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El trabajo sexual y sus trabajadoras trans

Johana llegó de Honduras hace 2 años. Es una trabajadora sexual trans que ha sobrevivido a la pandemia en México, a pesar la inclemencia del clima y la violencia sistemática. 

 

Las mañanas son largas y por lo general muy frías. Se despierta en un pequeño campamento de la calle Bernardino De Sahagún. Cada mes llega una camioneta con personal de seguridad para quitar el campamento como si no viviese nadie ahí.

 

Esta mañana no pasó la camioneta y pudo desayunar tranquila una fruta que tenía a la mano, se fue a bañar y se cambió la ropa para juntar algunas monedas para comprar activo.

 

Hace tiempo fue expulsada del hotel donde vivía. La pandemia obligó a que los pequeños hoteles de paso en la ciudad cerraran sus puertas, y sacaran a quienes vivían en esos cuartos. La mayoría fueron personas de escasos recursos y trabajadoras sexuales. Las grandes cadenas hoteleras no suspendieron sus servicios, pero Johana amanecería de ahí en adelante sobre cobijas en la banqueta.

 

El trabajo es escaso y muy violento en la calle. Los insultos, piquetes y balazos de los clientes terminan sobre ellas. Los transfeminicidios quedan casi siempre impunes, y los cuerpos pasan a las fosas comunes por la falta de familiares que las reclamen o porque no tienen documentos que las identifiquen. Es una comunidad donde sólo se tienen a ellas mismas como compañeras de la noche y de la calle.  

 

Johana se pasea por la oscuridad sobre la avenida Puente de Alvarado, otras veces en Chalco o la Guerrero. A veces lo hace de vestido y otras de pantalón porque el frio y la lluvia arrecian hasta los huesos. 

 

Johana explica que a nadie le gusta vivir en la calle y trabajar en medio de la violencia. No es una decisión o un suceso que cambió su vida; es una cadena de situaciones estructurales que llevan a miles de personas trans y migrantes a ganarse el pan entre violencia y discriminación, un trabajo donde cada cliente puede ser la bala de la ruleta rusa en la que se vive.

 

Las luces de los autos cortan la noche de las oscuras avenidas, las lentejuelas brillan con los faros que poco a poco se detienen frente a Johana y la puerta se abre. La esquina no se queda vacía, las amigas y compañeras quedan atentas y a la espera de que regrese con bien. Así pasa la noche entera entre el ir y venir de clientes en el oficio más viejo y maltratado del mundo. 

 

Johana se va a dormir y de nuevo amanece en el frio concreto de la calle Bernardino De Sahagún, esperando que llegue el sol y no los policías.

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