
El Comité de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas, que supervisa la Convención sobre los Derechos del Niño, define el castigo corporal o físico como “todo castigo en el que se utilice la fuerza física y que tenga por objeto causar cierto grado de dolor o malestar, aunque sea leve”.
Según el Comité, en la mayoría de los casos conlleva pegar a los niños (dar manotazos, bofetadas, palizas) con la mano o con algún objeto pero también puede consistir por ejemplo en dar puntapiés, zarandear o empujar a niñas y niños, arañarlos, pellizcarlos, morderlos, tirarles del pelo o de las orejas, obligarlos a ponerse en posturas incómodas, producirles quemaduras, obligarlos a ingerir alimentos hirviendo u otros productos.
Otras formas de castigo que no conllevan maltrato físico pueden ser igualmente crueles y degradantes, por lo que también son incompatibles con la Convención, y con frecuencia acompañan al castigo corporal y se superponen a este. Se trata, por ejemplo, de castigos que tienen por objeto menospreciar, humillar, denigrar, tratar como chivo expiatorio, amenazar, asustar o ridiculizar al niño.
Según datos de UNICEF procedentes de encuestas representativas en el ámbito nacional realizadas en 56 países entre 2005 y 2013 muestran que aproximadamente 6 de cada 10 niños de 2 a 14 años de edad experimentaron castigos corporales infligidos por adultos en sus hogares en un mes. De media, el 17% de los niños experimentaron castigos corporales severos (golpes en la cabeza, la cara o las orejas o golpes dados con fuerza y repetidamente), pero en algunos países esa cifra supera el 40%. Las enormes variaciones que existen entre países y regiones demuestran que es posible prevenir.
Exceptuando algunos países en los que las tasas entre los niños varones son más altas, los resultados derivados de estudios comparables muestran que la prevalencia del castigo corporal es similar para las niñas y los niños.
Los niños pequeños (entre 2 y 4 años) tienen las mismas probabilidades, y en algunos países incluso más, que los niños más mayores (entre 5 y 14 años) de estar expuestos a castigos corporales, incluidas los más rigurosos. Los métodos disciplinarios físicos se utilizan incluso con niños muy pequeños: en varias encuestas comparables realizadas en 29 países entre 2012 y 2016 se muestra que 3 de cada 10 niños de 12 a 23 meses de edad están sujetos a palmadas.
Uno de cada 2 niños de 6 a 17 años (732 millones) vive en países en los que el castigo corporal en la escuela no está totalmente prohibido. Los estudios demuestran que en las escuelas la prevalencia a lo largo de la vida de los castigos corporales fue superior al 70% en África y América Central, la prevalencia durante el año previo fue superior al 60% en las Regiones del Mediterráneo Oriental y Asia Sudoriental de la OMS, y la prevalencia durante la semana previa fue superior al 40% en África y Asia Sudoriental.
Las tasas más bajas se registraron en la Región del Pacífico Occidental de la OMS: una prevalencia a lo largo de la vida y durante el año previo en torno al 25%. El castigo corporal parecía estar sumamente extendido tanto en las escuelas primarias como en las secundarias.
¿Qué consecuencias tienen los niños y niñas con el castigo físico?
El castigo corporal provoca daños psicológicos y fisiológicos. Además de dolor, tristeza, miedo, cólera, vergüenza y culpa, los niños se sienten amenazados, lo que provoca estrés fisiológico y la activación de las vías neuronales que ayudan a hacer frente al peligro.
Los niños que han recibido castigos corporales suelen exhibir una elevada reactividad hormonal al estrés, sobrecarga en los sistemas biológicos, en particular los sistemas nervioso, cardiovascular y nutricional, y cambios en la estructura y función cerebrales.
Algunos de los efectos negativos tanto inmediatos como a largo plazo son:
- Daños físicos directos, que en ocasiones pueden dar lugar a perjuicios graves, discapacidad de larga duración o la muerte.
- Problemas de salud mental, en particular trastornos de comportamiento o de ansiedad, depresión, desesperanza, baja autoestima, conductas autolesivas e intentos de suicidio, dependencia del alcohol y las drogas, hostilidad e inestabilidad emocional, que continúan en la edad adulta.
- Deterioro del desarrollo cognitivo y socioemocional, especialmente la regulación de las emociones y la capacidad para resolver conflictos.
- Daños en la educación, en particular el abandono escolar y malos resultados académicos y en el ámbito laboral.
- Internalización moral deficiente y mayor frecuencia de comportamiento antisocial;
- Mayor agresividad en los niños.
- Comportamientos violentos, antisociales o delictivos en la edad adulta.
- Daños físicos indirectos debido a la sobrecarga de los sistemas biológicos, en particular la aparición de cánceres, problemas debidos al alcohol, migrañas, enfermedades cardiovasculares, artritis y obesidad, que continúan en la edad adulta.
- Mayor aceptación y uso de otras formas de violencia
- Deterioro de las relaciones familiares.