El dengue es una enfermedad que puede agravarse si no se recibe la atención médica adecuada. Es crucial buscar ayuda profesional, especialmente para grupos vulnerables como embarazadas, niños menores de cinco años, personas mayores o aquellos con condiciones médicas preexistentes.
Los síntomas del dengue no grave incluyen fiebre, náuseas o vómitos, erupciones cutáneas, malestar general y dolores en el cuerpo, músculos o articulaciones.
En casos más serios, pueden aparecer pequeñas manchas rojas en la piel (petequias) y síntomas adicionales como dolor abdominal intenso, vómitos persistentes, acumulación de líquidos en el abdomen, pulmones o corazón, sangrado de nariz o encías, letargo extremo o irritabilidad.
Es esencial evitar la automedicación, especialmente con antiinflamatorios como aspirina, ibuprofeno y naproxeno, ya que estos medicamentos pueden empeorar el dengue.
La principal estrategia para prevenir el dengue es controlar los mosquitos que lo transmiten. Medidas simples como eliminar objetos que acumulen agua al aire libre y usar repelente e insecticida pueden ser efectivas. También se recomienda no dormir al aire libre, usar ropa de manga larga y pantalones largos, y utilizar mosquiteros en puertas y ventanas.
Aunque el dengue solía ser común solo en zonas tropicales, la movilidad humana y el cambio climático han permitido la adaptación del mosquito transmisor en áreas urbanas a mayor altitud.
Esta enfermedad es de importancia en salud pública y afecta a más de 100 países en todo el mundo. Se transmite a los humanos a través de la picadura del mosquito Aedes aegypti.
No existe un tratamiento específico para el dengue, por lo que los medicamentos deben ser recetados por profesionales de la salud. El reposo es crucial para la recuperación. Hasta el momento, no hay una vacuna con la eficacia necesaria para la prevención masiva.
Las acciones para controlar esta enfermedad están coordinadas por el Comando de Incidentes para el Control del Dengue, liderado por representantes de instituciones de salud.