Valiente, aguerrida, con miedos, pero dispuesta a enfrentarlos, así se define actualmente Romina Méndez Hernández. Sobreviviente de cáncer de mama, a sus 52 años es madre, abuela y coordinadora de Pacientes y Comunidad en la Asociación Mexicana de la Lucha Contra el Cáncer (AMLCC).
En 2007, luego de realizarse una mastografía de rutina, fue diagnosticada con cáncer de mama en etapa 3. La bolita en su seno izquierdo que vigilaba desde sus 31 años había crecido: pasó de ser una lenteja a un chícharo y luego a algo más grande.
“Fue un octubre cuando se viste de rosa, pero para mí se nubló y se pintó en negro, porque era una sentencia de muerte tener cáncer y más porque tenía 36 años, estaba joven, yo pienso que es la etapa donde la mujer se siente más segura de ella”, contó en entrevista con Once Noticias Digital.
Aunque el diagnóstico la asustó, Romina decidió luchar. Tenía claro su objetivo.
“Lo primero que me vino a la mente es que tenía que sobrevivir y que no era negociable, tenía que sobrevivir porque mis hijas estaban pequeñas. Le pregunté al doctor qué alternativas tenía de tratamiento, su respuesta fue: ‘vas a quimios’, y me dijo cuál era el proceso y a todo, dije: ‘sí, sí, entro’”, detalló.
Segundo duelo: Fortaleza
A los pocos meses, se sometió a una cirugía en la que le extirparon su seno izquierdo y más tarde la matriz. Para ella la pérdida de su seno fue su segundo duelo, pero pudo enfrentarlo con resiliencia gracias al apoyo de sus hijas, quienes tenían nueve y seis años en ese entonces.
“Yo visualmente no me sentía completa. Sentía que algo me faltaba. Un día mi hija, la mayor, me vio llorando y me dijo: ‘¿por qué lloras? ¿por qué lloras, mamita?’. Y le dije: ‘porque no tengo un seno’; a lo cual me respondió: ‘mamita, tú no eres un seno, eres más que un seno’. Entonces, esa pequeña, me volvió a centrar en la realidad”, apuntó.
En México, la Secretaría de Salud (SSa) señala que el cáncer de mama es la primera causa de muerte entre las mujeres a partir de los 25 años, y la esperanza de vida se calcula de acuerdo con la etapa en que se encuentre el tumor. En la etapa 1, las posibilidades de curación son de 95%, mientras que en la etapa 3 se reduce a 70%.
Las quimioterapias le trajeron a Romina cambios físicos: uñas moradas y piel amarilla. Aunado a esto, la pérdida de su cabello se acompañó de un gran dolor, pero, gracias a su red de apoyo, se demostró a sí misma, fortaleza y valor.
“Mi prima es estilista, entonces ella me acompañó a comprar mi peluca. Me volteó de espaldas, me cortó el cabello, me maquilló como si fuera una fiesta. Cuando estaba lista, me puso la peluca. Me volteó frente al espejo. Y me dijo: ‘ahora sí, mírate’. Ella me enseñó esto, me decía: ‘el día que más mal te sientas, maquíllate como si fueras a una fiesta y ponte la ropa más bonita”, narró.
Romina considera que su incansable lucha la ha transformado. Ya no piensa ni siente la vida como antes. Le encanta inspirar a las demás personas a trabajar en su autocuidado, en concientizar sobre comer saludable y hacer ejercicio, así como en la importancia de disfrutar de las amistades, la familia, los momentos, las risas, el sol, la lluvia, poder respirar, y vivir.
“Hoy le doy más valor a mi vida. Aprendamos a vivir y a disfrutar cada momento que tengamos juntos, porque cada día significa un día más. Para mí, hacer ejercicio y comer sano es ganarle un día al cáncer. Ahora digo: ‘antes no vivía, antes sobrevivía’. Hoy, sí vivo y vivo al máximo, busco formas de ayudar a más mujeres y a hombres también”, expresó entre risas.
Tercer duelo: Montaña rusa
Para Romina, el cáncer de mama ha sido una montaña rusa que le ha dado diversas sacudidas. Después de ese primer episodio, en 2024 le diagnosticaron cáncer de mamá recurrente en el mismo seno, que se extendió a su cóccix, columna lumbar, y ganglios linfáticos.
A esto, se sumó un tumor de esternón nuevo. Hasta el momento todo está controlado gracias a que recibió tratamientos de manera rápida, y a que, desde su primer diagnóstico, cambió radicalmente su estilo de vida y cuenta con un equipo que la respalda conformado por su médico de cabecera, una nutrióloga, una psicóloga, y su familia.
Desde su perspectiva, es indispensable que cualquier persona con cáncer tenga un círculo seguro, ya sea con sus seres queridos o con otros pacientes, a fin de que se sienta escuchado, pueda reconocerse y exprese sus emociones.
“Creo que es importante para cualquier paciente, sentirse escuchado y acompañado, pero siempre respetado, porque el paciente tiene derechos y parte de sus derechos es que respeten sus decisiones. Que tenga un lugar seguro donde expresar todo el miedo, la incertidumbre, el enojo que tiene”, comentó.
A pesar del nuevo duelo que enfrenta, Romina no pierde la esperanza, pues tiene claro quién es ella.
“Hoy me defino valiente, aguerrida, sí con miedos, pero los enfrento. Puedo enseñarle a alguien que después de la vivencia del cáncer, no todo es sinónimo de muerte, también hay luz de esperanza. Para mí, un color que me define siempre va a ser el fucsia, porque quiero estar viva, porque soy vida”, dijo mientras se acomodaba la mascada fucsia que cubría su cuerpo.