la avenida, o simplemente no hay tráfico, se resta la posibilidad de conseguir más dinero. Ésa es la situación por la que haría lo que hemos hecho años atrás: llega alguien, nos ofrece dinero, le saca foto a la credencial de elector y se va. No sabemos ni para qué partido. Pero nos han dado hasta 500 pesos por persona. Sabemos que no podremos votar, pero al menos ya tenemos algo de dinero. No creemos en los políticos. No cumplen lo que prometen. También por eso lo hacemos”, reitera enérgico Eduardo.
Sin olvidar la encomienda de trabajar duro, no meterse en problemas, y con las ganas de regresar a la vida antes de la cárcel, el limpiaparabrisas sabe que tiene que cuidarse.
Además de no confrontarnos con la gente que nos dice groserías, o hasta se bajan a querernos golpear, a veces hay que cuidarnos de la policía. Limpiar vidrios en la avenida es una falta administrativa. Nosotros no pagamos ‘derecho de suelo’, pero de vez en cuando llegan los oficiales y nos llevan al ‘Torito’. Nos encierran durante 13 horas. Ésa es la sanción por ejercer nuestro oficio en las calles. Supuestamente por el COVID-19 no hay ‘Torito’, pero cuando la policía tiene que mostrar que trabaja, nos detienen”, apunta Eduardo.
Para el limpiaparabrisas un futuro ideal inmediato es encontrar nuevamente trabajo de lo que algún día fue. Sin querer borrar lo sucedido, desearía eliminar la palabra “cárcel” de su pasado. Cuenta que le han ofrecido hacer pan “a destajo”, pero no le es rentable.
En momentos como éstos, cuando no hay mucho trabajo, y mi mujer está enferma, me gustaría que llegara alguien a comprar mi voto. Si no, aunque sea votar para imaginar que puede venir un cambio. Mientras tanto, espero que lo que venga ahora sí represente un verdadero cambio”, concluye Eduardo.